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Cultură

La crítica ofensiva

En 1965, la revista ‘Horseshit’ lanzó un ataque directo contra todo. ¿Por qué nadie ha oído hablar de ella?

Illustrations by Robert M. Dunker

No fue hasta el año pasado cuando supe del secreto de la revista Horseshit, fisgando en una tienda de excedentes militares. Era una de esas amenazadoras, cada vez más raras de ver tiendas de objetos del ejército y la marina que en 1993 popularizó la película Un día de furia, poco iluminadas, decoradas con artefactos nazis y máscaras antigás colgantes. Tuve la sensación de que era la clase de lugar en el que uno debe tener cuidado de no aventurarse demasiado hacia el cuarto trasero, no sea que nunca vaya a salir. Aunque el dependiente estaba hablando con otro cliente, podía sentir sus ojos vigilándome. Delante de un mostrador en el que había expuestos gemelos de la Luftwaffe y raciones militares, me encontré mirando una publicación llamada Horseshit. Ocupaba la portada una contundente ilustración de un hombre con la cara envuelta en alambre de espino. Me recordó a la portada de Winston Smith del Give Me Convenience or Give Me Death, de los Dead Kennedys. Evidentemente, pensé, esta es una revista punk de la que yo no tenía noticia. ¿Qué estaba haciendo en un sitio como ese? La abrí y me di cuenta de tres cosas: 1) La revista se había adelantado al punk al menos diez años.
2) Estaba llena de dibujos tremendamente excitantes de mujeres desnudas.
3) También estaba llena de perturbadora propaganda antimilitar (niños empalados en bayonetas, marines como demonios babeantes), de la clase que si el hombre del mostrador supiera lo que estaba mirando, lo más probable es que me pegara una paliza.

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Levanté la vista. El propietario, aunque seguía conversando con otro cliente, tenía la mirada clavada en mí. “Disculpe”, dije levantando la revista. “¿Cuánto cuesta?” Los dos hombres dejaron de hablar. El propietario me midió con los ojos sin tratar de disimular su desagrado. “Eso NO está a la venta”, respondió por fin. Asentí y me dirigí a la puerta de la calle. Su rayo de la muerte cargado de odio me siguió hasta el exterior. Aquella fue una oscura y misteriosa introducción a una revista oscura y misteriosa. Más tarde estuve buscando pistas de Horseshit en internet, pero no había muchas. Supe por una página web que la revista la publicaban dos hermanos, Thomas y Robert Dunker (Thomas, parapléjico, murió en 2003). En 1968, Horseshit era responsable (junto a Zap, Snatch y el manifiesto SCUM) del arresto de un librero de Berkeley, Moe Moskowitz, bajo la acusación de vender pornografía. Un año más tarde, Frank Zappa citó la revista en su canción “German Lunch”. Más allá de este par de bocaditos de información, Horseshit ocupaba el vacío. Unos cuantos vendedores online ofrecían la colección completa, cuatro números, por 150 dólares. Por casualidad encontré una web que vendía el lote por una cantidad muy inferior, y me apresuré a aprovechar la oportunidad. Hice mi pedido y, de inmediato, sentí que quizá había hecho el primo. ¿De verdad era posible que esta revista le hubiera pasado desapercibida a toda la gente que yo conocía? Se instaló en mí una oscura sensación de paranoia: todo empezaba a parecer un elaborado timo que concluiría con el vendedor de eBay y el agresivo tipo de la tienda de efectos militares repartiéndose mi pasta a medias.

