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Supuse que había sido mi jefe pero no quería decir nada todavía –en primera, porque es mi jefe, y en segunda, porque no hay nada peor para un romance floreciente que acusar a tu amado ETS– y, a fin y al cabo, quizá no era más que una candidiasis asesina.Dos días después, cuando me levanté de la cama, casi me desmayo. En ese momento supe que tenía algo grave. Me subí al auto y conduje a toda velocidad a una clínica de ETS. Me hicieron esperar por horas en la sala abarrotada de gente. Mi vagina picaba, ardía y escurría como las Cataratas del Niágara. Me preguntaba si algún día me atrevería a volver a tener contacto con un pene. Cuando por fin llegó mi turno, tuve que acostarme en la mesa de carnicero cubierta de papel donde revisan a los pacientes y mi vagina quedó expuesta al aire acondicionado de la habitación. La enfermera tomó unas muestras mientras yo contemplaba los posters de gatitos que estaban en el techo.Nunca la había cagado tan feo. Tenía que decirle al hombre que firma mis cheques que casi mata mi vagina.
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