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Cultură

¿Cómo sobrevivirá el legado de David Foster Wallace?

Después de todos esos intentos póstumos de preservar al autor, tengo una enorme sensación de desolación.

Llevo desde septiembre de 2008, cuando David Foster Wallace se suicidó, evitando escribir de él. Su trabajo siempre ha sido muy importante para mí. Además de ser uno de los primeros autores contemporáneos en revivir mi pasión por la lectura, su presencia como una mente y pieza de la constelación actual del arte literario me parece algo inspirador y esencial; algo con lo cual envejecer, viendo cómo se manifiesta a lo largo del tiempo. Quizá parte de la presión de estar en esa posición, algo de lo que Wallace seguro estaba consciente, fue una de las razones por las que su cerebro se sentía tan agobiado hasta que decidió que no podía más. Durante mucho tiempo no pude entender esto. Con el paso del tiempo, empecé a sentir que quizá lo entendía, y ahora realmente no tengo idea, y ninguna cantidad de reflexión cambiará el lugar donde estamos ahora.

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¿Dónde estamos ahora? Las cosas se ven muy distintas tan sólo cinco años después de la muerte de Wallace. Ese sentimiento de “diferencia” está relacionado no sólo con su ausencia, sino con una ausencia mucho más grande en la que el autor como entidad misma ya no es tan posible como antes. La lluvia actual de noticias, boletines independientes, posibilidades autopublicadas, medios sociales, y demás, han destruido la frontera entre el mercado y la fuente, y han hecho que la existencia del artista como monolito sea algo más imposible, o al menos muy diferente. Hoy en día el escritor es tan accesible como el trabajo en sí, e incluso aquellos que se esfuerzan por evitar esto, desconectándose de internet, parecen caminar por un camino muy diferente: una especie de camino sumergido bajo su propio acumulamiento. Si todo esto es cierto o no, bueno o malo, no me concierne; estamos donde estamos, y ninguna cantidad de reflexión y autoanálisis servirá para deshacer lo que viene.

Pero lo que realmente me molesta tras la muerte de la persona de Wallace es la forma de transportar lo que queda de él. Es decir, el trabajo que no tuvo tiempo de ver terminado. Desde su muerte, se han publicado cuatro obras en su nombre: This Is Water en 2009, básicamente la redición de un discurso motivacional que dio durante una ceremonia de inauguración en 2005; Fate, Time, and Language en 2010, su tesis de licenciatura; The Pale King  en 2011, publicada como una novela, y enmarcada como un manuscrito que Wallace dejó intencionalmente para que se encontrara después de su muerte; y Both Flesh and Not el año pasado, un libro de ensayos nunca antes publicados, que abarcan años de trabajo entre 1994 y 2007. Sin mencionar la gama de trabajos publicados por otros autores que adoptaron su vida y mente de distintas formas, entre ellos la biografía de D.T. Max, con el lamentable título: Every Love Story Is Also a Ghost Story [Toda historia de amor es un cuento de fantasmas]. Podría enumerar todos los otros tratados y explicaciones que existen o intentaron existir, pero para ser honesto no tengo el corazón para hacerlo. Digamos que tienes suerte si puedes pretender que se publica un nuevo material de Wallace cada seis meses. La pregunta que yo me hago es: ¿a que precio?

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Siento que tras esta enorme serie de publicaciones póstumas existe un pantano de nostalgia, uno en el que conforme más nos adentramos, más perdemos de vista la señal original. Como alguien que valoró la experiencia de cada nuevo título de Wallace mientras vivía, siento que su trabajo, en su totalidad, se ve reducido con cada nuevo fragmento de archivo. Conforme sumergimos nuestras codiciosas cubetas cada vez más hondo en el pozo, lo que sale a la superficie no es sólo algo que el autor consideró no publicable (y por lo tanto carece de su revisión), sino que es algo que oscurece la señal de lo que vino antes, y hace que sea más difícil recordar quién fue esa persona antes de que dejara de existir. Por supuesto, esto no es nada nuevo; esto es lo que suele pasar con la muerte de un artista, y debemos entender que todo esto es un intento por concluir su obra; pero saben que seguirán exprimiéndolo mucho tiempo después de que el pozo se haya secado. Pero con Wallace, todo esto también parece ser un acelerado caso de manipulación, con demasiados espejos resquebrajados dirigidos hacia la genialidad del difunto, como si los codiciosos tuvieran miedo de que lo olvidemos demasiado pronto.

