FYI.

This story is over 5 years old.

La pura puntita

Somos unos solitarios

¿Le confiarías a tu novia y una botella de ron a tu amigo el más pervertido?

Iván Farías colaboró con nosotros para nuestro primer Número Anual de Ficción y su libro de cuentos se estrenará en abril a través de Nitro Press, estamos seguros que valdrá la pena echarle un ojo. Por el momento, aquí les dejamos una muestra de su trabajo.

Ilustración por Tozko Maza.

Pertenecemos al mismo grupo:

una fraternidad secreta de solitarios,

inválidos recluidos y extravagantes.

Paul Auster

Publicidad

Oscar echó una bolsa de Sabritas en la canastilla de aluminio. Llevaba una gorra negra, con una C estilo gótico en el frente. En su rostro se dibujaba una sonrisa un tanto retorcida, que hacía a uno dudar si en verdad estaba feliz o sólo era una especie de deformidad ocasionada por algún nervio. Llegó a la caja del minisuper seguido de un amigo. El otro sujeto traía un gorro tejido, también negro, del que escapaban unos cabellos largos.

            —¿No quieres algo más, Vini? Aprovecha que estoy feliz –dijo viendo a la cajera.

            —¿Encontró todo lo que buscaba? –Habló ella con monotonía, sin esperar una verdadera respuesta. Oscar no le hizo caso. Tomó unos Marlboro y los dejó en la banda continua.

            —Esto también.

            Pagó al momento que le dijeron cuanto era y se guardó el cambio hecho bolas en la bolsa del pantalón, sin siquiera revisarlo.

            —Estoy feliz, tan feliz como no te imaginas, Vini. A fin de cuentas somos unos solitarios y no hay nada como que a uno lo visiten por sorpresa sus amigos. No te parecería formidable que algún día, cuando estés viendo la tele, tirado en un sofá ya marcado con tu silueta, tocáramos a tu puerta Esteban y yo, como me pasó hoy a mí. Es formidable Vini, de verdad.

            Oscar traía abrazada contra sí una bolsa de papel con dos botellas de ron y un paquete de comida para microondas; Vini una pequeña bolsa con los cigarros y una Coca Cola fría que remojaba el papel. De cuando en cuando se soplaba los cabellos que le caían en la cara.

Publicidad

            —Precisamente hoy estaba pensando en ustedes. Les tengo una enorme sorpresa, algo que no me van a creer. Sé que me he alejado un poco, que desde que me salí de la tienda ya nada es igual. Pero como les expliqué Vini, eso de la seguridad en pequeña escala, de estar persiguiendo muchachitos que se ponen una camiseta sobre la otra pretendiendo robarlas, de pasarle revista a señoras gordas que se guardan un shampoo por diversión o detener a los niños que se comen el cereal, no me iba a llevar a nada. Me cansé de ser tan solitario. Es una rutina que cansa Vini. Desde que murió mi perro me he sentido muy vació. Tú sabes, todo el mundo se mueve en parejas, en grupos. Somos animales que vivimos en comunidad. Si cometes el pecado de ser un solitario te excluye, no cuadras, no concuerdas con nadie. Poco a poco lo vas entendiendo. Tal vez eso desencadeno todo lo que ha sucedido en mi vida.

            Caminaban por una calle llena de charcos de lluvia. La luna se reflejaba en ellos, como si su hermana del suelo fuera de gelatina y se moviera ante los pasos de los transeúntes.

            —Luego de que me salí de la tienda tuve mucho tiempo para pensar en mi vida, y no era nada halagadora. Digo, hay algo demente en irse directamente a la tele en cuanto se llega del trabajo y tenerla de compañía por las mañanas. Creo que he hablado más veces con el correo de voz del noticiario de la noche que con mi hermana en Tamaulipas. Pero es algo que no puedo evitar Vini. Soy hombre de pocos amigos. Tú sabes, no todos pueden soportar una plática de alto nivel, como tú ahora o como Esteban. La mayoría aceptan vivir como son; en cambio nosotros Vini, no. Todavía le damos la lucha al sistema. Eso lo supe después de oír mi curso de Superación Personal Omega. Es fenomenal. No sabes, por muy poco dinero obtienes todo un paquete que te ayuda a comprender lo que se necesita para ser un triunfador. Y llega de inmediato, dos semanas a lo mucho. El licenciado ese, no recuerdo su nombre, te hace brincar del asiento y querer realizar todo a la de ya.

