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Μodă

Los moteros franceses y sus chapas bajo el monumento a los girondinos

“El horror, el horror”. El segundo día del 17avo Show Bike Aquitaine de Montalivet eso es lo que podemos leer en los ojos de las madres de familia que han optado por la tranquilidad de una pequeña estación balnearia a finales de junio.

“El horror, el horror”. El segundo día del 17avo Show Bike Aquitaine de Montalivet eso es lo que podemos leer en los ojos de las madres de familia que han optado por la tranquilidad de una pequeña estación balnearia a finales de junio. Según los organizadores, han desfilado 7000 moteros en todo el fin de semana, unas 10 veces la población de la ciudad fuera de temporada. Lo que el viernes a medio día era una atracción, se transformó a lo largo del fin de semana en un engorro sonoro y visual al que tuve que asistir después de que mi hermano, que lleva viniendo desde la 15ava edición, me contó lo que había visto –empleó la terminología “bólidos”.

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Este espectáculo de motos es conocido porque los organizadores son personas de mente abierta, como demuestra el hecho de que sólo hay “colores” (miembros de sus clubs, para que nos entendamos). En resumidas cuentas, todo el mundo es bienvenido, siempre que uno palme el derecho de entrada de 25€: Ángeles del Infierno, moteros solitarios, turistas de paso, jovenzuelos y bailarinas de estriptis.

Nos contentamos con hablar con los moteros que vagueaban por la ciudad, aquellos cuyos colores nos gustaban y parecían lo suficientemente amables o demasiado gordos como para constituir una amenaza real.

Ch’ti pépère es el primer motero al que abordamos. Vive en Burdeos, pero es del Norte. Sus colegas le han puesto ese apodo por sus orígenes, pero los colores que arbola no son los de un club. Para él, formar parte de un club “conlleva demasiadas obligaciones”. Prefiere ir a toda hostia solo o con su mujer.

Los Ardèche Vets son una de las cuantiosas pruebas de que la hegemonía de la cultura americana nunca será absoluta: como muchos otros clubs, combinan el nombre de su lugar de origen con los clichés del salvaje oeste americano para formar su identidad. El resultado parece cutre, pero se trata más bien de una broma mala. El club de los Ardèche Vets reúne a 27 motoristas repartidos por toda la provincia.

El Wind and Fire Motorcycle Club es el club más interesante con el que nos cruzamos en todo el finde. Para entrar hay que ir en Harley y ser bombero voluntario o profesional. Un club internacional que lo forman más de 4000 miembros en una veintena de países. Y más que de colores, sus cazadoras están llenas de parches dedicados a la memoria de sus hermanos muertos en servicio, cosas que, para principiantes como nosotros, imponen respeto.

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Mi hermano les hizo algunas preguntas a estos moteros libres de dos metros. Está a punto de montar un club llamado Dart Runners, o algo parecido. Los colores del club deberían respetar el diseño de su moto: un pañuelo, una chupa de cuero de animales y esqueletos, y todas las motos serán bienvenidas.

Los Templarios son un club de colegas súper desconocido. Son nueve, montan en Harley y a veces les da por ponerse cotas de malla y cascos nasales. Aquí, uno de ellos recupera el lazo histórico entre la revolución proletaria y el humor de fin de semana.

Este es el viejo presidente de los Freebooters, quien nos explicó cómo hacerse miembro de un Club de Motoristas y bajo qué condiciones se pueden llevar los colores. Aguantar llevando una cazadora virgen mientras todos los miembros arbolan los colores del club; pueden pasar entre algunos meses y dos años hasta ganarte el puesto en el club. Un tipo bajito, achaparrado, con esos ojos que decían al mismo tiempo: “Estoy encantado de hablar con vosotros” y “he dado palizas con cadenas a algunos pavos, ya sabéis”.

Los Freebooters existen desde hace 8 años, y los 13 miembros del club de Orléans se mueven en Harley, porque es mejor –pero no es una condición para entrar en el club.

Hace tres años, Mik, Pat y Serge decidieron crear el Hell on Wheels MC. Se pasan el día rodando y no tienen ningunas ganas de ampliar su club. Si el Infierno se pareciese a tres abueletes sonrientes y amistosos cuya última locura consiste en rodar sin casco entre una playa y un camping después de tomarse una birra en una terraza, el servicio de Comunicación del Cielo de los cristianos tendría que elaborar una nueva estrategia para que sus fieles se levanten el domingo por la mañana.

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Allá donde vayan, Los Bretones siempre son “la segunda gran diáspora del mundo”. Dan la impresión de estar en todas partes. Esto se debe a que son los únicos que resaltan su origen geográfico. Nos hemos cruzado al menos con cinco clubs cuyos colores gritaban a viva voz “vengo del país del Kouign-aman”.

Como este tipo era un charlatán, nos vimos obligados a reconocer que somos unos neófitos en el tema motos, y que no entendíamos ni la mitad de lo que nos decía. Nos enseñó la diferencia entre una deportiva, una chopper, una de carretera y una custom. Para entrar al OCB tienes que tener una custom, es decir, una de carretera a la que le han quitado todo lo superfluo (especialmente los cajones). Las personas detestan las cosas superfluas.

El tipo de la izquierda se llama Gastonnet, y le pillamos cuando iba a pie con Big Moustache y otros miembros de su club, los Kurgans. Los 27 miembros de este club fundado en 1991 es uno de los que más ruedan. Se describe como nómada que pasa el fin de semana en Montalivet antes de retomar la carretera hacia un destino indeterminado.

Me pregunto si tiene un hogar o se contenta con rodar por toda Europa difundiendo su fuerza de acción belga como los viejos conquistadores. Como nos habíamos cruzado con un centenar de moteros con una copa de plata atada a la cintura, le pregunté a Gastonnet lo que representaba, pero me aseguró que servía simplemente para beber.

Cuando le pregunté a un motero de los Sabercats si podía hacerle unas preguntas, me contestó algo así como: “Presidente, ¡tenemos el honor de salir ante la prensa!”. En realidad, los Sabercats son una banda de siete colegas de Toulouse fundada en 2005. El presidente me aseguró que nunca reclutaban a nadie, pero uno de los tipos que arbolaba los colores del club llevaba un escudo humillante con la palabra “prospecto”.

Después de una temporada en los Estados Unidos, una californiana me aseguró que hoy la mayoría de los clubs de moteros americanos los formaban dentistas y radiólogos, y que sabían de mecánica lo mismo que ella –y que no rodaban más de 100 kilómetros al mes.

Sin embargo, la mayoría de los tipos con los que me topé ese finde se parecían más al Capitán Red de Polanski que a mi dentista, y a pesar de la simpatía que les tenemos, no creo que vuelva a cruzarme con uno de ellos cuando pase por la mesa de operaciones o el día que le pida a mi banquero el dinero que necesito para convertirme en un joven propietario inmobiliario.