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Dos semanas más tarde llegaron las revistas. La portada del primer número presentaba un dibujo a línea clara de un soldado del ejército estadounidense de rango indeterminado sosteniendo un rifle automático. Con la otra mano levantaba por los pies a un niño al que acababa de cazar, como si fuera un pato. Bajo la cabecera de la revista figuraba el lema LA CRÍTICA OFENSIVA, y en la esquina inferior derecha, ¡AL ATAQUE! La letra pequeña me informó de que la revista la publicaba Gauntlet Press, de Hermosa Beach, California. Lo más increíble era que estaba fechada en 1965. El número se abría con una introducción breve y cortés: “Hace algún tiempo, dos hombres jóvenes, los hermanos Bob y Tom Dunker, decidieron que había una necesidad real de una revista que combinara ilustraciones fuertes, valientes y humorísticas y una escritura franca, sagaz e inteligente… Recuerda que cuando lees una revista normal, lo que estás leyendo es lo que algún escritor cree que quieres leer, no sus propias opiniones… Horseshit no tiene ese problema. Es el trabajo de unas personas, no de un comité”. El primer artículo, “Titulando la revista”, es un diálogo dramatizado entre tres personajes barajando diferentes nombres. Los personajes conciben y debaten una larga lista: Asshole, The Clitoris, Contraceptive (“No es bueno, no se pueden mandar anticonceptivos por correo”), The Cow Flop, Cunts I Have Known, The Curse, The Diarrhea of Anne Frank, Dildo, Flatulence, The Hermosa Bitch, The Hermosa Rag, The John, The Masturbation Manual, The Nocturnal Emission, Nooky, Prick, Screw (tres años antes de la Screw de Al Goldstein), Self Abuse for the Obtuse, The Shaft, The Strumpet, Supposi-Stories, Ten Inches, The Toilet Paper, Twat, Urine y Washington’s Monument. Los editores de Horseshit, ya desde el principio, hacen cachondeo autorreferencial sobre lo absurdo de la situación y de la publicación que van a alumbrar: Bob: ¿La guía de la casa de putas?
Gordon: Exacto, una revista diseñada para ser leída en el recibidor de las casas de putas mientras esperas turno para ir escaleras arriba. (El personaje de Gordon, tal vez basado en un tercer socio en la vida real, desaparece después de esta breve intervención). Otros artículos incluyen:
• Una extraña historia corta desde la perspectiva de un aldeano de las Indias Orientales.
• Cuatro páginas de aforismos adultos (“La vida es una puta, llena de úlceras ocultas y olores secretos”) y poesía guarra.
• Recuerdos personales sobre la educación sexual.
• “Ready, White and Blue”, cuatro páginas de ilustraciones antimilitares dibujadas al estilo esquemático de las caricaturas políticas de la época.
• Una breve historia de una página: “The Plot to Kill the Queen.
• Ocho páginas de dibujos de mujeres desnudas con entrepiernas gloriosamente pilosas.
• Una pieza teatral de diez páginas sobre los pacientes de un hospital de veteranos.
• Un editorial sobre las relaciones sexuales con menores (parece que los Dunkers desaprobaban que un adulto pudiera ir a la cárcel por mantener relaciones consentidas con un menor).
• Dos páginas de “Support Your Loco [sic] Police”.
• “Boob Golf”, una historieta a dos páginas que claramente se mofa de Playboy.

