El hombre que rescata caballos y los convierte en terapeutas

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CDMX

El hombre que rescata caballos y los convierte en terapeutas

Gracias a Jorge Luis y sus caballos, una adolescente cuadripléjica dejó la silla de ruedas, un niño con autismo tiene mayor nivel de atención y una atleta paralímpica mejoró su motricidad.
IC
fotografías de Irving Cabello

A las 7:40 de la mañana Jorge Luis Rangel Piña abre el portón de su casa. De la cochera no sale la camioneta familiar o el auto compacto, sino un par de caballos: Frida y Bambino. Dos horas antes fue por ellos al lugar que alquila para guardarlos. Los bañó, les colocó la brida y los ensilló. El trabajo no lo hace solo; lo ayudan dos voluntarios, Rosalba y Alfredo, y su papá, don Uriel. Jorge también se preparó. Se enfundó un pantalón de mezclilla, una playera tipo Polo roja de manga larga con el logotipo de su escuela de equitación a la altura del pecho, una gorra del mismo color y se calzó las botas altas para montar, que dan a la altura de la rodilla. Así debe ser el calzado para que no se enganche en el faldón de la montura y no dificulte el equilibrio y el movimiento del jinete en su asiento.

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"Súbete", me dice entusiasta. Dudo. Hace una semana me mudé de departamento y tengo un dolor en la espalda después de cargar muebles y cajas. Sin embargo, accedo. Quiero probar si es cierto lo que leí: que el ritmo del caballo al caminar produce alivio al dorso del jinete. No comento a nadie mi malestar y monto torpemente a Frida, la yegua blanca de 12 años que trae un coqueto flequillo. Su crin recuerda a las que presumen los caballos españoles: largas, frondosas. No hay duda que le corre sangre de esta raza. Irving, mi compañero fotógrafo, monta a Bambino, un potrillo con características de caballo mexicano, de tres años, que al sentir a un nuevo jinete en su lomo protesta. Se mueve hacia un costado, alza levemente las patas delanteras, primero una y luego la otra y resopla. Jorge Luis pronuncia un "¡oh!" firme y jala la rienda. El caballo se controla a la voz del amo.

Rosalba toma las correas de mando de Frida y Alfredo las de Bambino. Jorge Luis camina entre los dos animales para tenerlos bajo control. Y ahí vamos: Riders on de storm; más bien Riders on de smog. Estamos en la colonia CTM Atzacoalco, casi en la frontera entre la Ciudad de México y el municipio de Tlalnepantla, en el Estado de México, donde la metrópolis alcanzó a los cerros y quitó su hogar a los animales de la montaña cuando la mancha urbana creció de forma desordenada. Nos dirigimos al camellón de la avenida Eduardo Molina, la primer calle completa de la ciudad.

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Cabalgamos siguiendo el sentido de los autos. De pronto nos topamos a uno de frente; no le importa que haya un caballo y le avienta la lámina. Jorge Luis orilla a Frida y a Bambino a la izquierda. Por momentos la yegua se acerca tanto a los automóviles estacionados que espero el momento en que mi pierna se lleve alguno de los espejos. A nuestro paso todo tipo de ruidos aparecen: motores de motocicletas, el grito del hombre que anuncia la venta de gas, el sonido de los frenos de algún camión que tal vez recuerda al caballo el tiempo en que jalaba carretas recolectoras de basura, fierro viejo o cascajo. No faltan los perros, desde el pequeño maltés de agudo ladrido que vocifera pero no se avienta, hasta los dos mastines que con trabajos pudo controlar su dueño para que no se lanzaran hacia los caballos. En ningún momento Frida y Bambino pierden la compostura. Caminan serenos. La distancia entre la casa de Jorge y la avenida Eduardo Molina es corta, aproximadamente dos kilómetros, pero el trayecto no es fácil. Cuando bajo del caballo noto que el malestar en mi espalda ha desaparecido.

Jorge Luis Rangel Piña.

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Los fines de semana el camellón de la avenida Eduardo Molina, afuera de la estación del metrobús Vasco de Quiroga, se convierte en un espacio donde se atienden varios padecimientos. Solo que en lugar de médicos dando consulta, Jorge Luis y sus caballos ofrecen tratamiento de equinoterapia a personas de escasos recursos, a través de Ebrum, su escuela de equitación.

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"Llega gente con Síndrome de Down, retraso psicomotor, lento aprendizaje, hiperactividad, autismo, esclerosis múltiple, parálisis cerebral, miedo, estrés, depresión. Hay una lista muy grande de padecimientos que atendemos", me platica este maestro universitario, que además es comandante de caballería del Pentathlón Deportivo Militarizado Universitario en la Ciudad de México.

