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el gobierno egipcio contra los ultras

De cómo Egipto convirtió el fútbol en un asunto de seguridad nacional

Las autoridades egipcias han iniciado una campaña de represión contra los grupos ultras de los equipos de fútbol, a quienes consideran un peligro para el gobierno del presidente Al Sisi.
Foto de Amr Dalsh, Reuters.

El 17 de agosto de 2014, cuando salía de su oficina, el presidente del Zamalek Sporting Club egipcio fue víctima de lo que él considera un intento de asesinato. Mortada Mansour contó a las autoridades que había sido atacado por los propios fanáticos de su equipo, un grupo organizado de hinchas conocido simplemente como los Ultras. En las semanas posteriores al ataque, unos 50 Ultras fueron arrestados y presuntamente torturados. Muchos de los miembros de este movimiento compuesto por miles de jóvenes egipcios se enfrentan a cargos deterrorismo.

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Sin embargo, he hablado con abogados, periodistas y ultras que creen que detrás de esta represión hay mucho más que la denuncia de una celebridad deportiva o un aumento del 'hooliganismo' futbolero. Muchos de ellos sienten que se trata de una campaña de venganza dirigida por las fuerzas de seguridad del Estado que dominaban Egipto antes de la revolución.

El abogado egipcio Tarek al Awady lidera el equipo de defensa de los Ultras. "No hay ninguna evidencia de nada de esto", me dijo. "Mansour tenía cámara de televisión allí a las 3:00 AM y un abogado en su oficina, como si supiera lo que iba a ocurrir. Sus heridas, según los doctores, no podían ser de arma de fuego. Él afirma que le dispararon 14 veces, pero la policía solo pudo encontrar un único casquillo de escopeta y a 500 metros del lugar. Es imposible alcanzar un objetivo con una escopeta desde esa distancia".

Recientemente visité la oficina de Al Awady, escondida en un callejón polvoriento al norte de El Cairo. El equipo de defensa que lidera junto al doctor Walid al Kateeb es todo lo que se interpone entre estos jóvenes y el sistema carcelario de Egipto. Al Awady fue sorprendentemente audaz y me dijo que las denuncias fueron completamente cocinadas: "los diez detenidos no fueron capturados en el lugar, sus casas fueron allanadas después. ¿Cómo podía alguien saber quiénes eran?".

Al Awady insistió además en que los detenidos fueron maltratados: "los torturaron en presencia del presidente Mansour. Sus confesiones fueron retransmitidas por televisión, y cuando los chicos llegaron a la Corte todos lo negaron".

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Cuando millones de egipcios tomaron las calles en 2011 con la consigna "pan, libertad y justicia social", la respuesta de Hosni Mubarak, el presidente del país durante 30 años, fue de todo menos cálida. Los ciudadanos que marcharon a la plaza Tahrir con la voluntad de presionar al gobierno para conseguir un país mejor se encontraron con las balas y la represión de la única estructura eficiente que queda en Egipto: las fuerzas de seguridad. Todavía está por demostrar si las órdenes de disparar vinieron directamente de arriba, de la oficina de Mubarak; pero lo que sí es seguro es que la victoria llegó desde abajo, y los Ultras desempeñaron un papel fundamental a la hora de tomarse las calles y derrocar al líder de la nación más antigua del mundo.

Ahora, después de cuatro presidentes y tres años de convulsión, la sensación en el nuevo Egipto dirigido por el ex general Abdelfatah al Sisi es que las cosas están peor que antes. En nombre de la lucha contra el extremismo, el gobierno está reprimiendo a cualquier grupo que muestre disconformidad con sus políticas. Los Hermanos Musulmanes, la organización que gobernó el país tras la salida de Mubarak, hoy se considera ilegal y terrorista por parte de las autoridades. Otros colectivos, como los activistas de izquierdas, los laicos, los periodistas, los homosexuales y las ONGs deben estar en regla o se arriesgan a terminar en prisión.

En respuesta a las injusticias que dicen haber presenciado tras el supuesto ataque al presidente del Zamalek, los Ultras del equipo rápidamente se organizaron para protestar. La situación se tornó violenta: al día siguiente, 78 de ellos habían sido arrestados. La mitad fue liberada al azar y el resto se unió a la huelga de hambre que llevan a cabo los periodistas y los activistas encarcelados tras la entrada en vigor de la Ley de Protesta, que tipifica como delito cualquier tipo de manifestación. Por si esto fuera poco, el presidente Mansour, aprovechando la controversia, interpuso una demanda para que el movimiento de los Ultras sea declarado ilegal y terrorista.

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Mansour es una figura notoria del establecimiento prerrevolucionario. Abogado y comentarista, Mansour ya había sido investigado previamente por orquestar la extraña Batalla de los Camellos, en la que matones con espadas irrumpieron en la plaza Tahrir y atacaron a los manifestantes durante el primer día de protestas. El periodo de Mansour como presidente del Zamalek ha causado poco entusiasmo entre los hinchas: el 12 de octubre, el mandatario llegó a asegurar a la prensa que los Ultras le habían arrojado ácido nítrico mientras él se preparaba para dar a conocer al nuevo entrenador del equipo. Los hinchas respondieron publicando un video del incidente en su página de Facebook en el que le gritaban "perro del sistema" y aclaraban que en realidad se trataba de orines.