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En

Horseshit aprecié la línea clara que más tarde utilizarían la Iglesia de Subgenius, Crass Records, Devo, los Feederz y Raymond Pettibon. Como voraz coleccionista de fanzines, me dejó pasmado que nunca hubiera oído hablar de éste. Volvió a asaltarme la duda: ¿sería un elaborado engaño producido en el siglo XXI? Cosas más raras se han visto. No está de más hacer cuenta de lo diferente que era todo en 1965. La revista Mad había instigado la deriva de la juventud americana hacia la izquierda, pero aún tardaría casi una década en publicar su famosa portada del dedo medio extendido. National Lampoon no existía y para el debut de Monty Python faltaban cuatro años. El antagonismo de los Dunkers era en extremo discordante en tiempos en los que la disensión era una forma de expresión aún en pañales. Próximos a alguien como Lenny Bruce—cuya posición contra los agentes de la mojigatería al menos le procuró una duradera notoriedad—, los Dunkers no cosecharon significación cultural alguna. Lo increíble es que lo que Horseshit ofrecía estaba más allá del inconformismo, y sin ningún apoyo: sin estrellas del rock como amigos, sin abogados de izquierdas que les sacaran de apuros ni masas de jóvenes deseosos de ayudar a su causa. Los distintos estilos sugerían la participación de artistas diferentes. Las ilustraciones son profesionales y aun así feroces. Hay desnudos de trazo claro y esmerado (la mayoría mujeres, aunque no todos); otros, sombreados con descuido; sobrias ilustraciones con punteado y enloquecidos garabatos de militares embrutecidos y perversiones sexuales. La rúbrica tipográfica característica de la publicación—el pictograma de una mano con el dedo corazón extendido—parece el cuidado logotipo de una compañía de skateboard actual. Hasta que leí las palabras “todos los dibujos son de Robert M. Dunker”, estaba convencido de que los Dunkers, como mínimo, habían encontrado a mediados de los 60 una especie de cofre del tesoro de imágenes preelaboradas para adultos. Dada la naturaleza marginal de la revista y lo profesional de la obra gráfica, empecé a preguntarme si otras publicaciones a lo largo de los años no habrían arramplado con el trabajo de Dunker como si fuera clip art libre de derechos. Más tarde descubriría que muchas, entre ellas Playboy, hicieron exactamente eso. La más obvia coetánea de Horseshit, Fuck You: A Magazine of the Arts, tenía acceso a pensadores y artistas de gran calibre de inicios de los 60: Burroughs, Ginsberg, Warhol y otros. La presentación de Fuck You, sin embargo, era efímera y amateur: el fanzine de poesía mimeografiado de un universitario de primer año. Dejando aparte el título, Horseshit, por el contrario, era una publicación estilizada y seria que no habría estado fuera de lugar ni en la consulta de un médico ni en el recibidor de un lupanar.

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El segundo número está fechado en 1967. El formato sigue siendo el mismo, pero en esta ocasión los hermanos Dunker han cambiado el nombre de su compañía editora, de Gauntlet (una “publicación homosexual” ya existente) a Scum. También parecen estar expresando sentimientos aún más airados que los del primer número, abriendo con una historia sobre un hombre joven que se niega a ser arrojado a un volcán y la siguiente afirmación: “Si no has pillado que nuestra sociedad hace sacrificios humanos, no leas esta revista.

