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fútbol y esperanza

Nadia Nadim, la chica que escapó de los talibanes y se convirtió en una estrella del fútbol

La jugadora de fútbol Nadia Nadim nació y creció en Afganistán durante los años del régimen talibán. Tras huir a Dinamarca, ahora vive la vida de una forma que jamás habría podido imaginar en su país natal.
Photo courtesy of Sky Blue FC

Cada día, la chica que no debía jugar se acercaba un poco más a la acción. Primero empezó a aproximarse al perímetro del campo de fútbol, al lado de la verja que rodeaba la instalación. Luego se sentó en un banco cercano para ver cómo los niños jugaban. Un día, se atrevió incluso a devolver un balón que había salido fuera. Finalmente, empezó a plantearse que tal vez las niñas también pudieran jugar.

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A los 12 años, Nadia Nadim y sus amigos del campo de refugiados en Dinamarca —un área donde coexistían niños y niñas, un concepto nuevo para ellos— descubrieron que en los arbustos que bordeaban el campo de fútbol se escondían multitud de balones abandonados. Los niños empezaron a recuperar las pelotas y a jugar cuando el campo estaba vacío.

Tras mucho tiempo sin atreverse, finalmente Nadim reunió la valentía necesaria para preguntarle al entrenador si ella también podía jugar. En ese mismo instante inició un camino que la llevaría a ser una de las mejores delanteras del mundo.

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La historia de amor entre Nadia y el fútbol empezó muchos años antes de su fichaje por el equipo Sky Blue FC de Nueva Jersey, de la liga NSWL. El romance entre Nadim y el juego del balón comenzó en el lugar más improbable que podáis imaginar: el jardín amurallado de la casa de su infancia en Kabul, Afganistán.

El padre de Nadim, Rabani, era un hombre progresista. Los talibanes tomaron el control del país en el otoño de 1996: inmediatamente después convirtieron Afganistán en una teocracia islámica. A las mujeres se les prohibió trabajar, educarse, salir de casa sin supervisión masculina, reír a carcajadas, ser vistas en público sin burka —y, por supuesto, practicar deportes.

Ex jugador de hockey hierba y gran aficionado al fútbol, Rabani solía divertirse jugando con sus hijas, Nadia y sus cuatro hermanas. No lo hacía por ideología política: sencillamente, Rabani se había educado en un Afganistán muy distinto al que imponían los talibanes. Hasta la toma de poder por parte de los islamistas, el país había sido un lugar abierto y tolerante; el Partido Comunista había decretado la igualdad entre sexos tras la Revolución de Saur en 1978.

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Rabani, que a mediados de los 90 ocupaba un cargo destacado en el ejército, fue convocado un día por el régimen de los talibanes sin ninguna razón aparente. El padre de Nadim nunca volvió a casa. Su familia se enteró seis meses después de que había sido ejecutado en el desierto, presumiblemente durante una de las purgas decretadas por los extremistas.

Hamida, la mujer de Rabani, se dio cuenta entonces de que Afganistán no era un lugar seguro donde vivir —y menos aún para una mujer que creía en la igualdad de derechos y que había educado a su familia en esos mismos ideales. Así pues, reunió a sus hijas y escapó a través de la porosa frontera con Pakistán. Allí, usando pasaportes falsos, reservaron un vuelo hacia Italia. A Nadia y sus hermanas les dijeron que actuaran como si fuesen pakistaníes y hablaran únicamente en urdu, un idioma que ellas conocían poco. Una vez llegaron a Italia, los contrabandistas se hicieron cargo de ellas y se las llevaron a Londres.

El viaje en la parte de atrás de un camión que empezó la mañana de Pascua del año 2000 está grabado a fuego en la memoria de Nadia. Fue largo y frío, oscuro y sucio, cargado de tensión. Todos los refugiados que viajaban en el vehículo debían hacer sus necesidades en un cubo ubicado en una esquina. Las paredes de tela no estaban aisladas del exterior: el aire gélido se colaba por las rendijas y les helaba los huesos.