Aficionados del Zamalek pasando por un control policial para acceder al estadio en un partido de su equipo contra el Enppi. Foto de Al Youm Al Saabi, Reuters.

Al Awady también cree que Mansour es una "herramienta en manos de una fuerza mayor" y que las autoridades están simplemente ejercitando sus músculos. "Su estrategia es la siguiente: si no podemos controlarlos, al menos mandémoslos a la cárcel", explica.

Muchos comparten el sentimiento de que el gobierno arremete contra los Ultras con el fin de ponerlos en su lugar como desquite por la fuerza que han demostrado desde la revolución. A principios del 2012, un partido entre el club Al Masry de Puerto Saíd y el Al Ahly de El Cairo se convirtió en uno de los encuentros más sangrientos en la historia del fútbol. Tras el partido, un nutrido grupo de aficionados del Al Masry invadieron el terreno de juego saltando por las gradas y atacaron a los fans de Al Ahly con cuchillos, piedras y botellas. Fue un baño de sangre. Varias personas fueron arrojadas desde las gradas; algunos aficionados murieron en los brazos del cuerpo técnico del Al Masry, que se había escondido en los vestuarios.

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No pasó mucho tiempo antes de que aparecieran testigos asegurando que este episodio había sido orquestado. Según estos testimonios, los controles que usualmente se realizan a la entrada no se llevaron a cabo, las rejas que separan a los aficionados se abrieron abiertas, las luces se apagaron y las puertas de salida se mantuvieron cerradas cuando los fans visitantes intentaron escapar. Muchos ultras creen que los baltageya (asesinos a sueldo) estaban presentes y que las fuerzas de seguridad ignoraron la masacre que se desplegaba ante sus ojos… o lo que es peor, se limitaron a observar cómo su plan salía de acuerdo a lo previsto.

El suceso de Puerto Saíd es una tragedia que ha quedado marcada a fuego en la afición del Al Ahly. Sus 74 mártires son recordados en innumerables camisetas y en grafitis repartidos por todo El Cairo. Desde el día de los hechos, se prohíbe la entrada a los estadio a los grupos conocidos de aficionados violentos.

Fans del Al Ahly celebran un gol de su equipo contra el Zamalek. Foto de Amr Dalsh, Reuters.

En Egipto, los Ultras tienen un extenso historial de actos violentos —el encuentro más importante de la temporada es conocido como "el partido más violento del mundo"—, pero ¿son los grupos de fanáticos del fútbol del Oriente Medio una cuna de terroristas?

Sean cuales sean los motivos de la violencia, las tensiones solo aumentarán si el gobierno se niega a aliviarlas. "El principal motor de los Ultras es el fútbol", me dice James M. Dorsey, un experto en política y fútbol en Oriente Medio. "Los intentos de criminalizar este movimiento, junto con la prohibición de los espectadores y la represión generalizada que sufren en el país, solo servirán para que los Ultras se radicalicen".

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Comparto esta idea con dos aficionados del Al Ahly, Nino y Mohammed, en un café de El Cairo. "Nadie va a olvidar la sangre de sus hermanos asesinados ante sus ojos. Claro que se van a vengar", me dice Mohammed, aunque añade que pocos querrían esta última forma de castigo. "No queremos mártires. No queremos revancha en contra de alguien que es hermano de otro… pero no sabemos qué hacer. Después de la masacre de Puerto Saíd retuvimos a uno que era responsable, y la gente tenía armas, pero no pudimos matarlo. No fuimos capaces de hacer lo que él hizo".

Nino concluye describiendo la sombría lógica que, a su parecer, impera en estos días. "Están intentado empujarnos a ser más violentos, para que en lugar de utilizar balas de plástico puedan usar balas de verdad".

Nino participó en los enfrentamientos previos a la revolución, pero debido al clima político actual está ansioso por distanciarse de esas actividades. El joven aficionado golpea la mesa con rabia y frustración y asegura: "No sé con quién debería estar enojado, si con el Ministerio del Interior, los servicios de seguridad, la gente de Puerto Saíd… ¿cómo puedo definir mi ira hacia ellos? Estoy desarmado. No tengo la habilidad para enfrentarme con la gente contra la que debería tomar venganza".

Cuando les pregunto sobre la posibilidad de unir las acciones de todos los ultras de Egipto contra el Estado, Nino inclina la cabeza mientras Mohammed me dice: "Ahora todos estamos en la misma línea. Tenemos una causa, estamos luchando para volver a los estadios en contra de la voluntad del gobierno".

De vuelta a la oficina de Al Awady, le pregunto si los Ultras podrían llegar a ser más combativos si continúa la represión del gobierno contra ellos. Él apunta lo que está en juego: "Espero que eso no suceda. Espero que el gobierno no continúe presionándolos, porque en este punto esto podría convertirse en una situación muy crítica. Podría ser un asunto de seguridad nacional", concluye.

Este artículo se publicó originalmente en VICE.