Horseshit es un mensaje procedente de la jungla. Es peligrosa. Si la lees, puedes encontrar que estás de acuerdo con algunas de las cosas que decimos. Entonces los demás pensarían que eres un loco o un traidor. En vez de eso, ve a presenciar sacrificios humanos. Puede que tú seas el siguiente”. Los contenidos incluyen:
• “Canonize JFK Now”: un artículo parodiando el martirio de Kennedy con gran acidez y sarcasmo.
• “Cunt is a Christian Word”: un atroz poema de dos páginas (“No hay polla más grande y dura que la que tu Iglesia te ha clavado”) con una maquetación exquisita. Curiosamente, una ilustración de una mujer desnuda con brazos y piernas abiertos omite sus genitales. ¿Posible autocensura?
• Un artículo sobre dar educación sexual a los jueces.
• “The Fetishist”, un cómic en el que un zapato antropomorfo y pervertido se encierra en un dormitorio, abre el armario, encuentra una hilera de pequeños seres humanos y procede a frotarse extáticamente su cuerpo de zapato con uno de ellos, hasta que varios zapatos-policía derriban la puerta e irrumpen en el cuarto.
• “The Last Words of Jefferson Monroe Just Before He Was Torn to Pieces on the Floor of Congress”, escrito al estilo de una obra teatral contemporánea pero con abundancia de lenguaje no contemporáneo (Muestra de diálogo: “¡Lo único que hacéis es lamerle el culo a vuestros amos ricos!”)
• Diez páginas de juguetones “dibujos patrióticos” que parecen sacados del cuaderno de colorear de un niño con mente sucia.
• Seis páginas sobre el Kama Sutra, escritas como si fuera un gag explícito de la revista Mad.
• Dos páginas de chistes sobre mujeres.
• Una página de “Breves”, incluyendo un varapalo a los islamistas negros: “Se han pasado el tiempo hablando del hombre blanco como si fuera un demonio y dando a entender que debería ser borrado de la faz de la Tierra. Y, con todo, ¿han matado a alguno? ¿Cómo esperan competir con las iglesias cristianas, que han matado a millones?”
• Una historia corta de siete páginas sobre un soldado raso que se vuelve loco y empieza a acechar a los oficiales de su base como un asesino en serie.
• Una explicación en la contraportada del por qué del alto precio de Horseshit, dos dólares (unos 13 dólares de hoy): “La mayoría de imprentas no la quieren imprimir, ni los tipógrafos crear nuestras tipografías, ni los distribuidores encargarse de ella, ni la mayoría de libreros venderla. Batallar contra todos esos idiotas agota nuestro presupuesto”. A continuación, los editores ofrecen a los lectores suscribir a sus enemigos a la revista. Toda ella ofrece una extraña impresión de aislamiento. A excepción de un par de breves menciones a Realist y Eros, no hay referencias a ningún tipo de contracultura americana (sí hay, sin embargo, un anuncio que destaca que Horseshit NO es miembro del Sindicato de Prensa Underground). Los hermanos Dunker estaban entonces a mediados de la treintena, radicalizados pero desconectados de la izquierda organizada. En el más auténtico sentido de las palabras, eran ciudadanos cabreados que habían decidido pasar a la acción.

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En el tercer número, publicado en 1968, la desarmante honestidad de los Dunkers se mantiene: “Sacamos esta revista por la misma razón por la que los chavales pequeños corretean de un lado a otro, gritan y hacen ruido. Porque estamos vivos. Eso es todo. Porque estamos vivos”. También presentaba un notable incremento del sentimiento antimilitar; los escritos y los gráficos son mucho más amargos. Sobre los campos de entrenamiento de reclutas, Thomas Dunker proclama: “Todo eso del entrenamiento es una chorrada. Una excusa para darle a los sádicos militares de carrera la oportunidad de llevar a cabo sus perversiones a costa del contribuyente”. El número, además, ofrece una selección de los pósters antimilitares de los Dunkel (diez por un dólar) el mismo año de la Masacre de My Lai y dos antes de que Jane Fonda y Donald Sutherland pasearan por los escenarios su obra teatral “F--- the Army”. Hay también un artículo titulado “Committee of the Gods and the Female Tits and Ass” que concluye diciendo “Un hombre no puede ignorar el culo de una mujer más de lo que un perro puede ignorar a un conejo; por tanto, obliguémoslas a ponerse en forma”. A lo largo de la revista se puede apreciar esa fangosa misoginia propia de la izquierda pre-años 70. En “A Year’s Supply of Excuses for Girls”, los Dunkers ofrecen lo que el título anuncia: excusas para chicas. “Él me obligó”, “Estaba demasiado borracha para darme cuenta de lo que estaba haciendo”, “Me dijo que me despediría si no lo hacía”. Las mujeres son, a menudo, objeto de chanza: uno de los artículos habla de sus “apenas perceptibles” ondas cerebrales.

