FYI.

This story is over 5 years old.

Cultură

Los pasatiempos apestan

Siempre he odiado los pasatiempos, es más, me parecen completamente ofensivos. Nosotros, como humanos, como mortales, lo único que tenemos es el tiempo, el ahora, todos esos momentos antes de que alguien nos entierre bajo el suelo. Entonces, teniendo...

Imagen vía

Vale, esto es una idea que hace tiempo que me ronda por la cabeza. Se refiera a una cosa que me toca mucho las pelotas, quizás sea lo que más me toca las pelotas en todo el mundo. Más que el holocausto o la cerveza Cruzcampo. Me estoy refiriendo a la existencia de algo tan sencillo y ordinario como los pasatiempos. Ya sabéis, esas cosas que sirven para que uno no se aburra, esos panfletos que pretenden que un espacio concreto de tiempo (por lo que parece un espacio de tiempo que no queremos vivir) se suceda de la forma más rápida posible. Siempre he odiado los pasatiempos, no me atraen, es más, me parecen completamente ofensivos. Nosotros, como humanos, como mortales, lo único que tenemos es el tiempo, el ahora, todos esos momentos antes de que alguien nos entierre bajo el suelo o que nos quemen o que nos tiren a los cerdos (eso depende de cada uno). Entonces, teniendo esto en cuenta ¿quién en su sano juicio querría utilizar algo cuyo objetivo es hacer que no seamos conscientes de nuestro propio tiempo? Éste es nuestro valor más preciado, es por eso que un producto que lo que pretende es “distraernos” de la riqueza existencial del ser y del estar debe ser considerada como el mismísimo diablo.

Que existan estos productos ya es bastante desconcertante pero aún lo es más la aceptación que tienen en todos los estratos de nuestra sociedad. Para muchos son unos compañeros indispensables para hacer más agradables todas esas horas muertas en Correos, en la sanidad pública, en el congreso de los diputados o en la consulta de ese abogado que te está llevando esa separación tan complicada. Incapaces de soportarnos a nosotros mismos preferimos auto engañarnos pensando que estos pasatiempos nos harán un poco más inteligentes, aumentarán nuestro vocabulario, nuestra agilidad mental, nuestros reflejos o nuestra percepción espacial pero lo único que estaremos aprendiendo será a abrazar la idea de que vivir nos importa una mierda. Tiraremos todas esas horas perdidas a la papelera, horas que jamás volverán y que algún día, navegando a través de las oscuras aguas de la Estigia, querremos recuperar.

Como comprenderéis, no me refiero únicamente a los clásicos pasatiempos que uno encuentra en los quioscos, a esas revistillas con portadas de colores horribles y con ilustraciones “divertidas” o con fotos de tenistas, mujeres en bikini o adolescentes con guitarras (la absurdidad es el denominador común). Me refiero también a las más contemporáneas adaptaciones de éstos, como las aplicaciones para teléfonos móviles o tabletas, esos objetos que siempre tenemos tan a mano y que no nos supone ningún tipo de esfuerzo considerarlos como nuestra fuente principal de divertimento. Por dios, si disponemos de 30 minutos de espera no los malgastemos construyendo unos carros raros para unos cerdos verdes que roban huevos de pájaros, miremos por la ventana, fijémonos en esa enorme bola en llamas que flota en medio del cielo y preguntémonos “¿qué coño?”. Miremos nuestra mano, muy de cerca, catando todas esas texturas y líneas raras y preguntémonos de nuevo “¿qué coño?”. Yo qué sé, hay cientos de cosas mejores que hacer antes que intentar pasar esos minutos de la forma más rápida y “divertida” posible gracias a un videojuego o a un crucigrama. Es cuestión de respetar el tiempo. Tomémonos un respiro, disfrutemos del momento actual (¿a caso no es lo único que existe?) y percibamos el sutil paso del tiempo sobre nuestra corta y mísera existencia. Respiremos tranquilamente, démonos cuenta de una maldita vez de que estamos vivos y que esto es, hasta cierto punto, una maravilla, una bendición. Joder, hay que aprender a aburrirse, a pasar un rato sin estar haciendo nada, a depender de uno mismo en los momentos muertos. Nada de inputs externos, nada de pasatiempos baratos. Aburrámonos, notemos el movimiento del segundero del reloj y, joder, disfrutémoslo. Es que amigos, vamos a vivir unos 80 años (con suerte), ¿no os parece motivo suficiente como para intentar no perder ni un minuto?

En definitiva, si consumís demasiados pasatiempos es que, en el fondo, hay una pequeña parte de vuestro cerebro que os está obligando a detestar los años, los meses, las semanas, los días, las horas, los minutos y los segundos y, por lo tanto, os está animando a deambular por este mundo de la forma más rápida posible, como si no quisieras experimentar vuestra propia existencia, como si quisierais pasar de puntillas a través del eterno devenir de los tiempos.