Publicidad

            Vini se cambió de mano la bolsa.

            —Perdona que te interrumpa, pero quería saber si todavía tienes los videos –preguntó tras las cortinas de sus cabellos.

            —¿Los de seguridad?

            —Sí, esos de la cámara en el baño de las mujeres.

            —Todavía. Eso deja huella. Uno no se puede deshacer de ellos como si fueran cualquier cosa. Pero volviendo a lo nuestro. Te digo, tuve mucho tiempo para pensar por qué seguimos siendo así. Después de todo los solitarios no cuadramos en esta sociedad; ya te había explicado porque. No sé en que consistió el error en nuestras vidas, pero el Curso Omega nos explica que no podemos seguir siempre así. Necesitamos formar una familia, tener hijos, educar a alguien. En fin, continuar con este hermoso ciclo de existencia. Ahora me doy cuenta que no es normal que no tengamos empleos que nos llenen de satisfacción, que no veamos correr a nuestros hijos por ahí. Esta bien Vini, yo también juré que no me iba a casar, pero ya ves. El Curso Omega me hizo despertar.

            Vini abrió muy grandes los ojos, asintió y encendió un cigarro.

            —Sé lo que piensas. Pero reflexiona un poco ¿a cuántas fiestas te han invitado últimamente? A ninguna, estoy seguro. No es normal nada de lo que hacemos. Para serte sincero ya tenía mucho tiempo sin probar los labios de una mujer. ¿Sabes lo horrible que es por las noches soñar con el mejor orgasmo de tu vida y tratar de buscar a alguien para consumarlo y no saber ni cómo acercártele? Ojalá no hayas pasado por eso, Vini, es horrible. Todo iba mal hasta que conocí a Marta. No sabes lo comprensiva que puede llegar a ser en cuanto hablas con ella. Es una hermosura, una verdadera muñeca. Sí Vini, así es, esa es la sorpresa que les quería dar. Me enamoré de Marta. Antier la traje a la casa y que mejor que hoy para festejarlo. Si la conocieras, también te enamorarías. Es una fiera en la cama. No hay nada que no le guste o que se niegue a hacer. Su piel es de latex, suave, ligera.

Publicidad

             En ese momento ya habían llegado a la entrada de un edificio con una puerta enmohecida. Óscar buscó las llaves en sus bolsillos sin querer soltar la bolsa. Su amigo se limitaba a verlo. Por fin las encontró y tratando de atinarle a la cerradura erró dos veces.

            —¿Pero entonces sí los tienes? –volvió a preguntar con los ojos encendidos. —Esteban me neceó ayer todo el día. Vamos por las cintas, vamos por las cintas, vamos por las cintas. Lo que quiere volver a ver es a la señora embarazada, esa a la que se le empieza a correr la leche en el inodoro y que ensucia todo el papel. Tenía su copia, pero de tanto verla se rompió.

            El tipo empujó la puerta, se metió con cuidado, adivinado el camino en la oscuridad.

            —Sí, me imagino. En donde estoy trabajando ahora monitoréan a todos los clientes. Ahí fue donde conocí a Marta. Todos los días pasaba por su local y me coqueteaba, soltaba unas sonrisas sugerentes, se vestía con ropa sexi y no me dejaba de ver. Muchos pasaban y la veían, pero no les hacía caso. No sabes lo feliz que me puse cuando pude tenerla entre mis brazos. El dueño de la tienda fue de lo más amable cuando le dije que quería llevarme a Marta, la llenó de piropos. Le encantaba enumerar todas sus virtudes, al grado que estuvo un buen rato hable y hable. –Oscar se quedó, pensativo sosteniendo la puerta con la llave dentro. Suspiró y luego dijo: Tengo videos mejores que esos. Ahora que ya no estoy solo se los voy a regalar, ya no hay ninguna razón para seguir guardándolos.

