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Viajamos en el 620, el bondi en el que mataron a un chofer

En Argentina las reglas para los choferes cambiaron luego de hacerse público el asesinato de Leandro

Artículo publicado por VICE Argentina

En las 3 horas y media de trayecto sólo un patrullero policial cruzó al colectivo 620 que recorre La Matanza, el partido más extenso y más poblado de Buenos Aires. Es una síntesis perfecta: el efectivo maneja mientras habla por celular y apenas saca su mirada del teléfono para no chocar con el colectivo que viene de frente.

Fue en esa misma zona en la que el domingo 15 de abril Leandro Alcaraz fue asesinado mientras manejaba un colectivo de la línea 620. Dos pasajeros discutieron con él porque no tenían la tarjeta SUBE para abonar el viaje y lo balearon. Leandro, padre de dos nenes, murió al instante.

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En Argentina hay pautas que a la hora de viajar se incorporaron como el alfabeto. Uno se sube en el lugar exacto porque fuera de la parada el colectivo no te abre. Si uno indica la tarifa mínima para viajar llega la sospecha inmediata del chofer: “Disculpáme, ¿hasta dónde vas?”. Después uno busca un resquicio en un transporte que casi siempre va lleno o con pasajeros mal distribuidos. El “vamos que hay lugar en el fondo” del colectivero no sirve de mucho. El descenso es por atrás y en el camino hay mochilas, bolsos y quejas. Nos acostumbraron y nos acostumbramos a viajar mal y en constante conflicto con el otro. La mala reacción siempre está al caer.

Con VICE nos subimos a un colectivo de la línea 620 y pudimos comprobar que desde el crimen de Leandro algunas reglas cambiaron para el chofer. El que no tiene plata para pagar viaja igual, el que quiere bajar por adelante lo hace sin comentario de por medio y el colectivo abre sus puertas sin importar la parada señalada. Todo sirve si es para evitar la discusión con el pasajero. “Es que hoy suben, te sacan un arma, te pegan o gatillan y se van”, explica Antonio.

Antonio Petkovsek es delegado de la empresa. Cuando llegamos a la cabecera de la línea ubicada en Lomas del Mirador, en La Matanza y a pocos minutos de Capital Federal, Antonio recibió un llamado. El mismo día que se realizó esta entrevista un chofer de la 620 fue amenazado por un pasajero armado con una pistola calibre 22. Otra postal de la situación que viven a diario.

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Tiempo atrás el delincuente tenía como objetivo la plata que el conductor cobraba en mano; después debía romper la máquina que almacenaba las monedas del viaje; hoy el recorrido se paga con una tarjeta pero lo llamativo es que el agresor sólo ataca al chofer. Y hay veces que ni siquiera se llevan sus pertenencias. Es la agresión sin más.


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El conductor recibe ataques de todos tipo. Incluso si el colectivo está lleno se puede dar una situación irrisoria: el que no puede subir pierde la paciencia porque no le abren las puertas y el que está arriba también se enoja porque ve una suerte de injusticia. El chofer es como el árbitro en un partido de fútbol porque “no tiene hinchada propia” y lo insultan todos. Después del crimen de Leandro muchos de sus compañeros empezaron a ir al psicólogo.

Cristian es chofer de la 620 desde hace pocos meses y a pesar de que la compañía lo prohibía él dejaba subir a los vendedores ambulantes que se mueven por La Matanza. Pero un día uno discutió con un pasajero, ese pasajero a su vez le reclamó a Cristian por haber dejado subir al vendedor y así cambió de opinión. “Ahora me insultan hasta los vendedores ambulantes”, cuenta entre risas para desdramatizar la situación.

En poco tiempo Cristian ya aprendió dónde conviene parar, dónde tiene que mirar con atención y dónde es mejor seguir de largo.

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Entre la medianoche y las 4 am se debe extremar los recaudos. En ese horario tan complejo, cuando pocos andan por la calle, el colectivo también hace de taxi para la gente de La Matanza: algunos pasajeros se suben para hacer unas pocas cuadras por miedo y piden ser acercados hasta la puerta de su casa. Es que Cristian y Ezequiel, el trabajador amenazado el mismo día que se realizó esta entrevista, viven en La Matanza. Temen y saben de la inseguridad de la zona porque trabajan ahí y porque la sufren como vecinos. Leandro, el trabajador asesinado, también vivía en el distrito.

