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la que todos esperamos

Un destino irrenunciable: Canelo vs. Golovkin

La gran batalla de estos años es la que aún demoran el corpulento mexicano y el poderoso de Kazajistán.
Foto por Jayne Kamin-Oncea-USA TODAY Sports

Las grandes batallas hacen la historia. El box ha penetrado en el inconsciente colectivo a partir de combates imposibles en los que los luchadores han dejado su carne sobre el ring y construido o destruido los mitos en torno a su existencia. En nuestros tiempos, el peso de la época recae en los guantes de Saúl "Canelo" Álvarez y Gennady Golovkin, boxeadores que reflejan el espíritu de una época en que los dólares parecen haber reemplazado el honor y el orgullo en la decisión de subir al ring. Los talentos más brillantes de los medianos se encuentran en la disyuntiva de responder al clamor popular, a la vez que que quieren llenar sus órdagos de más dólares.

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No le tengo miedo a nadie. La afirmación hecha frente al mundo no para de resonarle a Saúl. La misma sensación que tuvo cuando supo que enfrentaría a Floyd Mayweather: no hay lugar para los débiles ni para el temor. Los grandes nombres, las grandes bolsas, la gloria. El camino atravesado por las leyendas que construyen la pasión por el box. Atrás había quedado el segundo triunfal en el que la carne de su brazo derecho se transformó en metal para impactar la cabeza de Amir Khan y enviarlo a dar un paseo cósmico a un universo paralelo. Ahora sólo importa el hombre de las 3 G. "El Canelo tiene miedo"; "El Canelo es una diva"; "Vergüenza de mexicano; "Cobarde". Frases que se eternizan en la Internet y hacen hervir su sangre, provocando una intranquilidad rabiosa que debe ser contenida diariamente por un Óscar de la Hoya devenido en hombre de negocios, ahora encargado de la misión de calcular milimétricamente los pasos a seguir para maximizar las ganancias de cada bolsa que produzca el Canelo sobre un ring. Pero aquella cuenta bancaria rebosante en dólares, que ya le ha asegurado décadas de bonanza a Álvarez y su eventual descendencia, no logran sacar de su subconsciente imágenes que lo abordan en vigilia y en sueños. En ellas, una peculiar escena se ha hecho recurrente; una habitación completamente blanca, y dos personas a lo lejos flanqueando dos salidas. En una, De la Hoya aparece vestido con un luminoso traje dorado, y lo invita con entusiasmo a atravesar su puerta, una puerta dorada llena de hermosas decoraciones y piedras preciosas de todos los colores, de la cual además provienen exquisitos aromas y fragancias imposibles de reconocer. En la otra, el mismo Golovkin aparece en pantalones cortos y con guantes de box puestos girando una gran rueda a la que parecen aferradas diversos cuerpos, que Canelo reconoce como los de Khan, Lemieux, Cotto, Mayweather y otros contemporáneos girando sin parar aferrados a su estructura. Subamos Saúl, le dice Gennady, mientras de un salto se aferra a la rueda y comienza también a girar en ella, a la vez que las puertas comienzan lentamente a desvanecerse justo antes que el sol de Jalisco se cuele entre sus párpados para indicar el inicio de un nuevo día en la vida.

¿Le tienes miedo, Gennady? Era la provocativa pregunta que emanaba de las bocas de Sergey y Vadim, sus hermanos mayores, al ver a algún muchacho en la vereda del frente o sea donde sea que estuviesen. La respuesta del pequeño Gennady siempre fue la misma: no. En el mundo de los Golovkin todos eran potenciales rivales y el temor una emoción desconocida. El placer de combatir venía desde las raíces y fue construyendo una montaña de víctimas que se asomaban otras dimensiones a través del sostenido castigo que les propinaba la triple G. La muerte de Sergey y Vadim —defendiendo en combate a la armada rusa—, fue un mazazo que no se acercaba a ningún castigo que hubiese recibido ni de cerca, pero que lejos de doblegar su espíritu lo endureció y, sobre todo, le hizo volver una y otra vez a esa imagen de infancia en las calles de Karagandá: "¿Le tienes miedo, Gennady?" Atrás quedó un amateurismo dorado y vino su fulminante irrupción en el profesionalismo, que tuvo un punto de inflexión en su contacto con Abel Sánchez, quien se encargó de borrar su impronta amateur, para elevar —mexicanizando su estilo— su agresividad a límites insospechados . Rosado, Ishida, Rubio, Macklin, Gaele, Monroe Jr, Lemiux y Brook —bofes o no—, han sentido la sostenida demolición en sus órganos, el incesante martilleo golovkiano que todo lo revuelve y conduce hacia alucinaciones en las que de pronto, todo se apaga. Su quijada de acero ha sido un impedimento para que él mismo alguna vez alucinara a través del castigo, pero sentado en su esquina, rostro intacto y ojos cerrados, a veces se le aparecen Sergey y Vadim, ¿Le tienes miedo, Gennady? Y la respuesta siempre es la misma: no. En las noches de Canelo, mientras gira la rueda, sobresale el rostro de Golovkin y le dice, ¿Me tienes miedo, Canelo? La respuesta no siempre es la misma.