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anfetas en el mont ventoux

"Lo único que Tom hizo mal fue morir": la carrera que cambió el ciclismo para siempre

Nada volvió a ser igual en el ciclismo después de la trágica muerte del británico Tom Simpson en plena ascensión del Mont Ventoux.
Imagen vía Flickr / Daily Mirror Souvenir Magazine

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Hay cumbres que marcan y que están marcadas en el calendario de todos los ciclistas profesionales. Entre ellas, sin lugar a dudas, se encuentra el Mont Ventoux —una montaña que este jueves subirán Chris Froome, Nairo Quintana y el resto de aspirantes a llevarse la 103ª edición de la carrera ciclista por antonomasia: el Tour de Francia.

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El Ventoux, situado en la periferia de los Alpes, se eleva 1 909 metros en la región sureña de Provenza. Es una cima que esconde historias de todos los colores, aunque lo cierto es que se imponen por encima del resto las de supervivencia y sufrimiento, dos de los elementos que mejor iluminan el aura del ciclismo.

Entre tantos relatos —ascensiones épicas, caídas desgarradoras y triunfos de mitos como Poulidor, Merckx, Pantani y Froome—, hay uno que ha quedado grabado en piedra en el imaginario colectivo de la ronda francesa: la muerte del ciclista británico Tom Simpson.

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Fue un 13 de julio, aunque en el año 1967, cuando Simpson empezó a trastabillarse sobre la bicicleta a unos dos kilómetros de coronar el puerto. Aguantó así un rato, cabeceando y ladeando sobre la calzada, hasta que finalmente se desplomó sobre el asfalto.

Rápidamente fue atendido, pero para la sorpresa de las personas que acudieron en su ayuda, Tom pidió que le volvieran a subir a su bici: "Put me back on my bike!". Era una locura, y a la postre esas fueron sus últimas palabras: pero si te has topado con un inglés colocado podrás imaginar por qué le hicieron caso.

Simpson murió pedaleando: apenas pudo cubrir otros 500 metros antes de caer inconsciente en brazos de los auxiliares del pelotón, que tenían claro que el ciclista iba a ceder más pronto que tarde. Consiguieron reanimarle tras un paro cardíaco, pero el joven de Haswell falleció una hora después en el hospital.

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Put me back on my bike!

Tom Simpson, ciclista británico, pocos minutos antes de fallecer

¿Qué había pasado? Simpson no era un ciclista cualquiera, era un inglés que se había colado entre los mejores rodadores del planeta: fue el primer anglosajón en vestir el maillot amarillo, por lo que en cierto modo abrió camino a gente como Lance Armstrong; fue campeón del mundo en ruta en 1965 en San Sebastián; ganó clásicas como la Milán-San Remo y la París-Niza; y se llevó de dos etapas de la Vuelta a España de 1967, que por aquel entonces se disputaba antes que el Tour.

El misterio —¿fue el calor, la bebida, las drogas? ¿Qué le causó el dolor estomacal?— aún envuelve su muerte y su figura… pero la tragedia resultó clave a la hora de cambiar la historia del ciclismo.

La autopsia reveló que el inglés había ingerido anfetaminas y en el bolsillo de su maillot había tres frascos vacíos.

¿Caso resuelto?

Ni mucho menos: en esa época, lo raro era no meterse nada en el cuerpo.

"En aquel Tour hizo mucho calor, pero el día del Ventoux fue insoportable", explica Colin Lewis, excompañero de equipo y habitación de Simpson, sobre aquella trágica jornada en el libro Plomo en los bolsillos, de Ander Izagirre. "Cuando faltaban muchos kilómetros para el avituallamiento, algunos corredores empezaron a gritar en el pelotón que iban a hacer un café-raid —es decir, que iban a asaltar un bar".

Ya antes de empezar la decimotercera etapa algunos miembros del pelotón vieron que Simpson iba cargado con algo más que agua en los botellines. Según explica William Fotheringham en el libro Put me Back on my Bike: in Search of Tom Simpson, un mecánico del equipo y un comisario vieron al ciclista inglés rellenarse los bidones con brandy.

