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Hijo de la ira

Miedo y asco en Guerrero

En Guerrero, el proceso electoral del próximo domingo pinta para ser uno de los más convulsos de los que se tenga memoria.

Fotos por Javier Verdín.

"A mí la democracia no me hace gracia,
pues los candidatos son una desgracia"

El Palomazo Informativo

En Guerrero, el proceso electoral del próximo domingo pinta para ser uno de los más convulsos de los que se tenga memoria. La desaparición de los 43 estudiantes en Iguala; el recrudecimiento de la narcoviolencia; la crispación social que ha amagado con boicotear el proceso en al menos tres municipios clave; un gobernador interino que ha pecado de manso; el asesinato de un aspirante y ataques contra otros cinco más, aunado a la designación de candidatos de escasa credibilidad, son algunos de los ingredientes de una temporada electoral en la que muy pocos han creído. Un fantasma recorre el territorio guerrerense; es el fantasma del abstencionismo.

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Todo cambió la noche del 26 y la madrugada del 27 de septiembre de 2014, en Iguala. La muerte de tres estudiantes, tres ciudadanos (uno de ellos, un futbolista de 15 años) y la desaparición de otros 43 normalistas, derribó la tranquilidad de membrete con la que había navegado el entonces gobernador Ángel Aguirre Rivero. La tragedia, que aún permanece sin una explicación contundente, obligó a los partidos políticos a modificar sus planes electorales.

Octavio Paz consideraba a la democracia una creación popular, no una superestructura. Sin embargo, los dos candidatos punteros parecen anclados en un aparato piramidal muy lejano de lo popular y muy parecido a una superestructura. He aquí un panorama:

PRD con piel de oveja

Desde mediados de 2013, el PRD se sirvió una sopa de gobierno estatal y se dispuso a saborearla. El banquete parecía inexorable. Se vieron a sí mismos por otros seis años en la gubernatura, arrebatada al PRI en 2005, luego de siete décadas. Pero del plato a la boca ocurren muchas cosas.

Armando Ríos Piter encabezaba todas las encuestas y sondeos de los candidatos a gobernador. Aunque esto no era del gusto de todo el sol azteca, lo aceptaban, pues aseguraban por unos años más las mieles del presupuesto estatal.

Lo de Ríos Piter no era casualidad: primero, exprimió todo lo que pudo al movimiento de Andrés Manuel López Obrador (en la elección de 2012, lo acompañó por todo el estado). Luego, una vez desmarcado del tabasqueño (quien lo llamó "achichincle de Peña Nieto"), emprendió su propia cruzada en sus lujosas camionetas rotuladas con un sobrenombre rimbombante y ridículo: El Jaguar de la Costa.

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Entre 2013 y 2014, el gobierno perredista de Ángel Aguirre se desdibujó: las movilizaciones sociales subieron de tono; las autodefensas se reforzaron el centro de la entidad; la narcoviolencia no solo no bajó, sino que se incrementó a niveles precupantes, que colocaron a Acapulco como la ciudad más peligrosa de México y la tercera en el mundo. Para colmo de males, la tormenta Manuel evidenció la verdadera forma en la que Aguirre gobernaba: mientras los ríos destruían carreteras y viviendas por toda la entidad, Ángel Aguirre daba el Grito de Independencia con sus amigos priístas y perredistas (analogía perfecta de Rebelión en la granja, de Orwell, cuando, desde la ventana, los animales miran a los cerdos convivir con humanos, a quienes le habían declarado la guerra) en una comilona celebrada en Casa Guerrero. Semanas después, se descubrieron en Chilpancingo bodegas repletas de ayuda humanitaria que no se entregó, almacenada para fines poco claros. El abismo, augurado oportunamente en VICE, fue inevitable.

Y es que en 2012, en su afán de retener la gubernatura y al darle la candidatura al priísta Ángel Aguirre, el PRD literalmente pactó con el diablo. Y diablo siempre cobra de más.

Beatriz Mojica.

Horas después de que el mundo conoció los deleznables hechos del 26 y 27 de septiembre, Ríos Piter, de la nada, ofreció una conferencia de prensa para deslindarse de José Luis Abarca, alcalde de Iguala (meses después lo exhibieron en un video en el que le levanta la mano y lo llena de atributos). Lo mismo ocurrió con todos los perredistas que aspiraban a ser el candidato a gobernador: Sebastián de la Rosa, amigo personal de Abarca, dijo que no sabía de la verdadera ocupación del munícipe; Sofío Ramírez, el delfín de Aguirre y señalado de nexos con el narco, subió a tribuna en el senado, no para exigir justicia para los estudiantes, sino para pedir que no se linchara al PRD, ni a Guerrero. Beatriz Mojica renunció a su cargo como secretaria de Desarrollo Social del gobierno aguirrista y proclamó a los cuatro vientos su interés en ser candidata.