En éste cada vez más grande panteón póstumo de Wallace, The Pale King es para mí el más doloroso de sus elementos, pues es lo más cercano a algo que habría publicado si aún viviera. Durante años hubo rumores y anticipación, una colección de obras similares que podrían haberse convertido en novela si el escritor hubiera vivido el tiempo suficiente para fusionarlas. Después de su muerte, ese trabajo cayó en manos de su editor, Michael Pietsch, quien incluyó un nota legal que básicamente decía: “esto es lo mejor que pude hacer”, porque al final, no es una novela ni nada parecido; más bien un hermoso desmadre alienígena de ideas que buscan combinarse pero no lo logran, y llamarlo una obra terminada, bajo cualquier contexto, es condenarlo por la eternidad a un cuerpo que no es el suyo. El libro como “novela”, incluso una “novela incompleta”, es un mecanismo que me deja helado. La mente de The Pale King parece perderse entre los escombros, quizá en parte por la ausencia de su autor; la idea de que esto no es lo que debía ser.

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Todavía peor en la categoría de “lo que debió dejarse libre” está el libro de ensayos, Both Flesh and Not, el cual, una vez más, está compuesto de piezas brillantes en el sentido que esperamos que Wallace sea singularmente Wallace, pero sin llegar a la meta, y esta vez no porque haya pasado a mejor vida sino porque estas son obras menores. Uno pensaría que estos ensayos permanecieron abandonados por una razón: ¿por qué ahora? ¿Para tener una cosa más a la cual aferrarnos? ¿Es justo hacerle esto a alguien, mucho menos a un autor que se preocupaba tanto por cada línea? Parece que la historia exige la lectura de incluso los garabatos más insignificantes de las grandes mentes, pero no puedo evitar sentir que se está cometiendo algo nefasto. Que en alguna parte de todo esto lo que se está alterando no es sólo malo para el legado del autor, sino también para nosotros: por el arte y su entendimiento, por ir hacia delante, por la preservación del espíritu más allá del beneficio monetario, por esa innombrable conmoción carente de forma que parecía recorrer la venas de Wallace.

Sin embargo no puedo evitar leer estos libros. Quiero tenerlos, y tener más espejismos que alcanzar. Pero al mismo tiempo no puedo dejar de pensar en quemar todas estas palabras que no fueron puestas en su lugar final por el mismo Wallace. Si es mejor ver los trabajos huérfanos a medio terminar de un visionario o recordar sólo lo que fue es algo que no puedo responder por nadie. En lo personal, después de todos estos intentos póstumos de preservar al autor, hay en mí una enorme sensación de desolación.

Quizá el caso más repulsivo de todos es la biografía de D.T. Max. Varias semanas después de leer el libro tuve problemas para pensar en Wallace de modo alguno; algo sobre él parecía haber sido brutalizado, reflejado bajo una luz que no sopesaba los actos sociales de un hombre contra lo que creo. No entiendo la necesidad de tener tal objeto tan pronto, tan monótono y formal en su evaluación, tan comercial, rayando en lo alarmista, cuando lo que está en juego es más que las preocupaciones creativas de un hombre.

Por más que detesto la idea de que todos estos actos póstumos están matando la belleza de lo que fue, es un buen recordatorio para todos de que lo que haces, dices o creas apenas empieza a definir lo que siempre eres. Leeremos o no lo que se publique y el resto seguirá igual. El tiempo tiene vida. Sin importar lo que quede de Wallace, lo recordaré como una grandiosa e interminable masa de genialidad, un creador único, lo haya él querido o no.

Anteriormente por Blake Butler – Mi lucha contra Roberto Bolaño

@blakebutler