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Ciclistas: ¿villanos o víctimas de las calles del DF?

Si los autos respetan el carril de ciclistas y los ciclistas respetan las banquetas y los semáforos, todos contentos y felices.

"¡Fíjate pendejo!", me gritó un ciclista mientras intentaba cruzar una avenida. Yo había estado esperando la señal del hombrecito verde que camina. En cuanto el semáforo me indicó que podía pasar, puse un pie en la calle y sin darme cuenta de donde venía, una sombra pesada y veloz se cruzó frente a mí, seguida de un grito furibundo que se quedaría grabado en mi cabeza por muchos días: "¡Fíjate pendejo!" Lo primero que pensé fue que efectivamente yo era un pendejo por no fijarme —cómo me habían enseñado mis padres hace muchos años— hacia ambos lados de la calle. Pero después, varias cuadras más adelante, caí en cuenta de que la luz verde del semáforo me había dado el derecho de paso y que el pendejo no había sido yo sino el idiota que se había pasado el alto. Mientras caminaba, fui reconstruyendo los hechos mentalmente imaginándome toda una serie de mentadas de madre que le pude haber contestado al ciclista que me acaba de pendejear y que, como suele suceder en este tipo de ocasiones, no le dije en su momento. Esto me hizo recapacitar y darme cuenta de un problema del que yo y mucha gente hemos sido víctimas: el abuso de los ciclistas en la ciudad.

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Sí, ya sé que es maravilloso ir por la calle y ver a tanta gente andando en bicicleta. Es verdad que se ven realmente divinos todos esos seres humanos que van por ahí pedaleando con fervor, con la libertad que les otorga ese curioso instrumento de dos ruedas. Sé perfectamente bien que todos esos bigotes ondulándose en el aire montados en sus bicicletas fixie, las chicas de faldita paseando en su bicis retro y los montones de oficinistas de traje que circulan por Reforma sobre una ecobici representan esa imagen de libertad, de conciencia ecológica y de buena onda que tanto está en boga. Pero la realidad es que muchos de los ciclistas son unos verdaderos cafres de las dos ruedas. Son rufianes que igual andan por las banquetas, como pasándose los altos, cruzando por donde se les da la gana, atropellando personas y aventando la lámina de bicicleta a quien se les ponga enfrente. Lo de hoy es aventarse en bicicleta en plena vía rápida y sin casco, olvidar el sentido de las calles, correr una bicicleta como alma que se la lleva el diablo por las banquetas más estrechas y mentarle la madre a quien no se quite. ¿Por qué? Pues porque andar en bici es lo más cool que puede haber, y lo menos regulado.

El problema radica, como en la mayoría de los casos en México, en que no existe un reglamento definido para ciclistas. En el Reglamento de Tránsito Metropolitano, existe un artículo excesivamente vago con respecto a las bicicletas, en donde no se especifica nada acerca de las normas que debe seguir un ciclista dentro de la ciudad. Lo cual deja a los amantes del biciclo en un limbo legal tan afortunado como desafortunado para aquellos que les gustaría caminar libremente y con tranquilidad por una banqueta o manejar sin miedo a convertirse en el verdugo de algún ciclista aventurero. Por supuesto, la información disponible respecto a los accidentes que han ocasionado ciclistas irresponsables, tanto a peatones como a automóviles, es nula. No existe una cifra definida por parte de ninguna autoridad (competente o no competente).

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En los últimos cinco años, el número de ciclistas aumentó considerablemente. De acuerdo con la Secretaria del Medio Ambiente, en el año 2014 se registraron 135,000 viajes, lo cual representa un incremento del 35 por ciento en comparación con años anteriores. El DF es una de las ciudades en las que el boom del ciclismo ha explotado como no se había visto antes en el país. Tan sólo la red de bicicletas públicas ECOBICI es la más grande del mundo con 605 cicloestaciones, más de 6,000 bicicletas y un contador con 28,026,027 viajes registrados que aumenta cada segundo. A estos datos habría que sumar las bicicletas particulares de las cuales no existe una cifra real. En general se habla de que en la ciudad de México existen alrededor de 500,000 usuarios, lo que implica tener cerca de 1,000,000 viajes diarios.

Ante estos datos el gobierno tiene el deber de tomar cartas en el asunto. Primero, definiendo una legislación un poco superior al pobre texto perdido dentro del Reglamento de Tránsito, en dónde indica: "Los ciclistas que no cumplan con las obligaciones de este Reglamento serán amonestados verbalmente por los agentes y orientados a conducirse de conformidad con lo establecido por las disposiciones aplicables".


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En segundo lugar, se debería otorgar un lugar determinado para el tránsito de las bicicletas. Aunque ya existe una ruta, ésta resulta en la mayoría de los casos insuficiente y mal trazada. Según el Ranking Ciclociudades 2014, el gobierno ha invertido tan solo $3.20 pesos por habitante para financiar la movilidad urbana, incluyendo a los transportes no motorizados. En dicho ranking la Ciudad de México obtuvo 39 puntos de 100 posibles para ser considerada una ciudad digna de ciclistas, lo cual habla de lo mucho que falta aún, sobre todo ante la alta demanda.

Sumemos a eso el factor del estrés citadino. El resultado es la denominada "furia del manubrio". Ciclistas tomando avenidas desde los carriles centrales, culebreando entre los automóviles, deslizándose sobre banquetas y andadores exigiendo a los peatones que se quiten de en medio, con la mirada puesta en el camino, las manos agarradas al manubrio y la mente centrada en llegar en cuanto antes, por cualquier medio posible.

Pero dejemos a un lado el sentimiento de odio. La mitad de los problemas que implican vivir en una ciudad como el DF se resuelven con respeto. Eso es todo. Tan fácil como eso y a la vez tan difícil de conseguir. Y es que el respeto es un contexto sumamente claro y que todos entendemos a la perfección, defendemos en las redes sociales y enaltecemos en nuestros discursos de borrachos filosóficos cada viernes por la noche. Pero cuando se trata de llegar temprano a la oficina, ese contexto pierde sustancia y se convierte en un hashtag superfluo en las redes sociales.

A mi manera de ver las cosas, si todos respetamos el espacio de los demás, nadie tiene por qué sufrir. Si los autos respetan el carril de ciclistas y los ciclistas respetan las banquetas y los semáforos, todos contentos y felices. Por lo menos en cuanto a movilidad urbana se refiere, lo cual ya es mucho decir.