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Lo que siguió, marcó el curso de la elección: Ríos Piter anunció públicamente que se retiraba de la contienda (sobre esto se han vertido las teorías más disparatadas: desde un posible pacto con Peña Nieto, hasta amenazas del crimen organizado) y que esperaría otros tiempos. Su salida, lejos de ser un revulsivo, terminó siendo un factor que gangrenó una jornada electoral que de por sí se veía enferma.

A eso le siguió la licencia de Ángel Aguirre al gobierno del estado (que fue sustituido por el académico Rogelio Ortega), un eventual debilitamiento de su grupo y la evaporación de la candidatura de su hijo en Acapulco. Solo faltaba que el PRD eligiera al candidato equivocado para firmar su eutanasia: designar a Sofío Ramírez como candidato. No fue fácil decantarse por la actual candidata. Fueron necesarias nueve encuestas internas para convencer el machismo que impera dentro del perredismo. Era la menos golpeada en términos políticos, aunque la menos experimentada. Pero su cercanía al grupo de Los Chuchos también fue decisiva para ungirla como abanderada.

Mojica nació en Costa Chica, pero emigró a Ciudad Altamirano desde muy niña. Años después se fue a la ciudad de México donde estudió Comunicación Social en la UAM. Según su currículum, hizo dos doctorados, uno en España y otro en Francia. Sin embargo, ni en su discurso, ni en sus intervenciones en los debates, se ha notado la erudición, la asertividad o cuando menos la bibliografía de alguno de esos grados de estudio.

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Su plan de gobierno es como lo ordena el manualito perredista: becas y empleos. Fuera de eso, todo lo demás se enfoca en tratar de defender lo indefendible: que el PRD no es responsable de la masacre de Iguala; que el gobierno de Aguirre no fue tan malo. A la postre, estos podrían ser los clavos de su cruz.

Esta mujer abandera un PRD herido de muerte, pues además de la credibilidad perdida, enfrenta una fuga de simpatizantes como nunca en su historia en Guerrero. Además, varios de sus dirigentes señalados por sus nexos con el crimen organizado, forman parte de su campaña o incluso están en varias planillas municipales. Por lo visto, el PRD no aprendió nada de lo que ocurrió Iguala.

El mismo PRI

Hasta 2014, en el priísmo su candidato natural a gobernador era Manuel Añorve Baños, actual diputado federal y ex alcalde de Acapulco, cercano a Manlio Fabio Beltrones y la dirigencia nacional del PRI. Añorve movió sus piezas con mucha antelación: su esposa es diputada local y actualmente forma parte del equipo del candidato a alcalde porteño del partido tricolor. Añorve fue señalado por desfalcar y hundir en la violencia al municipio más importante de Guerrero, acusación que libró gracias al fuero y a sus amistades.

Pero Añorve no contaba con la tragedia de Iguala. Los partidos políticos se dieron cuenta que, de ir con candidatos señalados por corrupción o nexos con el narcotráfico, su derrota sería inminente. Esto obligó al PRI a reacomodar sus fichas y de ese modo, se esfumaron las ansias de Añorve de tomar venganza política contra su primo Ángel Aguirre Rivero, ex priísta y entenado perredista que mantuvo la gubernatura para el sol azteca.

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La opciones del PRI para sustituir a Añorve eran débiles o de plano disparatadas: Mario Moreno Arcos, alcalde de Chilpancingo, señalado de posibles vínculos con el crimen organizado. Cuauhtémoc Salgado, posiblemente el dirigente estatal más mediocre que haya tenido el priísmo guerrerense. El otro era Héctor Astudillo, diputado local y apestado político durante más de una década, luego de que en 2005 perdiera la elección a gobernador contra el abanderado perredista Zeferino Torreblanca Galindo.

Héctor Astudillo.