En su trayecto el 620 recorre la ruta 3 y corta por la mitad al partido de La Matanza, uno de los lugares más codiciados por las fuerzas políticas del país y hoy conducido por la oposición. En las 3 horas y media que duró el viaje los afiches fueron imposibles de contar. Recordar a los efectivos policiales fue mucho más fácil: uno. Un solo policía y hablando por celular arriba de un patrullero. Los afiches de la intendenta Verónica Magario sí inundan el partido. Su rostro se puede ver en puentes, semáforos, proyectos edilicios a medio terminar e incluso en fábricas abandonadas o en venta.

Ella dice no tener los recursos para garantizar la seguridad, responsabilidad de la gobernadora Vidal. Cristian es chofer y no le interesa la política. Quiere controles policiales durante el viaje para volver a la casa donde lo esperan todos los días su esposa y sus dos hijos, una nena de 10 años y un nene de pocos meses. No sabe a quién va a votar, en qué dirigente confiar, pero tiene una certeza: si el hijo quiere ser colectivero le va a sugerir que estudie y haga otra cosa.

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Uno de los ramales del 620 viaja al corazón de la localidad de González Catán, esquivando calles de tierra, obras inoportunas también “auspiciadas” por la intendenta y cartoneros que trasladan kilos de basura abusando de caballos. Es en Catán donde los choferes tienen un descanso. Los (y nos) recibe Oscar, inspector de la 620, en un pequeño monoambiente con baño. En lo formal es el encargado de controlar los horarios y recorridos de los conductores; en la práctica y después del asesinato de Leandro trata de contener a todos sus compañeros. Es, básicamente, el que escucha a diario todo el maltrato y agresiones que reciben los colectiveros de la línea. Oscar tiene la teoría de que hoy los delincuentes no van por el dinero ni los objetos de valor: “Debe ser un nuevo código. Ahora insultan al muchacho que está trabajando para tener algo en el prontuario, para después contarlo. Lo hacen para la anécdota”.

La charla con el inspector es interrumpida dos veces. Primero aparece Maxi, “el de la tele”. Es chofer como cualquier otro, pero el domingo pasado visitó el programa de Mirtha Legrand y denunció que en un llamado anónimo le advirtieron que tuviera cuidado con lo que contaba. “Nosotros te vamos a escribir el libreto”, le dijeron. El programa lo compartió con Gustavo Ferrari, ministro de Justicia de la Provincia, hombre de la gobernadora Vidal. El funcionario había prometido, en vivo, enviar un grupo de psicólogos a la terminal de la 620 al día siguiente. El lunes no apareció nadie. Maxi, que había anotado su teléfono, le reclamó por WhatsApp: “Para las cámaras dijiste una cosa y no cumplís, ¿ahora qué?”. Se encontró con una nueva promesa de Ferrari: “Van mañana (por el martes)”. Tampoco aparecieron.

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Maxi tenía dos años en la empresa cuando fue apuñalado. Su reacción inmediata fue ir a su casa. Hoy su reclamo es muy claro. No quiere licencias, busca atención profesional. “No sirve que te manden a tu casa una semana porque estás carburando y a los pocos días volvés a manejar como antes”. Maxi, “el de la tele”, incluso plantea un escenario más extremo pero para nada descabellado: “¿Qué pasa si un día vivo una agresión, me rayo y me pinta tirarle el colectivo encima a alguien? ¿Qué pasa si me pinta la locura y tiro el colectivo de un puente con pasajeros y todo?”. Oscar, el inspector, le da la razón.

La entrevista es interrumpida por segunda y última vez. Una señora toca la puerta del monoambiente que compartimos con Oscar, Maxi y Cristian.

“Es acá al lado”, responde el inspector creyendo que venía un reclamo por la demora en la salida de un colectivo.

“No, no, es acá”, le contesta la señora.

Es una vecina de González Catán la que tocó la puerta. El día anterior había pedido estampitas para su casa con la imagen del chofer asesinado: “Me dijeron que llegaban hoy y quería que me guarden una”.

Leandro tenía 26 años y el domingo 15 de abril fue asesinado por una absurda discusión con dos pasajeros que no querían pagar el viaje. Había ido a trabajar el domingo porque el lunes cumplía cuatro años su hija.

Todas las unidades del colectivo 620 llevan hoy una estampita de Leandro.

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