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Cultură

Se exxxhibe

En estos cines las personas tocan, meten, sacan, chupan e intercambian.

Pornografía hay en todos lados y está al alcance de cualquiera. Inclusive el cuarto de tus hermanitas está lleno de muñecas desnudas encimadas unas con otras. Es por demás decir que internet nos regala cualquier joya o basura pornográfica, sobre todo en videos que son grabados en el patio trasero de nuestras casas. Con esta idea en mente me costaba mucho trabajo comprender por qué la gente va y se sienta en una butaca incómoda, olorosa y mequeada; en un ambiente oscuro lleno de hombres gordos y viejos. Así que decidí visitar algunas de las salas de cine para adultos y entender la situación.

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“No vayas sola, ¡nunca!”; fue algo que escuché recurrentemente por lo que fui obligada a asistir con un acompañante y de preferencia masculino. De estos consejos saqué una lección de vida: invita a un hombre a un cine porno y lo tendrás a tus pies.

Salimos a las calles del centro de la ciudad en busca de una butaca sucia; en la esquina de Eje Central y 16 de Septiembre nos encontramos con dos personas repartiendo volantes sigilosamente, con ese papel nos invitaban al Cine Savoy. Rodeado de sex shops y tiendas de ropa para caballero, fuimos recibidos por un hombre de aproximadamente 70 años que nos ofrecía pasar a la zona de parejas en donde se está seguro sin molestias. Nos prohibió la entrada a la sala gay porque ahí no pasan mujeres; la cosa es permanencia voluntaria por 30 pesitos y los miércoles de a 20.

Nos escoltó un señor con una linterna y guantes de limpieza a una sala dividida por un espacio exclusivo para parejas protegido por una reja de los espectadores solitarios. En esa matinée éramos los únicos en esa zona, mi cita y yo nos sentamos cerca de la otra sección para poder ver lo que pasaba y la gente de ésta se acercaba a nosotros por si ocurría algo de acción. Parecía que estábamos dentro de una cabina de Ámsterdam en las que pagas por ver a mujeres masturbarse o dentro de una jaula del zoológico.

La pornografía en formato digital no tenía historia alguna y el highlight fue cuando el hombre se vino en el ano de la mujer. La gente llegaba, se iba un rato y regresaba más tarde; de vez en cuando algún señor se ponía un suéter en las piernas y empezaba a jugar con su aparato reproductor. La mayoría del personal de ese cine lleva mucho tiempo trabajando ahí, pero no se han liberado del tabú pues no se prestan a conversar sin antes mandarte con el supervisor.

Después de salir de ahí seguía sin entender por qué la gente gusta de un poco de porno en un lugar incómodo y con miradas que te quieren convertir en un actor más de la película. A unas cuantas calles en República de Cuba, armé otra cita en el Cine Río; la persona no llegaba así que decidí aventurarme sola; a diferencia de las salas pasadas aquí sí llegaban mujeres solas o en grupo. Aquí aprendí otra cosa: si no llega tu cita habrá otros que querrán entrar contigo güerita. Por suerte no fue mi caso así que nos dirigimos a la sala exclusiva para parejas con un costo de 50 pesos, a diferencia de la parte individual que es de a 15 pesitos.

El olor es fuerte, los vecinos de las butacas están desnudos o en ropa interior; comparten pareja con los de atrás y con los de adelante. Algunos sólo ven, otros también tocan, meten, sacan, chupan y cambian; la sala se llena, la película se termina, cambian de DVD en el proyector, prefieren voltear a las butacas que a la pantalla, aplauden después de los gemidos de una venida; hombres con hombres, mujeres con mujeres, casados, solteros, amantes, tus abuelos, voyeuristas, primeros encuentros…

Todo quedó claro, lo que pasa en una sala de cine porno no sucede en la comodidad de un lugar sin olor a sexo. Aprendí algo más: siempre habrá alguien que quiera estar contigo… en un cine porno.