Publicidad

            Vini hizo una cara de satisfacción inmediata, los ojos se le iluminaron.

            —Por eso te queremos. Siempre supimos que podíamos contar contigo. A propósito, ¿en donde trabajas?

            —En un Mall en San Ángeles. Voy y vengo diario. Es un buen empleo, te dan arma y te permiten llevarla contigo. —Oscar se levantó un  poco la chamarra a la altura de la cadera y mostró las viejas cachas de una Colt .38. –El uniforme es increíble, se parece al de la policía federal. Es gris con negro, muy bueno, muy resistente.

            —¿Y Marta está allá arriba? —Vini soltó una risita escupiéndola entre los dientes. —Ya ves cómo es Esteban.

            Oscar se puso serio y subió los escalones de dos en dos. De repente algo no le pareció del todo bien.

            —Órale guey, espérate. Nada más es una broma. A lo que venimos es a lo de los videos —Gritó atrás de él

            ¿Y si Marta estaba con Esteban? No, la conocía, ella no era así. Sus besos eran nada más para él, no podía engañarlo. Aparte nada más habían ido a la tienda. Abrió lo más rápido que pudo la puerta de su departamento, dejó la bolsa en una barra en la que había platos sucios, cubiertos por una telaraña de hongos. Caminó lentamente por la alfombra que cubría la sala pensando intermitentemente en Marta y el idilio que llevaban desde hace poco, en lo cerdo que era Esteban, en lo callada que era ella, en lo poco confiable de su amigo. Oyó unos sonidos extraños que venían de su habitación.

Publicidad

            —Marta. ¡Marta! ¿Dónde estas? –Preguntó con el rostro compungido y la mirada líquida. La luz se escapaba por las hendiduras del marco de la entrada. Sintió la agitación en el otro cuarto

            Desenfundo la pistola y la empuñó con las dos manos. De una patada abrió la puerta. Sobre su cama un hombre desnudo subía y bajaba de la muñeca de látex. Los cabellos rubios de ella se agitaban con cada embestida. Su amante bufaba como un animal corriendo. En cuanto Esteban escuchó el portazo, giró lo más rápido que pudo para ver al intruso. Se quedó de una pieza.

            —¡Que poca madre cabrón! Vienes a mi casa, te tomas mi ron —señaló con el arma una botella de Baraima sobre el buró —y te coges a mi vieja.

Oscar se sintió como un imbécil. La cara se le había convertido en una masa de músculos y nervios en tensión.

—¿Por qué? ¿por qué? —Oscar caminaba tambaleante. La pistola subía y bajaba como si estuviera ebria, como si la mano que la detenía fuera una serpiente.

            —Tranquilo cabrón, no te pongas tan así. Somos amigos. —Dijo Esteban levantando las manos y apenas entendiendo lo que pasaba. La muñeca permanecía inmóvil. No parecía dar el menor signo de querer levantarse.

            En ese momento entró Vini dejando caer la bolsa al suelo. La escena era delirante.

            —Tranquilízate cabrón. ¡Baja la pistola! —Gritó Esteban sintiéndose doblemente asustado. La desnudez no ayudaba en nada.

            —¿Cómo quieres que me tranquilice si te estas cogiendo a mi mujer, y la muy perra no dice nada?

Publicidad

            —¡Estas loco guey! Estás bien loco —gimió Esteban con las manos en alto evitando hacerlo enojar.

            —¡Vete a la chingada!

            Los disparos salieron uno tras otro, acompasados, haciendo un ballet efímero en el aire, crank, crank, crank. Esteban cayó de espaldas sobre la cama con tres heridas de bala escurriendo sangre. Vini se le quedó viendo al cuerpo sin vida, mientras Oscar caminaba hacia la mujer diciendo en un susurro “Marta, Marta”, como un niño.

            —Estás loco cabrón. —dijo Vini con los cabellos metiéndosele en las comisuras de la boca. Sabía que lo mejor era no acercarse demasiado.

            —Era mí Marta. –Exclamó. Marta se desinflaba poco a poco.

            —Eres un pinche demente, cabrón —sentenció Vini, recargándose en el marco de la puerta. —Era una muñeca, una pinche muñeca.