"Teníamos muchas esperanzas", recuerda Nadim, "pero también estábamos muy asustados. No era divertido ser niño en esa situación, saber que lo habías dejado todo atrás e ignorar lo que te esperaba". Su madre Hamida, sin embargo, les decía a sus hijas que todo iría bien. Nadia era lo suficientemente pequeña como para creer que su mamá podía salvarlas a todas.

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El camión finalmente se detuvo en el medio de la noche y el conductor ordenó a los refugiados que bajaran y se dispersaran. El entorno que les rodeaba, sin embargo, se parecía poco a la imagen que todos tenían de Londres. En un inglés rudimentario, Hamida preguntó al conductor dónde se encontraban.

"En Randers", dijo. "En Dinamarca."

Nadia Nadim controla un balón en presencia de una zaguera. Imagen vía Sky Blue FC.

Hace una mañana tempestuosa de primavera en Nueva Jersey. Nadim entra al campo de entrenamiento equipada con los colores del Sky Blue FC, los calcetines subidos por encima de las rodillas y el pelo recogido con una cinta de colores. Empieza el ejercicio y a Nadia le toca presionar a los zagueros; la delantera persigue el balón sin pausa, achica e intimida al rival hasta forzar la pérdida. Su ambición y concentración son infinitas.

Nadim es una atacante grácil e instintiva, pero a la vez luchadora; tanto, que en el intento de robar un balón estira demasiado la pierna y nota molestias en el músculo. El técnico no duda ni un instante: de cabeza al banquillo a ponerse hielo. El Blue Sky no puede arriesgarse a perder a su mejor jugadora.

Nadim llegó cedida al club de Nueva Jersey procedente del Fortuna Hjørring danés en los últimos compases de la temporada pasada. En solo seis partidos, Nadia metió siete goles y dio tres asistencias: sus espectaculares cifras ayudaron al Sky Blue a alcanzar los play-offs y le valieron el título de jugadora del mes de agosto.

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No sorprende que el Sky Blue FC convirtiera su vuelta en la gran prioridad del mercado de verano. Cuando finalmente se formalizó el traspaso, Nadia no defraudó: en el primer partido metió un gol y su equipo venció al FC Kansas por 1-0. Aunque la temporada del Sky Blue no esté siendo demasiado buena (el equipo ha sufrido muchos problemas y apenas ha podido sumar siete puntos en nueve partidos), cualquier asomo de peligro que pueda generar la escuadra de Nueva Jersey pasa por las botas de Nadim.

"Hay pocos delanteros con su eficacia de cara a portería", explica el entrenador de los Blue Sky, Jim Gabarra. "Nadia necesita muy poco para generar una ocasión de gol".

"Todo el mundo la quiere", añade su compañera de equipo y de piso Lindsi Cutshall. "Tenemos mucho respeto a Nadia como persona y como futbolista. Entró en el equipo y lo revolucionó. Nos ha ayudado muchísimo con su trabajo, tanto dentro como fuera del campo".

Al enterarse de su inspiradora historia, la prensa estadounidense ha transformado a Nadim en una estrella mediática. La propia Nadia, sin embargo, nos confesó en un bar de Nature Valley que todos estos cuentos empiezan a aburrirla.

"No creo que le gusten todas estas historias que se escriben sobre ella", asegura Katy Frehel, también compañera de Nadia en el Sky Blue. "Nadia no oculta su pasado, pero tampoco hace bandera de él. Siempre prefiere hablar de fútbol, nunca busca dar pena o decirle al otro 'tú no sabes por lo que yo he pasado' o cosas así. Simplemente intenta evitar el tema cuando le preguntan".

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Nadim prefiere ir al cine, escuchar hip-hop o jugar partidas de cartas al Uno. A la delantera le encanta bailar y suele intentar nuevos movimientos siempre que puede. "¿Si siempre le salen? Bueno, no siempre", bromea Cutshall. "Pero nunca deja de intentarlo, sea en público o en casa".

"Nadia tiene una personalidad muy fuerte, pero a la vez es una chica muy divertida", añade Frehel. "No parece muy afectada por su pasado; lo acogió, lo aceptó y lo hizo parte de sí. Nunca me he dado cuenta de si ella había tenido un mal día, por ejemplo: no exterioriza los sentimientos negativos, y eso es bastante notable teniendo en cuenta su historia y su pasado".

