Fui al Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México y me deprimí

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Fui al Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México y me deprimí

El Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México es un deprimente retrato del México actual.

Una parvada de pájaros blancos vuela sobre una bandera de México. Es el camping central del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México. El camino que lleva de la entrada —ahora accesible para personas y visitantes— al lugar donde se construye la nueva terminal aérea es la carretera Peñón - Texcoco. Poco antes de llegar vi la entrada al Parque Ecológico Lago de Texcoco, un letrero descuidado y viejo, como sus instalaciones abandonadas. Enfrente una enorme reja perimetral de 33 kilómetros delimita el terreno de casi 5,000 hectáreas y fue construída por la SEDENA, dicen “por cuestión de seguridad”.

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La entrada al terreno tiene al frente un paisajismo de cactus y formaciones con piedra y tezontle. Entré al lugar después de hablar con un par de agentes federales, claro con una visita ya acordada. El camino que lleva a las oficinas centrales de la nueva obra es de asfalto, una calle recién hecha de doble sentido en medio de lo que era parte de la cuenca del Valle de México. El gran terreno aún conserva algo de lo que fuera, una zona lacustre, hay algunos espejos de agua donde la arena no ha sido cubierta por los materiales de construcción, ahí caminan aves de patas largas y hay hierba corta, también hay Tamarix (pino salado), una especie invasora de arbustos que soporta crecer en tierras con gran porcentaje de salinidad, como es el caso de este lago —casi— seco, y que fue plantada por el gobierno en 2017.

El camino tiene algunos baches y charcos. A lo lejos, hasta donde alcanzo a ver casi todo es rojo a causa del tezontle, que cubre lo que serán tres pistas de cinco kilómetros, para aplanarlas y exprimir la mayor cantidad de agua posible, así como, en algunos sitios, una capa superior de basalto para poner más peso sobre el antiguo suelo arenoso.

“Aquí no hubo un gran lago como lo pintan”, dice la arquitecta Claudia García, nuestra guía, dándole la contra a la historia, a que Hernán Cortés tuvo que construir 13 bergantines para poder invadir por agua la Gran Tenochtitlán, que a su paso rompió el acueducto de Nezahualcóyotl, mezclando las aguas salobres con las dulces y destruyendo así, el equilibrio logrado por los indígenas. Claudia también desdibuja los 500 años de esfuerzos, de muchos gobiernos, por borrar la naturaleza de la región, de la colonia a nuestros días; los más de 40 ríos vivos entubados que corren debajo del asfalto de la ciudad, las ondas de los terremotos multiplicadas por el terreno lodoso, sobre el que edificamos una urbe enorme, y la extracción de agua para abasto; desmiente a historiadores, científicos, líderes, al ingeniero Nabor Carrillo y al arquitecto Alberto Kalach.

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Me dio tristeza ver que un lugar que debería ser una enorme reserva de agua, con plantas y aves —como se planteó desde los años 60 del siglo XX—, es hoy un plancha cubierta de piedras rojizas, asfalto, luminarias incontables y máquinas, de grúas a tractores o camiones de volteo y carga.

La obra está a cargo del Grupo Aeroportuario de la Ciudad de México (GACM), con inversión estatal en su mayoría, y que ya se ha comprometido al pago de 119 mil millones de pesos, según una nota de Animal Político publicada en mayo pasado. Cuando por fin se dio a conocer este mega proyecto, que es la herencia que nos dejará Enrique Peña Nieto, se dijo que costaría 169 mil millones de pesos, pero en ese momento el dólar costaba 13, pesos, no los 18 pesos actuales. Ahora se calcula que valdrá al menos 195 mil millones de pesos.

Los cimientos de la torre de control, que medirá 90 metros de altura, están avanzados. Ya hay dos pisos del cuerpo base, un gran círculo donde habrá dormitorios, comedores y muchos otros servicios para los operadores, y que además debe de soportar temblores de hasta 9 grados. A una gran distancia están los primeros de 21 foniles (columnas), que darán sustento a la terminal con aspecto de una enorme célula, persona sin cabeza, alien, bicho, o no se qué, de cristal y acero. Cada pieza de acero que la conforma está prefabricada y se van ensamblando in situ con gran precisión.

Los foniles están pensados para sostener la estructura y para recoger de forma eficiente la lluvia, que irá a dar a un drenaje pluvial, que ya se está construyendo, pero que desembocará —eso mencionaron— en el Túnel Emisor Oriente. Además ya se han puesto las 865 lozas de concreto impermeable del edificio terminal, que no dejará entrar la salinidad a las nuevas estructuras de acero.

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Mi tristeza estaba acompañada de frustración y resignación. ¿Cómo no nos dimos cuenta de lo costoso, en muchos aspectos, que era hacer esta obra? A la fecha, el aeropuerto tiene 31 por ciento de avance, según la información que publicó recientemente el gobierno entrante de Andrés Manuel López Obrador. Ya se han invertido millones de pesos, emplea a 48 mil personas, se han explotado 80 minas de tezontle y basalto, y se ha comenzado a desecar el terreno.

La tarea es enorme y sí es un gran logro hacerlo porque lo están haciendo en un terreno muy problemático, donde la humedad es del 200 al 700 por ciento. La justificación del GACM, a cargo y quien operará la terminal área, es que hay aeropuertos que incluso le han ganado al mar en otros países. No importa si Dubai o San Francisco lo hicieron, no es argumento válido para tratar como siempre de ganarle terreno a la naturaleza, de querer destruir un posible vaso de agua en una región donde abastecer la demanda requiere de un sistema como el Cutzamala, que atraviesa 200 kilómetros desde Michoacán y sube a más de 2000 metros de altura.

Detener la obra es muy costoso, pero también lo será continuarla y mantenerla. Hace cinco años, cuando Peña Nieto era el abanderado de Saving México, nos dejamos cegar por un proyecto firmado por Norman Foster, no se cuestionó lo suficiente su viabilidad, ni por qué el gobierno decidió hacerlo en ese sitio. “Porque está cerca de la Ciudad de México”—a 15 kilómetros y a 5 del actual aeropuerto— no es argumento válido, Gatwick está a 45 kilómetros del sur de Londres y el Aeropuerto Charles de Gaulle está a unos 23 kilómetros de París.

El trabajo hecho por los mexicanos que soldan cada una de las piezas para formar los foniles sin duda es extraordinario, la tecnología hecha para desecar el terreno sobre el que irán las pistas es una maravilla, y quizás hasta los hoteles y los comercios, así como la terminal en sí, que se pretende hacer dentro del complejo sea maravilloso, al igual que el circuito que se tendrá que construir para llegar a la terminal.

Un nuevo aeropuerto para la capital era necesario, ya que el actual solo puede recibir máximo 42 millones de pasajeros anuales, para eso se implementaron las llegadas y salidas de madrugada, pero es también necesario la recuperación de fuentes naturales de agua y devolverle a esta tierra algo de lo que fue y que volverá a ser a costa de nosotros.

Esos terrenos además de haber sido una promesa de volver a ser zonas lacustres, están al lado del Bordo de Xochiaca, el basurero más grande de la capital, no valdrían mucho, a menos, que un aeropuerto los revalorizara. Si bien no eran privados, eran de la CONAGUA, pero los que rodearán el NAICM tienen propietarios con nombre y apellido, que quizás nunca iban a poder hacer nada con ellos. Gracias a Peña, y a nuestra reacción tardía, podrán venderlos en millones, aunque apesten.