A los diez años Jorge Luis ingresó al Pentathlón, la organización civil militarizada más importante del país. Durante los 35 años que lleva en la institución, la educación sobre los caballos y su comportamiento ha sido constante. Incluso fue campeón de salto ecuestre. Ahí aprendió su manejo, supo que podían ser herramienta terapéutica para rehabilitar a la gente y por lo mismo fue capacitado para emplearla.

Alfredo, Rosalba y Jorge camino al camellón en donde realizan las terapias

Un día de 2010 don Uriel Rangel Garduño, su papá, caminaba por un sendero de San Francisco Soyaniquilpan, su pueblo natal en el Estado de México. Regresaba de hacer labores de campo. De pronto un taxi apareció en el camino. El hombre se movió hacia una orilla; el coche lo siguió. El anciano trató de esquivarlo pero le ganó la velocidad del vehículo. Cerró los ojos. Cuando los volvió a abrir estaba en el hospital.

Las consecuencias del accidente fueron pérdida del equilibrio y dolor constante ocasionado por los clavos que le colocaron en el hombro y la muñeca rotas. El hombre se movía con torpeza. Todo le dolía cada vez que intentaba caminar. Así que Jorge Luis decidió poner en práctica lo aprendido en el Pentathlón y subió a su papá al caballo. Hoy don Uriel camina, monta, anda en bicicleta y ayuda a su hijo a impartir las terapias.

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"La equinoterapia utiliza tres principios básicos", me explica Jorge Luis. "El calor corporal, patrón de locomoción e impulsos rítmicos, que suben por el cinturón pélvico, por la columna vertebral hasta el cerebro, eso es estimulación neuronal. Se puede montar bebés a partir de los seis meses y funciona como estimulación temprana. También se pueden montar adultos mayores. La persona más grande que ha venido con nosotros tiene 94 años".

Como no tenía un espacio propio Jorge Luis buscó un lugar. El camellón de Eduardo Molina tenía poco tiempo remodelado. Con el apoyo de participación ciudadana de la delegación Gustavo A. Madero, el hombre comenzó a utilizar un sitio no mayor a 50 metros para atender a su papá. La gente los observaba y poco a poco se fue acercando a preguntar por el tratamiento.

El hombre se dio cuenta que la mayoría de la gente interesada era de escasos recursos, así que decidió ofrecer sus servicios cobrando una cuota significativa. No pagar por el espacio ocasiona que el costo para quien toma la terapia se reduzca hasta la mitad, comparado con centros cerrados. Lo que aporta la gente, 210 pesos por sesión, sirve para el mantenimiento de los caballos, pues Ebrum no recibe financiamiento de ninguna institución pública o privada. Los 2,000 o 3,000 pesos que Jorge Luis gasta al mes por consultas al veterinario, alimentación, la renta del lugar donde los guarda y demás, salen de su bolsillo.

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Ebrum no es una escuela cualquiera. No es solo que prefiera el espacio urbano a los árboles y la naturaleza. Aquí no está el caballo pura sangre, enorme e imponente. Al contrario, son el resultado de la cruza de varias razas, pequeños, tanto que la altura del lomo no rebasa la cabeza de una persona de 1.75 metros. Son modestos, sin el calificativo "pura sangre", pero con mucho corazón. Se trata de equinos que Jorge Luis rescata de condiciones de maltrato, los rehabilita y prepara para que sean el conducto principal de la terapias que ofrece.

"Los compramos en Ecatepec. Son de esos de la carreta, de la basura, que los maltratan. Yo paso caminando, los veo y les digo me lo vendes, cuánto. No llevamos a la policía y se los quitamos porque causamos un daño patrimonial. Hay quienes rescatan perros, nosotros rescatamos caballos. Esa es mi pasión".

***

Hace tres años. una persona pasó por el camellón, se acercó a Jorge Luis y le dijo que vendía un caballo. Mientras le mostraba las fotos de Frida, le comentó que la dueña era su esposa, pero había fallecido. Jorge Luis se interesó por esa yegua de bonita crin. A los pocos días fue a verla muy cerca del entronque conocido como "Y griega", en Ecatepec. El animal estaba amarrado en la vía del tren para que no se fuera mientras pastaba. Aunque difícilmente podría comer algo que creciera en ese suelo árido.