A Nadim, sencillamente, no le gusta mirar hacia atrás. Hay mucha tristeza y dolor en su pasado, pero frente a ella está la vida de una atleta profesional de 27 años con un futuro brillante. ¿Qué sentido tendría detenerse en las miserias pasadas?

"Nadia es una persona muy positiva que trata de ver el lado bueno de todo", asegura Chutshall, "sea en su vida o en la de los demás".

Nadim habla cinco lenguas con fluidez: danés, inglés, alemán, farsi-darí y urdu. Sin embargo, cuando llegó con su familia al campo de refugiados en el que tuvo que esperar que su solicitud de asilo fuera procesada, Nadia no tenía ningún modo de comunicarse con los otros niños: no tenían más remedio que comunicarse con gestos… y con los pies, entreteniéndose con un balón viejo. Allí jugó a fútbol con niños por primera vez en su vida.

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"Fue diferente a lo que estaba acostumbrada", rememora Nadim, "pero me ayudó a hacer nuevos amigos".

Nadim y los demás niños del campo tenían clases de danés e inglés durante toda la mañana, pero estaban libres por las tardes. Un día descubrieron que en las cercanías del campo había un pequeño estadio y convirtieron en rutina el acercarse a ver los entrenamientos. Finalmente, el entrenador permitió que Nadia compartiera un entrenamiento con sus pupilos a pesar de no tener botas. A la jovencísima jugadora le dio igual: el técnico quedó tan gratamente impresionado que le pidió que volviera al próximo entrenamiento. Incluso le anotó el día y la hora en un trozo de papel.

La madre de Nadia la llevó a una tienda de segunda mano y le compró un par de botas de fútbol usadas. La jugadora aún recuerda la dureza del cuero y la sensación de llevarlo en los pies por primera vez. El entrenador la puso en la zaga: ella marcó tres goles. No volvió a jugar de defensa nunca más.

Los Nadim recibieron un permiso de residencia de tres años, así que Nadia pudo ir al colegio. A la hora del recreo, la joven dano-afgana impresionaba a los niños con sus habilidades con el balón. A través del fútbol, Nadia convirtió Dinamarca en su casa. "Meter goles me ayudó a integrarme en la sociedad", explica.

Una vez empezó a dedicarse al fútbol, no fue difícil para Nadim ascender hasta la primera división. Cuando tenía 18 años, la federación de fútbol danesa solicitó una exención a la FIFA para que Nadia pudiera jugar para la selección del país nórdico. Sobre el papel se trataba de una gestión difícil: la joven había recibido la ciudadanía hacía apenas un año y se requiere al menos un lustro para poder ser elegible para una selección nacional.

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La FIFA, sin embargo, concedió la exención: la regla de los cinco años se estableció para evitar que los jugadores se nacionalizaran en países distintos al suyo con el único afán de jugar con selecciones mejores. Este no era en absoluto el caso de Nadia: ella no era una mercenaria del fútbol.

El deporte del balón dio a Nadim la posibilidad de empezar a devolverle el favor al país que había amparado a su familia. Dinamarca no es un país conocido por ser acogedor con los inmigrantes —más bien todo lo contrario, vistos los últimos resultados en las elecciones generales—, pero Nadia nunca ha juzgado al pequeño estado nórdico con dureza: "Nunca he sufrido el racismo del país como bloque, solo de personas individuales. Creo que no podemos valorar negativamente a toda Dinamarca por culpa de unos pocos idiotas que no representan a toda su población".

Nadim nunca llevó hijab, pero su piel solía ser más oscura que la de sus compañeros de colegio. Cuando empezó a ir a la escuela, no obstante, la mayoría de los niños se llevaron bien con ella; y si alguno decía cosas, ella respondía sin miedo. Durante los partidos, algunos adultos también mostraron actitudes racistas desde las gradas. "Cuando jugábamos a fútbol, había padres que me decían cosas, porque yo era buena —mejor que sus hijos, muchas veces", asegura Nadia. "Sin embargo, nunca dejé que me afectara. En Dinamarca nunca me sentí rechazada".

