En enero de este año la publicación de la historia de “Grace” —la joven fotógrafa que describió su cita con el comediante Aziz Ansari como “la peor noche de su vida”— confrontó definitivamente los bandos que se iban perfilando desde los inicios del fenómeno #MeToo. Para algunos, lo que hizo Ansari fue una agresión sexual grave, equiparable incluso con un intento de violación; para otros no lo fue y condenarlo como tal constituye una falta de perspectiva en detrimento del feminismo. El caso funciona como ejemplo porque las principales críticas a Grace lo son también del movimiento en general: si se sintió víctima de un comportamiento sexual inapropiado, ¿por qué no se fue del lugar y lo denunció de inmediato?; ¿es justo creer a ciegas en su versión de los hechos?, y en todo caso ¿realmente merece Ansari ser puesto en la mira por una conducta torpe, a lo mucho, pero no criminal?
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“Las víctimas se tardan demasiado en denunciar”
“¿Y ahora cómo vamos a ligar?”
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Las cosas por su nombre
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Así que #MeToo es un buen ejemplo de que a veces, aunque los hechos son relativamente sencillos, la verdad es más complicada de entender.***Cuestionar al movimiento no equivale a traicionar al feminismo, sino todo lo contrario: lo enriquece. No todas pensamos igual, por fortuna, y las diferencias de opiniones son signo de un movimiento vivo. Sin embargo, la mayoría de las interrogantes hacia las mujeres que deciden hablar del abuso que han sufrido no parten de la intención de entrar en diálogo, sino del deseo de silenciar la voz femenina. Porque, más allá de los testimonios individuales, a mucha gente no le gusta lo que el #MeToo revela: que las mujeres ya no estamos dispuestas a callarnos, a conformarnos con lo mínimo; Que estamos unidas, que creemos unas en las otras.
¿Qué quieren las víctimas de #MeToo?Quieren que el mundo las escuche levantar la voz.
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