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FIGHTLAND

Anderson Silva está usando a Michael Bisping para alcanzar la redención

El ex campeón necesita a Bisping para eliminar sus pecados.
Photo by Brandon Magnus/Zuffa LLC

Este sábado marca el anticipado regreso del primer y posiblemente único genio del MMA, una figura mítica y sobrehumana que podía desafiar las leyes físicas y redefinir las posibilidades anatómicas pero que regresó a la tierra al cometer el más humano de los pecados. Un hombre que ha pasado de ser un mito a simplemente otro atleta profesional con la sangre manchada.

Todo eso hace el regreso de Anderson Silva esta semana después de una suspensión de un año una ocasión agridulce para los fans del MMA, especialmente para los que crecimos en este deporte con Silva como la guía: el ejemplo que encaminaba al brutal y a menudo tosco mundo de las peleas profesionales hacia la belleza. Para aquellos de nosotros que el fanatismo del MMA era un estado de guerra, quienes se molestaban en tratar de reconciliar su amor por el deporte con el odio moral hacia la violencia humana, Anderson Silva era la prueba de algo más grande en el alma del deporte, el perpetuo contraargumento sobre la brutalidad del MMA.

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¿Entonces ahora qué? ¿Aplaudimos por el regreso de Silva con la esperanza de que siendo un hombre de 40 años de edad limpio de dopaje pueda demostrar que su genialidad era algo que existía sin importar el uso de sustancias prohibidas, un don real? ¿Una victoria este fin de semana será una historia de redención y prueba para los fans de algo verdadero y hermoso en este mundo o será solo un cruel recordatorio para los fans ahora escépticos de que todas esas victorias hermosas y perfectas de Silva deben estar en duda y ser cuestionadas?

Si Silva se hubiese retirado después de derrotar a Nick Diaz, su legado hubiera sido manchado por sus análisis antidoping, pero esa mancha se hubiera perdido en el tiempo. Seguro, nunca sabremos si Silva usaba esteroides todo el tiempo en aquellas sublimes presentaciones, pero eventualmente nuestras memorias positivas hubieran silenciado las dudas y las hubiéramos dejado de lado por la necesidad de creer que alguna vez presenciamos algo puro y hermoso. Pero al regresar, Anderson Silva nos obliga a considerar todas esas feas dudas sobre sus logros pasados, sobre todas aquellas imposibles presentaciones que ahora parecen aún más imposibles.

Aún así, tienes que darle crédito a Silva. Sabe que no encontrará redención al desvanecerse y desaparecer, que la única manera que puede salvar su legado es al dar la cara y que la única manera para demostrarle a los escépticos que están equivocados es al mostrarles la antigua magia de Anderson Silva una vez más, ahora sin esteroides e historias sobre contenedores de Tailandia llenos con drogas para mejorar el desempeño sexual.

Si eso es lo que quiere Silva, redención, no podría hacerlo mejor que peleando contra Michael Bisping. No porque Michael Bisping sea el mejor peleador de peso mediano, sino porque Michael Bisping es el más hablador de la división. Bisping nunca dejaría a Anderson Silva o a nadie más olvidar la razón por la que Silva se fue durante año y medio y cómo, según Bisping, Anderson Silva construyó su reputación como un genio.

Silva debía saber que Bisping no iba a ignorar sus análisis fallidos como lo hubieran hecho otros peleadores, ya sea por decencia o por indiferencia o incapacidad de promocionar la pelea. Sabía que Bisping convertiría esos análisis en latigazos y un medio para crear interés por la pelea: Vean al tramposo, entrando a la jaula después de años de ser el campeón intocable, sucio como para reconocerlo pero desesperado por amor. Y ahora véanme: el justiciero que reparará los errores de la historia, limpio pero durante tantos años me negaron la oportunidad de pelear por el título de Silva—el verdadero campeón limpio, arruinado por las injusticias. Al aceptar enfrentar a Michael Bisping en su primera pelea de regreso, Anderson Silva accedió al remordimiento público.

Tan solo vean el reciente intercambio entre ambos en Instagram. Silva subió una publicación burlándose de Bisping por patear a su entrenador en el entrenamiento abierto de hace poco, y de inmediato Bisping respondió mandando una copia de su último análisis antidoping, limpio: una desproporcionada respuesta a una provocación ligera, pero si Silva está tras la absolución de sus errores no pudo haberlo planeado mejor. Provocar a Bisping fue un acto de expiación penitencia, mortificación, de autoflagelación, mea culpa de la que cualquier monje medieval se hubiese sentido celoso. Michael Bisping se convirtió en un vehículo para la redención de Anderson Silva. Ahora ya casi todo termina, solo falta el baño de sangre.