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Cultură

Este es el único consejo navideño de mierda al que deberías hacer caso

Love Actually, Solo en casa, Family Man... Todas las películas que ponen estos días en la tele repiten un mismo mensaje. Es ñoño, sí, pero también muy útil.

Está presente en todas las películas navideñas. The Family Man, Solo en Casa, los Gremlins… Absolutamente todas acaban subrayando el topicazo más obvio de la historia del cine ñoño: "Dile lo que sientes por él/ella antes de que sea demasiado tarde". Un briconsejo obvio y facilón -solo superado por el recurrente "sé tú mismo"- pero que la mayoría nos negamos a seguir. Prueba de ello es que ayer todo el mundo lloriqueaba por la muerte de Lemmy (alguno la de Elena de Borbón) mientras se lamentaba por no haber visto nunca a Motörhead en concierto. ¿A qué esperaban? Pero si estuvieron aquí este mismo verano. Incluso nosotros lo advertimos en su día: no esperes a que se mueran para ser fan suyo.

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Lo de mostrar-nuestros-sentimientos-a-los-seres-queridos-porque-en-cualquier momento-podrían-desparecer es el mantra más repetido por televisión en estas fechas, pero también el más ignorado. Nos hacemos los duros. Callamos lo que sentimos. Damos cosas por supuesto. La cagamos. Ni siquiera aquella empalagosa carta de despedida de Gabriel García Márquez ("si supiera que estos son los últimos minutos que te veo, te diría te quiero y no asumiría, tontamente, que ya lo sabes) era real. Ni el propio escritor, con un pie en la tumba, quiso desnudar su alma en frases como "no esperes más, hazlo hoy, ya que si mañana nunca llega, seguramente lamentarás el día que no tomaste tiempo para una sonrisa, un abrazo, un beso". David Civera grita "dile que la quiero" pero en la intimidad guarda silencio ante su amada.

Nos hacemos los duros. Callamos lo que sentimos. Damos cosas por supuesto. La cagamos.

Y es que no podemos evitar que lo de transmitir al prójimo lo que sentimos por él nos apeste a Paulo Coelho, memes con fondo de flores/paisaje/velas y monsergas de autoayuda. Y, sin embargo, es justamente el único consejo navideño que más nos valdría seguir. En esta celebración mundial del buenismo, no estás obligado a llevarte bien con jesusito, papanoel, tu familia política, los anuncios de perfumes y Cortilandia. Pero, créeme, te conviene hacer caso a Timothy Hutton cuando le pide a Matt Dillon en Beautiful Girls que no vuelva a meter la pata con Mira Sorvino. O a John Candy en Mejor solo que mal acompañado y, si no la has visto, a Zach Galifianakis en Salidos de Cuentas o Julián López (Juancarlitros) en No Controles. Porque todos te recomiendan lo mismo: puedes ser un cínico asqueroso, pero evita serlo las 24 horas del día.

Nuestra existencia es insignificante y ridícula pero, con suerte, a veces suceden pequeñas cosas que le dan cierto sentido. Y ser relevante para alguien es una de ellas. Uno podría morir tranquilo solo con saber que, entre toda su torpe trayectoria vital, ha logrado hacer algo que ha sido útil para alguien. Yo, por ejemplo, recuerdo a una profesora de Lengua que, cuando tenía nueve años, despertó en mí la pasión por leer y escribir. No sé qué tecla presionaba esa señora en sus clases, pero consiguió que devorara libros de Anastasia Krupnik como las bolsas de leche que nos daban en el recreo y que disfrutara haciendo redacciones como jugando con la Game Boy. Supongo que haber tenido esa influencia positiva sobre mí ya le compensó haber salido de la cama cada mañana.

En mi caso, aquello derivó en vocación y más tarde en profesión y, aunque el tufo sentimentaloide de El Club de los poetas muertos , Martes con mi viejo profesor y cualquier película sobre maestros enrollados tipo Half Nelson o La Clase me provoca alergia, he llorado con el final de La lengua de la mariposas . Por eso no me sonroja decir que he imaginado lo feliz que se pondría mi profesora si supiera que aquel mocoso con el que solo coincidió un par de cursos en los noventa todavía se acuerda de ella y la considera responsable de inculcarle un oficio que, como mínimo, le ha servido para pagar el alquiler durante toda su vida adulta. La gente que he conocido y las experiencias que he vivido se las debo en parte a esa mujer.

Hace unos meses descubrí que Juan, del grupo Cuchillo de Fuego, trabajaba en el colegio en el que esta docente (sin saberlo) me ayudó a saber lo que quería ser de mayor. Le pregunté por ella, me respondió que llegó a ser directora pero ya se había jubilado y le pedí su contacto para darle las gracias por todo lo que aprendí con ella y contarle que ya soy mayor y -sobre todo- soy lo que quería ser de mayor cuando era pequeño. Hablaríamos un rato y ella haría suyas mis hazañas. En el relato de los trabajos que firmé y los periódicos, radios, teles y revistas por los que pasé, mi profesora se llenaría de orgullo. Nuestra charla sería mi humilde homenaje a su labor y quizá descubriríamos que había leído, visto o escuchado algo mío sin saber que era de un alumno suyo.

Estas Navidades me regalaron un cestón de discos en el que no faltó el vinilo rosa de Cuchillo de Fuego y ese día volví a contar mi batallita de la profesora de Lengua que tanto me marcó. Anoté, una vez más, mentalmente y con mucha ilusión el recordatorio de "intentar contactar con ella lo antes posible" y esa misma tarde recibí una noticia que me dejó llorando como un gilipollas, como cuando veo a Moncho lanzando piedras a don Gregorio mientras le grita "tilonorrinco" y "espiritrompa" en el final de La lengua de las mariposas. Amparo acababa de morir atropellada. Se había ido sin saber lo agradecido que estoy por haberla conocido y con este artículo de mierda como único agradecimiento a todo lo que me regaló en el aula María Montessori del colegio Rosalía de Castro de Vigo.