No había rastro del corcel que Jorge miró en la carpeta de imágenes del celular. Frida estaba en los huesos; pesaba menos de 180 kilos, la mitad de su peso ideal. Optó por no comprarla, pues en ese momento tenía tres ejemplares en mucho mejor condiciones. Sin embargo, días después uno de ellos murió. El hombre volvió por la yegua, dio los seis mil pesos que cuesta en promedio este tipo de caballos y la llevó caminado hasta su casa. El camino estuvo lleno de incidentes sobre todo porque la yegua se caía. No era solo problema de los cascos y el herraje. Cuando bien le iba su antiguo dueño le suministraba hojas de elote, un alimento poco nutritivo que no ayuda a formar masa muscular aunque, eso sí, es llenador. Probablemente también comía maíz, nada sano para un caballo a decir de Jorge, pues el grano trae toxinas por todo lo que le ponen durante la siembra. Era tal su desnutrición que por momentos no soportaba su propio peso. Frida se caía por el hambre.

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"Ella traía heridas en la cabeza, en la espalda, en las patas. Seguramente era una yegua de carreta, de esas que utilizan para la basura y cascajo y todo ese tipo de cosas", me platica el entrenador ecuestre mientras levanta la silla de la yegua y una protección de hule espuma y tela de algodón, diseñada por él, para mostrarme una bolita del tamaño de un limón que sobresale de su lomo. Cuando el hombre la mueve, el espinazo de Frida se estremece y sacude la cola. Aún hay dolor. "A estos caballos los pueden hacer cargar hasta una tonelada y eso lo soporta la columna vertebral, por eso esta yegua está pandeada".

Las heridas del caballo, piel y carne hundidas en la cara, al frente justo debajo de los ojo, y en las patas, quedan como testimonio del pesado trabajo que tuvo que realizar durante muchos años.

El caso de Bambino es similar. Hace un año Jorge Luis fue a Las Vegas Xalostoc, en Ecatepec, al lugar de una persona que tiene una carreta para basura. Ahí vio al caballito. A ellos no les servía mucho el animal porque, a decir de esas personas, no jalaba. Sucedía que la carga era tan pesada que el equino, aunque joven y fuerte, no podía con la tarea. Jorge lo compró.

En apariencia el caballo se miraba saludable. Sus muslos, piernas y manos no se veían flacos, pero tampoco estaban musculosos. Más bien estaban inflados, bofos, gordos. Aunque los dueños anteriores de Bambino dijeran que no, para Jorge era evidente que le inyectaban hormonas, esteroides y demás para subirlo de peso y se viera sano. Comprobó sus sospechas cuando vio la orina blanquizca y espesa del potro, lo que indica que en el cuerpo tenía químicos. El riesgo era que sus riñones tuvieran algún daño. No fue así. Sin embargo, cuando trabajan fuerte, la mano derecha del caballo afloja, resultado de una lesión por el exceso de peso que jalaba.

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La rehabilitación de los caballos comienza casi de inmediato. Así ha trabajado con los 25 que ha rescatado desde 2009. Primero llama al veterinario para que determine el estado de salud del animal. Luego vienen las vitaminas y la alimentación para subirlos de peso. Jorge me platica que lo más adecuado es la avena o la cebada, después mete pasto o alfalfa verde. Aunque hay que ir despacio, observar cómo le cae el alimento. El sistema digestivo de los caballos es tan delicado que un cólico les puede provocar la muerte. Sucedió con dos de sus animales rehabilitados. El sujeto que los cuidaba les dio de comer alfalfa que el sol calentó. Para él era un buen alimento pues así se la comen las vacas. En efecto, la alfalfa caliente no hace nada al estómago de los rumiantes, pero a los equinos los mata.

Luego de la alimentación Jorge lleva a los caballos al Parque Nacional Tepeyac para probarlos y descubrir sus daños. Ahí los monta. Mientras cabalga observa qué hacen, con qué se asustan, si muerden, si se avientan o patean, si tratan de tirar al jinete. No importa que lo tumben dos o tres veces, él debe ayudar al caballo a superar el miedo provocado por una sombra que le recuerde al perro que lo atacaba desde atrás cuando jalaba la carreta, el ruido que pueda relacionar con una trituradora de desechos, el olor que le traiga a la mente el camión de la basura. Si hay que corregir la postura, trabaja algunas posiciones con el animal, cambia el herraje e incluso se lo quita, según sea el caso.

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"Hay gente que trata de tener los caballos para sus hijos y demás, pero son caballos lastimados. Entonces hay que rehabilitarlos para que puedan trabajar de la mejor manera", me platica. "En muchas ocasiones, por las lesiones que traen se convierten en peligrosos, entonces si no sabes manejarlos te puedes caer del caballo, se puede tropezar, te puede dar un tirón y lastimarte la columna en vez de ayudarte. A los niños los pueden tirar".

Una semana después Jorge los lleva al camellón de Eduardo Molina para que continúen su rehabilitación mientras ayudan a la gente con la equinoterapia.