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La actual jugadora del FC Sky Blue, sin embargo, se anima al recordarlo. "Porque yo soy una persona que dice lo que piensa y no tengo problemas en ir a nadie y decirle, 'tú, cállate la puta boca. Haz tus cosas y yo haré las mías, ¿vale'".

Nadim se calma inmediatamente y nos mira con timidez. "Lo siento", nos dice con una mueca. Acababa de darse cuenta de que había lanzado una palabrota, cosa que intenta evitar. Nadia puede ser descaradamente directa: digamos que su estilo es muy genuino. La idea típicamente estadounidense de que las jugadoras profesionales deben ser modelos de conducta de perfil bajo no parece haber llegado a Dinamarca. Nadia no ve la necesidad de convertirse en una especie de maniquí con coleta de comportamiento intachable; la dano-afgana no comulga con este arquetipo tan gris como imposible de alcanzar.

Nadim ha tenido que enfrentarse con el racismo también en Dinamarca. Imagen vía Wiki Commons.

La chica a la cual no le se permitía ir a la escuela de pequeña está ahora a apenas tres semestres de ser médico. Después de eso, parece que quiere especializarse en cirugía plástica. Combinar sus estudios de medicina en la Universidad de Aarhus con el fútbol profesional no le deja mucho tiempo libre, y esta es la razón por la cual Nadim llegó tan tarde a EEUU la pasada temporada: sencillamente, estaba acabando un semestre. Este año se está tomando un descanso de la carrera para centrarse en el fútbol.

Nadia y sus hermanas están aprovechando todas las posibilidades que encuentran: su hermana mayor está estudiando medicina y su hermana pequeña está haciendo un difícil curso para convertirse en piloto. "Está enferma [por los aviones]", bromea Nadia. La cuarta hermana está asimismo en una escuela de enfermería, y la más joven, que tiene solo 17 años, también se plantea dedicarse al sector médico.

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Al volver a Nueva Jersey, Nadia espera empezar unas prácticas en una clínica de cirugía plástica. La futbolista no puede permitirse el lujo de quedarse atrás, ya que su universidad preferida ofrece solo dos plazas al año para estudiantes de su especialidad. Ella lo tiene muy claro: no quiere simplemente trabajar con narices y estiramientos faciales, sino ayudar a las personas que realmente necesitan ayuda y operaciones de cirugía plástica, como por ejemplo aquellos que han sido desfigurados por accidentes o enfermedades. Nadim ha recibido mucha ayuda a lo largo de su vida: ahora quiere devolverla.

A Nadia le gusta comparar la variedad y la creatividad del fútbol a la cirugía plástica. "Digamos que tienes que reconstruir una cara en consecuencia a la extirpación de un tumor", explica. "Tienes que utilizar los huesos, los músculos y la piel para reconstruir todo. Tienes que resolver un problema con lo que hay —un poco como lo que hace un delantero en una jugada embrollada".

La Universidad de Rutgers, en Nueva Jersey, acoge el estadio Yurcak Field —el hogar del FC Sky Blue. Imagen vía WikiMedia Commons.

Preguntamos a Nadia si el fútbol le sirve de conexión con su padre, pero ella no parece abrazar esta idea: "Nunca lo he pensado de esta forma", dice ella. "Tampoco veo el juego como una terapia. Simplemente me hace sentir mejor". Nadia no juega como homenaje a nadie, sino únicamente por amor a sí misma y al fútbol: "Soy feliz en el terreno de juego y me parece la cosa más natural del mundo, aunque suene a cliché".

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No hay mucho dinero en la NWSL, la liga femenina de fútbol de los Estados Unidos… a menos que juegues en la selección de EEUU, México o Canadá, donde los salarios van de los 5.000 euros hasta los 33.000 euros al mes. Le preguntamos a Nadim por ello, pero también aparta el tema: "Para mí no se trata de dinero", asegura. "Nunca he jugado por dinero. El tema no me preocupa porque sé que ganaré pasta a montones cuando sea cirujana plástica. Se trata de experiencia y diversión".