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Un calor infernal y un cóctel de drogas y alcohol… ¿qué podía salir mal? Retomamos el relato de Lewis en el bar a los pies del 'gigante de la Provenza'.

El paisaje del Mont Ventoux anuncia la dureza de la ascensión, un lugar de peregrinaje para los amantes del ciclismo. Imagen vía WikiMedia Commons

"No sabía muy bien qué pasaba. Entré corriendo a un bar de carretera muy amplio y vi que los ciclistas arramplaban con todo. El dueño gritaba, los camareros echaban a empujones a los ciclistas, y lo más gracioso es que los clientes se pusieron de nuestra parte". El compañero de Simpson en el Peugeot BP, en el papel de buen gregario, agarró todo lo que pudo y se echó de nuevo a la carretera para buscar a su líder.

"Busqué a Tom en el grupo y le pasé la coca-cola", continúa Lewis. "Se la bebió entera, casi de trago, y luego me preguntó: '¿Qué más tienes?'. Metí la mano en el bolsillo y agarré una botella cualquiera: era coñac Rémy Martin. Tom la vio, dudó un instante y al final me dijo: 'Qué demonios, dámela. Estoy un poco flojo, a ver si me pongo a tono'. Bebió un trago largo y luego arrojó la botella por los aires a un campo de girasoles".

La sombra del dopaje acecha al ciclismo y, sobre todo, a los maillots amarillos del Tour a pesar de que los controles fueron instaurados para salvar a los ciclistas de sí mismos. Foto de B. Bade, ASO

Sin duda, había motivos más que suficientes para que el cuerpo de Tom dijera basta. Con el paso del tiempo, se conoció otro detalle más de su trágica jornada alpina: Simpson había amanecido con fuertes dolores estomacales, otro elemento más para añadir al cóctel que le dejó KO.

Según los registros médicos, Tom Simpson murió por un fallo cardíaco debido al agotamiento. La leyenda, y muy probablemente la realidad, es que falleció debido a la manga ancha con que se vivía el dopaje en ese momento.

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Borrón y cuenta nueva

"Lo único que Tom hizo mal fue morir. Él no hizo nada que otros no hicieran", apunta Barry Hoban, otro excompañero de equipo del inglés, en la biografía de Fotheringham. "Todo el mundo sabía que Tom tomaba drogas, pero el uso de la palabra 'tramposo' es errónea",

La Unión Ciclista Internacional reaccionó a la muerte regulando por primera vez en la historia el consumo de sustancias para aumentar el rendimiento en carrera. En el Tour de Francia de 1968 se realizaron los primeros controles antidopaje en aras de mejorar el espectáculo y proteger la salud de los ciclistas.

Desde entonces se ha recorrido un largo camino: sin el caso de Simpson, quizás estaríamos todavía en una situación paupérrima al respecto. La lacra del dopaje, sin embargo, sigue acechando al ciclismo como un nube negra a punto de descargar el chaparrón.

El dopaje sigue amenazando el ciclismo, pero afortunadamente hoy hay bastante más conciencia de sus peligros. Imagen vía Reuters

Es curioso que Simpson sea recordado como un héroe y tenga todavía un monolito en su honor en las laderas del Ventoux —que de hecho sigue siendo un punto de peregrinaje esencial para los amantes del ciclismo. Hoy sería complicado imaginar una fascinación similar por el estadounidense Lance Armstrong, que se convirtió hace unos años en uno de los mayores villanos del deporte de toda la historia por culpa de su sofisticada trama de dopaje.

Quizás ese sea el verdadero elemento para mantener la esperanza: el hecho de que el aficionado ya no esté dispuesto a tragarse más mentiras. El ciclismo merece estar limpio… y todo empezó gracias a un loco y apasionado inglés que se pasó de la raya en la subida más célebre al Mont Ventoux.

Sigue al autor en Twitter: @GuilleAlvarez41