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Jaime llega al camellón de la mano de su papá. El niño de siete años parece distraído. El autismo provoca que mientras camina su mirada no apunte a algún punto específico hasta que una rampa lo lleva a un costado del lomo de Frida. Ahí su papá le cambia la gorra roja por el casco de equitación. El pequeño jinete monta a la yegua y obedece todas las instrucciones de Jorge: monta al revés, levanta las manos, se recuesta en ella, incluso se sostiene de pie sobre el lomo del animal. Jaime, su papá, me cuenta que después de dos años de terapia su capacidad para seguir instrucciones y su atención han mejorado mucho.

Frida, marcha en círculos, a veces despacio y otras más de prisa sin llegar al galope. Todo depende del paso que le marque Jorge Luis, que camina a un lado del animal mientras da indicaciones al niño, y Rosalba, la voluntaria que hace las veces de poste y sostiene la cuerda que conduce a Frida. Llama mi atención que la cuerda no está tensa. Si el animal se asusta puede correr sin que nada lo detenga. Pero ni el ruido del metrobús o los camiones que circulan por la avenida, ni la música estridente que hace mover el cuerpo de las mujeres que practican zumba, ni los perros que ocasionalmente se atraviesan por donde Frida camina, hacen que la yegua se descontrole.

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"Nosotros lo podemos hacer porque tenemos el entrenamiento para manejar caballos. Esto que hacemos es muy peligroso. Imagina si un caballo se suelta aquí o se lleva a un niño cabalgando", me advierte Jorge. Sin embargo, en su voz y rostro no hay ni una muestra de preocupación, todo lo contrario, mucha confianza. "Si tú los ves, nuestros caballos están prácticamente sueltos. Están muy bien entrenados".

Si bien Jorge Luis recibió su primera instrucción en el Pentathlón, ha seguido su capacitación con personalidades como Edith Gross, pionera alemana en el uso de la equinoterapia, y recibido certificaciones de la Universidad Politécnica de Pachuca y el Comité Olímpico Mexicano, donde también ha dado cursos al respecto.

Tal vez uno de los casos más destacados que atiende Jorge es el de Fernanda, una chica que a los 14 años se ahogó en una alberca. Luego de 20 minutos un hombre la rescató y aplico reanimación cardiopulmonar. Después de una hora logró que la adolescente respirara. Sin embargo, la cantidad de agua que entró a sus pulmones y el tiempo que estuvo sin respirar provocaron daño cerebral. Fer salvó la vida pero quedó cuadripléjica. A doña Lourdes, su mamá, los médicos no le dieron mucha esperanza de que su hija volviera a moverse. A sugerencia de otro médico buscó la equinoterapia y así encontró a Jorge hace nueve años. Hoy Fernanda ya no utiliza la silla de ruedas; aunque necesita apoyo, camina. Sus manos aún carecen de movimiento pero están trabajando en ello. Tampoco habla, sin embargo, a decir de su mamá es porque ella no quiere.

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"Ella va a llegar hasta donde quiera llegar porque ejercicios puede hacer", dice doña Lourdes. "La equinoterapia le ha dado muchos resultados. La constancia es la que ha dado las cosas. A ella el maestro Jorge le dio una beca y no pagamos nada".

Otro caso interesante es el de la atleta paralímpica Guadalupe Mejía Ruiz, quien sufre mielomeningocele, una padecimiento en la columna vertebral, donde los huesos no se forman en su totalidad y el sistema nervioso central no se desarrolla por completo. Hace un año pasó por el camellón, vio a los caballos, le gustaron y quiso subirse a uno. Durante la plática mientras montaba, Jorge se enteró que fue campeona nacional en natación y que ahora compite en pistas de atletismo sobre silla de ruedas. De igual forma, ella supo de las terapias. Así que Lupita empezó a asistir los fines de semana.

Hoy la campeona tiene control de su tronco, sensibilidad y puede ponerse de pie. Incluso tiene como meta a mediano plazo tomar como deporte la equitación y competir en algunas pruebas, con Jorge como su entrenador.

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Frida es una estupenda terapeuta. Gracias a ella una adolescente cuadripléjica dejó la silla de ruedas y después de 10 años puede caminar; un niño con autismo tiene mayor nivel de atención e interactúa más con otras personas; y una atleta paralímpica ha mejorar su motricidad.

Sí, Frida es una gran terapeuta, pero no lo sabe. Tampoco nota que ayuda a sanar a seres humanos. Lo que sí percibe esta yegua blanca es que desde que está con el hombre moreno y corpulento que la entrena ya no siente dolor.

@MemoMAN_

@CronicasAsfalto