Hace 10 años, luego de la derrota, a Astudillo le costó mucho trabajo abrirse paso dentro del PRI. Sus mismos compañeros de partido se encargaron de hundirlo hasta casi terminar su carrera política. Pero Astudillo no se amilanó. Volvió a empezar casi desde cero. Es conocido por no terminar sus periodos, por eso, en 10 años ha sido alcalde de Chilpancingo, diputado federal y diputado local. Sin embargo, cuando a principios de 2014 manifestó su interés por contender por la candidatura a gobernador, muchos se rieron de él, mas el tiempo y la tragedia de Iguala se encargaron de callarlos.

Casi a regañadientes, la dirigencia nacional tuvo que ungirlo como candidato, pese a una gris carrera como político chapulín; pese a que más allá de la región Centro es un desconocido y pese a la vetusta visión política que tiene el chilpancingueño. No había de otra, para el PRI era Astudillo y la posibilidad de ganar; o elegir otro aspirante acusado de narco, y la seguridad de que mucha gente les daría la espalda.

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Su campaña es casi una calca de la que hizo en 2005, aunque con menos convocatoria (conviene aclarar que después de lo de Iguala, ningún político la tiene). Pese a su trayectoria legislativa, su capacidad como orador sigue siendo limitada (extrañamente, más que en 2005). Su desenvolvimiento arriba de los estrados es sobreacuado; sus poses, anticuadas y su equipo, sumamente cuestionable. Asimismo, sus propuestas de gobierno son difusas, ambiguas, pues todo su empeño lo ha puesto en su frase (que modificó dos veces): por un Guerrero en orden y paz.

En una entrevista, cuando le preguntaron si investigaría a Manuel Añorve sobre los desvíos en Acapulco, luego de escudarse en una larga verborrea, finalizó: "Añorve es mi amigo. Y lo quiero mucho. Nada más". Del mismo modo, a pregunta expresa sobre la corrupción en el periodo de Ángel Aguirre, solo dijo que si existen elementos que inculpen al ex gobernador, lo someterá a una investigación.

El priísta está conciente de que representa a un partido que ha protagonizado uno de los peores sexenios. Quizá por eso, en varias entrevistas ha insistido en que él es el candidato que más le conviene al PRI. Cuando un reportero le preguntó que cómo creerle a un candidato que asegura que luchará contra la coprrupción, cuando la corrupción viene desde su propio partido, desde el propio presidente, Astudillo respondió: "independientemente de que me crean o no, lo tengo que hacer".

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Astudillo está a punto de enfrentarse a sus propios demonios: en la elección de 2005 no ganó ni en su casilla, ubicada en el corazón de la colonia Santa Cruz, en Chilpancingo, donde viven el priísmo de viejo cuño. Además, como coodinador de la campaña de Peña Nieto en Guerrero, sus resultados fueron desastrosos. La tercerá será la vencida… o la mortal.

Los demás

Muy atrás, el que posiblemente quede en tercer lugar (si es que alguno de los partiditos no da la sorpresa) sería Luis Walton, prominente empresario gasolinero que actualmente es alcalde de Acapulco, quien se obsesionó con ser gobernador.

Walton, abanderado de Movimiento Ciudadano, carece de estructura y presencia. Fuera de Acapulco nadie sabe quién es. Su ascenso a la alcaldía del puerto obedece al efecto López Obrador, quien hizo campaña a su favor en 2012. Mas para 2015, AMLO registró Morena y lanzó candidato propio en Guerrero.

El empresario volcó todo su interés por la gubernatura y literalmente abandonó Acapulco. Los resultados no se hicieron esperar: no hay día que no haya ejecutados (pese a la presencia de fuerzas federales), hay obras sin terminar y muchos anuncios de Movimiento Ciudadano.

Walton tuvo una oportunidad de oro: hacer alianza con Beatriz Mojica y asegurar el triunfo. Pero no la aprovechó. El domingo se confirmará su error.

Los otros seis candidatos son casi invisibles. Carecen de toda probabilidad de ganar. Su único objetivo es mantener el registro, aunque es probable que más de uno lo pierda.

Detrás de Astudillo y Mojica hay dinosaurios de alta escuela, aunque de distinto color. Quizá por eso sus campañas fueron tan parecidas (el presupuesto de campaña de cada uno, fue 27 millones de pesos), sus prácticas fueron tan similares y tienen tantos amigos en común. Astudillo representa al PRI rancio y tramposo que durante décadas ha parasitado de los guerrerenses. Mojica abandera a expriístas y perredistas que igual y resultan peor. Bernard Shaw concebía a la política como el paraíso de los charlatanes. Y eso es exactamente lo que es Guerrero: algo muy parecido al paraíso.

@balapodrida