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Música

Amigos de fiesta, amigos de por vida

Amigos que bailan y amanecen juntos, permanecen juntos.

Estaba en medio de la mejor fiesta que tuve en mi 2014, a comienzos de octubre. Vitalic mandaba una tras otra, manteniendo estable el traqueteo de la noche y desestabilizando al mismo tiempo esa torre de Babel de sustancias que llevaba encima.

Necesitaba sentarme, así que me tiré al piso y me di cuenta que al lado mío también estaba sentado el chico guapo que había saludado al comienzo de la fiesta. Con los ojos un poco desorbitados me preguntó si estaba bien, y empezamos una conversación en medio de muchos pies y la vibración de los bafles, donde hablamos de lo divino, de lo humano y de la música. No sé si era yo o la revolución en mi interior, pero el chico guapo se me hacía cada vez más guapo. Nos abrazamos, nos despedimos y quedamos en tomarnos un café, totalmente ajenos al hecho que unos meses más tarde íbamos a ser novios.

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Desde pequeños nos enseñan a no juntarnos con extraños, pero con el tiempo dejamos de hacer caso. Porque es el mismo mundo el que diseña espacios para sumergirse en la otredad, donde el asombro brota como si fuera magia, y no hay duda que la fiesta es uno de ellos. Cuatro paredes que reúnen durante más de seis horas un abanico enorme de nacionalidades, religiones, razas, enfoques académicos, estratos, pintas, drogas y gustos musicales. Un rebaño de características hipnotizado por el volumen y dado a la socialización, al ligue y a embadurnarse del sudor del otro durante varias horas. ¿El resultado? Un caldo de cultivo social vasto, fecundo y fascinante que invita a zambullirse en él, pintándonos lo que no conocemos como un paisaje digno de peregrinaje.

¿O a quién no le ha pasado? llegar con los amigos al susodicho lugar, hacer la fila y pagar la entrada, todo esto siguiendo una alineación militar para no perderse: todos entramos juntos, nadie se separa mucho y cogiditos los unos con los otros cuando avancemos entre la multitud. Y parece que la noche va a terminar sin mayores sobresaltos, pero la otredad siempre llega a interrumpirlo a uno en la madrugada, el pedazo del día más impredecible.

Entonces pasa que un amigo trajo a otro amigo, o necesitas tomar agua desesperadamente y le pides un sorbo a un desconocido con cara de buena fe, o te estrellas muy fuerte con alguien en medio del main y lo que empieza como pelea termina en una conversación amena hasta el final de la fiesta, o alguien te regala un poco de su porro o de su pepa o un pase en el baño, mientras otro alguien se emociona igual a ti con la misma canción y empiezan a hablar de ese artista, ese álbum y ese remake que hizo en ese año, y se acaba la fiesta y otros tres gatos como tú quieren seguirla donde sea, así eso implique raspar calle hasta el otro día con gente que nunca en tu vida has visto. O simplemente te tiras al piso en medio de una fiesta y encuentras a alguien que ya está sentado ahí, como me pasó a mí.

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Y al otro día, con los rezagos de la fiesta todavía encima, lo más probable es que encuentres un par de solicitudes de esos desconocidos en Facebook, o un saludo casual por Whatsapp: "¿cómo te terminó de ir?", "qué buena fiesta", "¡toca parchar otra vez!". Probablemente muchos de esos saludos casuales terminen en lo que terminó mi caso, o al menos en levantes fugaces que terminen en folladas sensacionales en el baño de un bar. Pero en muchos otros casos la cosa resultará en una amistad, algunas veces frívola y otras veces duradera, o al menos más duradera que un polvo casual. Y muchas de estas amistades son privilegiadas porque arrancan con el pie derecho: la música, ese elemento tan democratizador y unificador, con el que no se necesita mucho más para conectarse con alguien. Al fin y al cabo conociste a tu amigo envuelto en música ensordecedora, ¿o no?

Porque estoy segura que no solo a mí me ha pasado. Personas que me presentaron en un cumpleaños cualquiera y que ahora son mis confidentes, personas con las que rematé en plena calle hasta la mañana del otro día y se volvieron mis amigos más cercanos, personas a las que agregué después de un concierto sin conocerlas y me partieron el corazón, personas que odié de entrada pero siguen ahí, haciéndose querer o personas desconocidas con la que bailé toda la noche y que ahora me conocen cada gesto del alma.

¿Cuántos amigos de los que tienen al lado se los deben a una buena juerga? Hagan sus cuentas, y agradézcanle a la noche.

Me atrevería a decir que la fiesta me ha regalado más momentos de fraternidad, personas interesantes y lazos fuertes que malos ratos. Y no se lo debo a que me la pase saliendo, ni a que cada fin de semana emprenda una búsqueda de amistades al lugar al que vaya. Se trata de ser receptivo con lo ajeno en los escenarios comunes de nuestra vida inmediata, de dejarse cobijar por lo que no conocemos, venga en la forma que venga. Se trata, al final, de poder mirar a los lados, y aprender a reconocerse en el otro.

Muchos dirán que los amigos de fiesta no valen la pena, o que si uno termina de novio con alguien que conoció en una noche loca la cosa no va a durar. Y puede que hasta tengan razón, como puede que no, allá ustedes con sus prejuicios. Lo único que sé es que estas amistades tienen algo que muchas otras no, y es que siempre podremos reavivar los lazos bailando durante varias horas cada fin de semana.