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El cuarto número es el grande, lo cual quizá tenga que ver con el hecho de que se publicó en 1969. Con 56 páginas, es el más largo de la colección y el primero en incluir un formulario de pedido en su interior y una advertencia en la portada (PROHIBIDA SU VENTA A MENORES). La ilustración de portada, un dragón sosteniendo la Tierra y escupiendo fuego hacia el éter, no es nada incendiaria, pero en el interior aguardan algunos de los contenidos más feroces que jamás hayan aparecido en revista alguna. ¿Eran los hermanos Dunker el dragón que resguarda al planeta del fuego, o bien habitantes del planeta cautivos del dragón? Los contenidos incluyen:
• “The Nut Growers Foundation”, un texto que satiriza las conspiraciones.
• Un artículo, bastante pedestre para los tiempos que corrían, titulado “Old Believe… Young Think” (“La gente mayor cree que es una vergüenza ir a la cárcel. Los jóvenes están avergonzados de no haber tenido los huevos de ir a la cárcel”).
• Seis páginas de “The Circulation of the Blood During the Sex Act”, con ilustraciones de órganos genitales mucho más explícitas que las encontradas en el número 2.
• Un artículo de dos páginas, “How Flowers Mate… and Eliminate”, con un inesperado golpe de (¿irónico?) racismo cuando, entre las guarrindongas flores con grandes tetas y falos, un cipote marchito aunque especialmente largo aparece etiquetado como FLOR NEGRATA.
• Un relato corto de 16 páginas, “The Lesson They’ve Been Trying to Teach Us”, que empieza como porno entre menores y pronto se convierte en un cuento sobre el incesto. La historia está escrita de un modo honesto y desarmante y parece tener un ambiguo cariz político (¿son los americanos sexualmente convencionales? ¿Es correcto que los adolescentes tengan sexo unos con otros?). Incómoda y tremendamente siniestra, la pieza es un adecuado grand finale a la revista.

Cuando por fin localicé al elusivo Robert Dunker, me enteré de que vivía a sólo 45 minutos de la tienda donde descubrí su revista. Ya octogenario, se mostró tan educado y gentil que me resistí a mencionar la palabra

