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#metoo

#MeToo: ya conocimos a las víctimas, ahora conozcamos a los agresores

¿Por qué seguimos con miedo de denunciar con nombres propios?

Si alguien se ha visto alguna vez la película "Chicas Pesadas", recordará esa escena en la que las directivas preguntan a todas las jóvenes del colegio, reunidas en el gimnasio, quiénes se habían sentido personalmente agredidas por Regina George, la 'bully' de la película. Tímidamente, algunas empiezan a levantar la mano, como quien no quiere la cosa. En pocos segundos, otra tanda de chicas se une. Y otra. Al final de la escena, todas las manos de las chicas están levantadas, y las unas se miran con las otras, asustadas y perplejas.

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La campaña de #MeToo me hizo pensar en esa escena toda la semana. Una campaña que inició el pasado fin de semana con un tweet de la actriz estadounidense Alyssa Milano a raíz de los escándalos de abuso sexual por parte del productor de cine Harvey Weinstein, aunque para muchos Milano solo reavivó algo que existía desde hacía diez años gracias a la activista negra Tarana Burke, con las mismas dos palabras. En ese entonces el Me Too no pretendía ser un hashtag, sino una consigna entre mujeres víctimas de violencia sexual, pertenecientes a poblaciones oprimidas, para saber entre ellas que no estaban solas, como la misma Burke ha declarado en medios estos días.

Y así como en la escena de la película, otras chicas, de carne y hueso esta vez, empezaron a levantar la mano alrededor y a decir que sí, que a ellas también, que más de una vez, y a reconocerse unas con otras. Algunas simplemente publicaban el hashtag #MeToo o #YoTambién, mientras otras decidían contar las experiencias de acoso y violencia que habían tenido, algunas más desgarradoras que otras, todas igual de importantes.

Sin embargo, los nombres de los acosadores no se veían por ningún lado. Durante la semana leí todo tipo de testimonios de mujeres, cada una con su nombre, y por más indignación que pude leer en sus palabras, no encontré en sus denuncias los nombres de los agresores.

La situación se repetía. Otra campaña contra la violencia de género que iba a viralizarse durante una semana o un poquito más, que nos iba a unir por un rato y que iba a volver a apuntar el gatillo hacia nosotras otra vez, las que se reconozcan como víctimas. Las mismas que salieron esta semana a dar la cara y contar sus experiencias, a pesar de que para muchas eso significaba revivir el trauma, revictimizarse.

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¿Dónde estaban los nombres de los abusadores? Una vez más hablábamos de la violencia de género, de violaciones y acosos de manera etérea, como algo que pasó con un anónimo, con un sin rostro. Pero ese abusador tiene rostro, tiene nombre, tiene identidad. ¿Por qué estábamos de nuevo hablando nosotras solas, paradas en la tarima, sin subir con nosotras a los responsables de cada caso? No me estoy refiriendo a un linchamiento, me estoy refiriendo a responsabilizar a los agresores de sus acciones, porque este problema nos toca a todos.

¿Qué nos impide añadir a nuestros testimonios en Facebook y en Twitter la etiqueta con el nombre del que nos agredió? Pienso que probablemente sea el miedo, el mismo que invadió durante años a las víctimas de Weinstein. Miedo a perder sus carreras, a perder su oportunidad en esa industria. Miedo a que no les creyeran, a ser "destrozadas", como dijo la directora de cine Asia Argento, cuando explicó por qué no había denunciado cuando Weinstein le lamió la vagina a la fuerza.


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Gracias a campañas como esta o a consignas más antiguas como lo personal es político, sabemos de sobra que la violencia de género es algo real. También estamos seguras que la mayoría de nosotras la hemos experimentado alguna vez en nuestra vida, a pesar de que muchas no sean conscientes todavía y también muchas de nosotras sabemos que esto tiene que cambiar. Pero después de ser conscientes, ¿Qué sigue? ¿Cómo hacer justicia en un mundo donde la justicia para muchas mujeres nunca llega, incluso cuando las matan?

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¿Serían diferentes estas campañas si empezamos a etiquetar a nuestros agresores? ¿Lograríamos algún tipo de justicia social o al menos advertiríamos al resto de mujeres sobre el peligro que representan algunos hombres? Yo creo que sí.

Y creo que sí porque este hashtag ejemplifica lo mismo que pasó tantos años con Weinstein. Actrices como Gwyneth Paltrow y Angelina Jolie supieron durante años que no eran las únicas que estaban sufriendo abusos por parte del director, pero solo hasta muchas décadas después, que se acaba de poner al director en la palestra pública con todos sus escándalos, las víctimas, una a una, han decidido hablar, agrandando cada vez más las dimensiones del caso.

Sin ir hasta Hollywood recordemos el caso de Juanita Díaz, artista visual de la Universidad Javeriana que sufrió de violencia sexual por parte de Sebastián Guzmán, un compañero de su carrera. Cuando Juanita decidió denunciar, salieron a la luz más casos relacionados con el mismo estudiante. Al parecer muchas estudiantes de la carrera fueron víctimas del acoso sistemático de Sebastián. Incluso cuando publicaron el artículo en Vice, esa misma noche vi en mi Facebook dos testimonios más de otras mujeres que, al leer el artículo sobre Juanita, contaron su experiencia con el mismo agresor.

Es clave que nos unamos en este momento, chicas. Solo así perdemos el miedo. Si denunciamos en masa, si nos ponemos de acuerdo en ponerle un rostro a ese hombre que sabemos que nos agredió de alguna forma, campañas como las de #MeToo pueden llegar a tener un impacto mayor.

Para las mujeres que no quieren hacer parte de esta campaña ni denunciar a su agresor: su decisión también está bien, ninguna tiene por qué sentirse presionada, el ritmo de cada una es respetable. Y para los hombres que están uniéndose a la campaña confesando sus agresiones: no tenemos por qué felicitarlos. Discúlpense personalmente con las mujeres a las que afectaron con sus acciones. Si queremos que esto verdaderamente cambie tenemos que tomar acciones cada vez más concretas.