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Carta a un hincha colombiano

Quiero invitarlos, queridos hinchas de Colombia, a que no esperemos nada de la Selección. A qué sea un interrogante que merece ser respondido con equilibrio: hay jugadores excelentes y un técnico capaz, pero es el Mundial y la excelencia del fútbol se...

Ilustración: Paula Osorio

Pronto se cumplirán 16 años desde que vimos por última vez a la Selección en un Mundial. Dieciséis años de ese “último partido” contra Inglaterra, en Francia 98, que recuerdo como si hubiese pasado hace apenas horas. Estoy seguro de que Jorge Bermúdez, El Patrón, se debe acordar mucho mejor que todos nosotros juntos. Pobre Patrón, cómo se caía, cómo se veía de duro, de mármol. Cada vez que Michael Owen lo encaraba, un poco de su dignidad quedaba allí, en el verde césped del estadio de Lens, desperdiciada en un balón recuperado que nunca fue.

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La Selección perdió 2-0 y digo “perdió” porque, hablando de fútbol, el plural “perdimos” me suena exagerado. Nosotros, ustedes y yo, hinchas normales que apenas vimos la televisión, perdimos un poco de ganas de continuar vivos esa tarde; de seguir viendo el fútbol de los otros y de seguir creyendo que el equipo daba para más, aunque fuera de manera poco objetiva. No perdimos el partido. Los que perdieron fueron los jugadores y el técnico. No fue derrotado el país, sáquense esa idea de la cabeza de una buena vez y dejen de repetir la perorata de quienes se benefician de que lo crean.

Si Colombia gana el Mundial, la pobreza seguirá allí, los políticos y la violencia también, como la desigualdad y la ignorancia. Si ya perdimos nosotros, todos, no hay razón para redundar en la idea.

Decía que la Selección Colombia perdió ese partido contra Inglaterra: la eliminación del campeonato en primera ronda y el fin de una excelente generación de futbolistas que se veía muy grande, pero no ganó nada. Sin embargo, al final, todos ellos sirvieron para cumplir la triste misión de generar nuevos recuerdos y por fin dejar descansar a ese trajinado 4-4 con la Unión Soviética de Chile 62, el pan de la carencia que se repartió hasta 1990.

Qué dura es la historia, qué cruel haber vivido tantos años sin poder ir a donde todos querían llegar, qué triste que el único gol olímpico de los mundiales lo marcara un colombiano, que no importase que fuera un gol horrible (acaso el más feo de las Copas del Mundo), porque justamente, lo había marcado un colombiano y de algo había que aferrarse… No podemos olvidar la historia, que la amnesia colectiva no nos lleve al delirio de creer que tenemos un palmarés glorioso. Aprendamos que entre más arriba nos sintamos, más huesos se nos van a romper al caer.

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Queridos hinchas de la selección, no podemos olvidar que ya nos creímos campeones del mundo una vez, los resultados nos mataron la ilusión y los criminales mataron a Andrés Escobar. No nos olvidemos que el equipo del 94 jugaba mejor que todos, pero por fuera de las líneas blancas esperaba una fila de problemas que comenzaban con salidas de compras no autorizadas a los “malls” y terminaba con amenazas de muerte al cuerpo técnico. La Selección jugó tan bien en los meses previos, que todos comenzaron a celebrar antes de tiempo. No es necesario decir que celebrar es beber alcohol y que Colombia es una borracha agresiva.

Y la ilusión de que el equipo llegara lejos, con tal número de ‘cracks’ que no es necesario nombrar, se rompió en primera ronda y muchos de ustedes, quizá, sintieron que esto de venir al mundo no tenía sentido, que era una gran injusticia. Para qué verlos si “no quieren las camiseta, malparidos”. Era lógico, Después de pasar a segunda ronda en Italia 90, no era pecado creer que todo podría ser mejor… así, a golpes, hemos tenido que darnos cuenta de que el fracaso siempre ha tenido fuertes abrazos para nosotros.

Sin remedio, el 5-0 contra Argentina se convirtió en la nueva fuente de recuerdos, en el 4-4 contra la Unión Soviética de nuestra generación.

Quiero invitarlos, queridos hinchas de Colombia, a que no esperemos nada de la Selección. A qué sea un interrogante que merece ser respondido con equilibrio: hay jugadores excelentes y un técnico capaz, pero es el Mundial y la excelencia del fútbol se pasea por los estadios y las concentraciones. No hay razón para que creer que  el equipo es más o menos que otros, ni para sentirse candidatos, ni comodines. Que no haya motivo para que si, una vez más, la derrota llega en la primera ronda, no busquemos al Stefan Medina de turno en el que expiar todas las culpas, a que entendamos que nadie obliga a que las ilusiones personales sean puestas en once tipos que patean una pelota.

No seamos egoístas, no seamos mezquinos. Nos caracterizamos por pasar del fuego al hielo como si nada, del elogio sin crítica de los ídolos a la crucifixión pública de los culpables. Sin puntos medios, como en casi todo lo que nos define como colombianos.

Al balón le van a dar patadas en el Mundial y veremos árbitros “empujando” a quienes haya que empujar, a grandes empresas presionando para que su marca no deje de verse, a la mafia que también existe y se sienta en los palcos de las mejores tribunas. Pero creo que también habrá momentos especiales en los que el deporte será más fuerte, golazos que serán perpetuos y anécdotas que luego contarán los que escriben la historia.

Qué el equipo de Colombia avance es algo que seguro querremos. No por dejar “al país en alto”  sino porque si bien no elegimos donde nacer, sí resulta inevitable sentirnos más afines con quienes hemos visto crecer en los estadios, por quienes usan nuestras mismas palabras y han tenido el mérito de surgir en nuestra cruda realidad. Quise enviarles esta carta, inútil seguramente, para llamar a la calma en medio de este frenesí natural después de 16 años de hambre.

Vamos a ver los partidos, a emocionarnos. Griten si quieren, pero no le peguen a nadie. Para despedirme les digo, queridos hinchas, que si me preguntan hasta dónde llegará Colombia, les diré que se queda en la primera ronda. Ojalá que no pasé, ojalá no sea así, para en ese caso, recibir respuestas de todos ustedes callándome la jeta. Lo único que pido: háganlo sin violencia.