Horseshit por miedo a ofenderle (me referí a ella como “su antigua revista”). Robert me explicó los pormenores de una crianza sorprendentemente convencional. Los dos hermanos crecieron en una granja al oeste de Sioux Falls, Dakota del Sur, y tuvieron una infancia que parecía sacada de una obra de Norman Rockwell (…una milla a través de la nieve hasta la parada del autobús. Después del colegio, volvíamos a casa y trabajábamos hasta el anochecer”). También me contó que cumplió servicio en los marines y que Tom fue enrolado en el ejército (años antes del accidente que le dejó paralizado) tras abandonar el seminario con el convencimiento de que era “un sinsentido”. Le pregunté si su servicio militar había sido para él un agente de radicalización. ¿Hubo algún incidente especialmente traumático? ¿Cómo puede pasar la ira de alguien de 0 a 100 de una forma tan rápida y poderosa? “No creo que hubiera ningún incidente que provocara nada por el estilo”, me respondió Robert. “Lo que pasaba era que nuestros padres eran devotos en exceso. Se arrodillaban y rezaban por la paz cada noche con sus rosarios. Yo nunca acepté nada de eso. Asistimos a una escuela católica parroquial y yo miraba a mi alrededor y me preguntaba, ‘¿Soy diferente, o estoy loco? No me creo nada de esto…’ En el mundo hay personas que son creyentes. Hay gente que creería en cualquier maldita cosa; el Bigfoot, los platillos volantes, lo que sea. Y hay gente que no es capaz de creerse absolutamente nada. Incrédulos. Mi hermano y yo éramos incrédulos”. ¿Tenían los hermanos, le pregunté, alguna conexión con la cultura beat cuando crearon su revista en Hermosa Beach? “No”, dijo Robert. “La mayoría de actividad hippy se daba en san Francisco y Los Angeles. Nosotros no conocíamos nada de todo eso. Una vez nuestra revista empezó a ser conocida, recibimos invitaciones para ir a conciertos de rock y a otros eventos a los que ellos iban. Nunca fui a ninguno. Soy antisocial. Y como Tom estaba en una silla de ruedas, le resultaba imposible ir. Es decir, que nunca conocimos a aquella gente. Hubo algunos que vinieron a visitar a Tom, él me lo contaba después. Ni siquiera recuerdo sus nombres”. A estas alturas la conversación había adquirido un tono extraño. Me sentía como si estuviéramos hablando de una revista sobre el mundo del macramé. Le hablé de lo maravillado que me había dejado la profesionalidad de la revista (en los cuatro números, sólo pude encontrar un error tipográfico y una línea viuda). Robert me dijo que había trabajado en las divisiones de electrónica de varias compañías aéreas diseñando e ilustrando folletos. De algún modo, aquella no era la excitante explicación que yo esperaba. También le pregunté si era cierto que Horseshit se distribuyó originalmente dentro de un envoltorio de papel marrón. Sí, lo era. “Queríamos que la gente la leyera, pero caímos en la cuenta de que si poníamos un sello que dijera Horseshit… En aquellos tiempos las oficinas de correos se consideraban a sí mismas censoras de todo lo que viajase por vía postal, y si se les ocurría abrir un sobre, nos devolverían la revista o la destruirían”. ¿Y qué hay de problemas legales? Ninguno que mencionar. ¿Y su familia? ¿Estaban sus familiares al tanto de su aberrante pequeño proyecto? ¿Los repudiaron sus padres? “Nunca se la enviamos”, dijo Robert. “Ni siquiera la mencionamos, así que no hubo intercambio de opiniones. Todos nuestros parientes eran gente maravillosa, pero jamás apoyaron nada de lo que hicimos mi hermano y yo. Nos considerábamos las ovejas negras, pero siempre tuvimos con la familia una buena relación”. La historia era casi increíble. ¿Cómo pudieron los Dunkers producir un ataque tan cáustico contra todo—y en los 60, nada menos—sin inmediatos y dramáticos resultados negativos? De repente me sentí como la caricatura de un mal reportero, apenas capaz de reprimir su fastidio por no oír la historia que quiere. La revista terminó, me dijo Dunker, porque el final de la guerra de Vietnam hizo Horseshit irrelevante (extraña cronología, ya que la guerra aún estuvo en marcha media década más). Además, dijo Robert, sus peleas con tipógrafos, imprentas y distribuidores habían llegado a ser imposibles de manejar. La conclusión de la revista era lógica y razonable. ¿Y qué hay de los años posteriores? Se puede encajar una vida entera (la mía, por ejemplo) en el intervalo entre el número 4 (un planeado quinto número nunca se materializó) y mi llamada telefónica. Aquí, de nuevo, la historia de Robert se reveló sorprendentemente positiva:
“Mi hermano era parapléjico y pasaba mucho tiempo en el hospital. Él odiaba los hospitales y nunca quiso volver a un hogar para veteranos, así que decidimos ganar algo de dinero para que pudiera vivir por su cuenta. Invertimos bien. Comprábamos casas por casi nada y las reformábamos. Mi hermano hacía las llamadas y se encargaba de los contratos y yo hacía el trabajo manual. Llegamos a tener dos equipos de personas trabajando para nosotros. Ganamos bastante dinero. Aún conservo varias casas, de las que cobro el alquiler. Tom consiguió exactamente lo que quería, una bonita casa en la playa. Teníamos cinco personas a mano todo el tiempo para que siempre hubiera alguien con él, o cerca, las 24 horas del día. Durante sus últimos diez años necesitó a alguien para que le ayudara a levantarse de la cama y le hiciera cosas. Creo que todo nos salió bien”.

Tras nuestra charla me quedé meditando sus respuestas. Todo me había quedado claro hasta que volví a mirar las revistas. Pensé en mi reacción inicial, la de haber sido víctima de una tejemaneje muy elaborado. Y después me asaltó otra duda: ¿no había sonado Robert Dunkers sospechosamente como el propietario de una tienda de efectos militares?