El fútbol, sin embargo, sí que es un símbolo de la libertad que encontró en Dinamarca. La vida entera de Nadim parece un enorme mensaje dedicado a los talibanes: "¡jodeos!". Cuando le sugerimos, parece estar de acuerdo: "Estoy haciendo todo aquello que se suponía que no debía hacer, y no entiendo por qué no debería poder hacerlo. No lo entiendo. ¿Por qué? ¿Cuál es a razón? Llego a un país que te da tantas oportunidades, donde puedes trabajar, ir a la escuela, juega al fútbol, lo que quieras… ¿por qué no debería aprovecharlas? ¿Por qué no debería jugar?".

Nadia se dedica a llevar al extremo la práctica de aquello que en teoría tiene prohibido. No solo hace deporte: también es una atleta profesional. No solo va a la escuela: también será cirujana. Se suponía que debía vivir una vida pequeña y humilde, a la sombra de algún marido que estaba obligada a obedecer: pero Nadia tiene una confianza infinita en sí misma, y no duda en mostrar su vida en Instagram.

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Iros a la mierda, talibanes. "Te obligan a ser parte de algo en Afganistán", explica Nadia sobre la situación de las mujeres en un país dominado por los extremistas. "No se puede ser un individuo libre si eres mujer, y eso es una estupidez. Yo solo estoy demostrando que eso es mentira, que todo es posible. No importa quien seas: si quieres hacerlo, puedes".

Hace siete años, Nadim y una amiga fundaron un club de fútbol para niños en su antiguo barrio, uno de los más pobres de Dinamarca. "Muchos de los niños de la zona no disponen del soporte económico necesario para dedicarse al deporte", asegura. "Pensamos que si hacían deporte no se interesarían por el crimen. Ahora todos estos niños pueden venir a jugar al fútbol. Sé la importancia que pueden tener los deportes en la vida de uno".

El club comenzó con una media docena de niños y rápidamente creció a más de 200, así que Nadim y su amiga tuvieron que buscar patrocinadores para equipar a los niños. Con el tiempo, uno de los equipos consiguió ganar un torneo internacional en Italia y atrajo la atención de los medios especializados.

En un año ya habían puesto en marcha el equipo femenino.

Ni siquiera el fanatismo irracional de los talibanes podría quitarle la fe de Nadim, que sigue siendo una gran devota. La futbolista trata de ayunar durante el Ramadán, aunque es difícil en su trabajo. "Soy musulmana al cien por cien", dice ella. "Pero también soy una persona. La religión debería ser algo íntimo". Nadia no entiende la mentalidad radicalizada: la atleta fervientemente en que todos deben tener voz y voto.

Nadim no considera que se haya occidentalizado, ni que en ningún momento haya dejado de ser fiel a sí misma. No obstante, no ha vuelto a Afganistán. Su madre, en cambio, sí, y su hermana mayor irá este verano para hacer prácticas en un hospital. A su madre esto último no le ha gustado nada; incluso pidió a Nadia que le encontrase unas prácticas en Jersey. "Le dije, ¡hey, mamá, tranquilízate!", recuerda Nadia.

Pero las cosas en Afganistán siguen siendo caóticas. Los estadounidenses se han retirado y los talibanes han recuperado el control de varias áreas del país. "Me encantaría volver y ver cómo está todo, pero no me imagino viviendo allí", explica Nadim. "Sería difícil. Si me ves, mi mentalidad es distinta y las cosas serían muy difíciles para mí allí. Si alguien me dijera que no puedo hacer algo, lo haría igualmente. Los extremistas no lo tolerarían".

Cuando salimos del entrenamiento, el clima es frío: el termómetro marca unos escasos 10º. Nadim, sin embargo, ya piensa en la siguiente forma de disfrutar de su libertad. Recientemente fue a una tienda a mirar tablas de surf: planea comprarse una y atacar las olas heladas de Nueva Jersey —después de comprarse un traje de neopreno, por supuesto. "Voy a dedicarme a surfear y me haré una profesional en seis meses", bromea.

Entonces, para alivio suyo, nuestra entrevista se acaba. Sonríe y nos da la mano. Posteriormente se dirige hacia su bolsa de deportes y saca un par de auriculares enormes, azules y amarillos. Elogiamos su estilo. "Son coloridos", nos dice. "Como yo".