Así entrena un equipo profesional de League of Legends

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Ediciones VICE

Así entrena un equipo profesional de League of Legends

Así es la sala de entrenamiento de uno de los mejores equipos de LoL.

Es viernes por la tarde y llego a Espluges de Llobregat, un municipio de la provincia de Barcelona, a eso de las seis. La mayoría de gente vuelve a sus casas para iniciar el fin de semana, pero en un edificio que se levanta imponente delante mismo de la parada —moderno, pulcro, con los cristales tintados que reflejan el paisaje urbano como cualquier otro edificio de oficinas— hay un cubículo reservado para uno de los equipos del momento en el panorama de los eSports, el KIYF eSports Club.

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Tomo el ascensor y subo a la octava planta, donde comparten oficinas Seven Mila, la agencia de comunicación que adquirió el proyecto hace un par de años, y los jugadores, que esta temporada han estrenado su propio gaming room, un espacio innovador en el mundo de los deportes electrónicos.

"Llevamos dos semanas aquí y se nota. Tener una gaming room es importante y algo diferente. Los equipos profesionales tienen normalmente una gaming house, pero allí estás todo el rato metido en el mismo sitio. Aquí puedes cambiar de ámbito, separar el trabajo del resto de cosas. Es como llegar a la oficina y ponerte a entrenar, pero fuera puedes desconectar", explica Alejandro "Carbono" González, un tarraconense de 21 años que juega de jungla para el KIYF en League of Legends.

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Cuando entro en la sala de juego el ambiente es distendido, como si se tratara de una barra de bar. Gente charlando, algunos mirando sus pantallas —de móvil y ordenador, comprobando sus redes sociales—, otros yendo a comer algo o aprovechando el receso para ir al baño. Se habla en español e inglés, pero de repente el mánager levanta la voz y corta el ambiente: "¡Vamos chicos, que empieza la siguiente partida!"

El ambiente distendido se desvanece de repente y, mientras dura la selección de personajes, tanto el mánager como el entrenador repasan la táctica, algo que no pueden hacer en los torneos. Cuando empieza el partido, la habitación se llena de un sonido peculiar, los clics desenfrenados de cinco ratones que trabajan al unísono, como una danza de piqueteos extremadamente coordinada. Los jugadores se arengan de vez en cuando: "A por él, ¡vamos, vamos!"; "Tengo que resetear". (Me cuesta entender el juego, a pesar de los esfuerzos del resto del staff por explicármelo, pero lo que sí capto son las dinámicas y la sensación de profesionalismo).

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Aunque están sentados a pocos centímetros, todos se hablan a través de los cascos. Están situados frente a una pared con un graffiti que muestra el logo del equipo en un fondo con motivos militares. En el gaming room todo brilla: los ordenadores, los teclados, los ratones y los cascos. A pesar de tanto estímulo visual, los jugadores enseñan el cogote y su cara desprende seriedad y concentración. No despegan la vista de la pantalla. El cambio de chip ha sido automático, y se nota que aquí nadie se toma las cosas a la ligera. Mientras juegan, el mánager y el entrenador los observan por detrás de sus cabezas. A veces susurran alguna cosa, detalles de la partida y del papel de algún jugador. "Quizás se enojó con alguien", cuchichean los técnicos.

A media partida, el entrenador pide que pausen el juego, y el mánager busca motivar al equipo. "Hay que cambiar el chip, o sino vamos a dar un paso atrás. Tómense su tiempo, el que necesiten, pero es cuestión de actitud. Cuando estén listos, le quitan la pausa". Hay un silencio, y el mánager insiste. "No está en sus manos, ni en el teclado o el ratón, está en sus cabezas. El primer paso es ser proactivos, tener confianza los unos con los otros". Pasa otro rato hasta que los jugadores vuelven a la carga, y terminan con mejores sensaciones pero perdiendo su última partida del día. Mientras el entrenador da las últimas notas antes de dar por acabada la sesión, algunos jugadores les cuesta levantar la mirada. Parecen introvertidos, aunque quizá eso se debe a que saben que yo estoy registrando la jornada de entrenamiento.

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"El entrenador y yo intentamos ser el papá y la mamá", comenta Alberto "tRRini" Royo, mánager del equipo. "El mánager es el puente entre los jugadores, los técnicos y la dirección, pero en muchos equipos es más que eso. Aquí, en KIYF, yo hago más la labor de productor, pero en vez de actores llevo a jugadores". Este zaragozano de 26 años, que empezó como jugador de CoD en 2006 y ahora lleva casi tres años trabajando en la industria gracias al boom de los eSports, explica que el panorama ha cambiado radicalmente.

"Antes nos matábamos para que nos diesen una camiseta y nos pagaran los 30 euros de la LAN Party de Valencia, y éramos los mejores de España". Ahora los equipos invierten en técnicos, equipos, periféricos y jugadores, y el último gran paso hacia el profesionalismo implica dejarse una buena tajada en un espacio para entrenar, jugar y abandonar las reuniones por Skype, el Teamspeak y otros medios online.

"El gaming room es un concepto nuevo en España, donde tradicionalmente han funcionado las gaming houses. Creemos que ese método es un buen intento, pero no es óptimo. Aquí queremos separar la vida personal y el ocio del trabajo. Te tienes que levantar, vestir, caminar… moverte para ir a entrenar. Eso de jugar en pijama, de estar encerrado en tu cuarto jugando, no es bueno", apunta tRRini.

El entrenador, Pau "PoochiPoom" Prada (23 años, Girona), también tiene claras la ventajas de evitar las pantallas. "Yo vengo del mundo del deporte convencional, donde tienes todos los sentidos para entrenar a la gente. Cuando te limitas a la voz, te sientes incompleto como entrenador. Si los jugadores están aquí puedes enseñar videos, sacar el mapa, usar la pizarra para las tácticas… en el pasado he entrenado vía online, pero eso dificulta mucho la metodología de entrenamiento y el poder influir en los jugadores".

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"Estar con tus compañeros crea sinergias, los conoces mejor y puedes bromear sin una pantalla de por medio. A veces es un arma de doble filo, hay días que querrías estar solo, pero al final es un juego de equipo y es importante estar juntos", aporta Fernando "Nandisk0" Peñalba, uno de los referentes del KIYF. Este jerezano de 22 años combina su carrera deportiva con los estudios de Química, así que tras dos semanas en Barcelona en las que ha conocido a sus nuevos compañeros, pilla la maleta y vuelve a casa.

"Lo óptimo sería que estuviera aquí, pero un jugador tiene todo el derecho de estar jugando y seguir estudiando. Es un obstáculo en el camino, porque no es lo mismo quitarse los cascos y hablar de tú a tú que integrar a alguien a través de una webcam", comenta el entrenador. "Nandisk0" se reencontró con sus compañeros el pasado fin de semana en las Challenger Series de Sevilla, un torneo clasificatorio de la LVP para acceder a Europa, a la Champions del LoL. Y ganaron.

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"Si me cambias el ratón notaría la diferencia, ya que cada modelo se adapta de manera diferente a la mano. Hasta la alfombrilla, a mi me gusta que sea dura pero otra gente la utiliza acolchada. No es algo insalvable, pero quizás tardas una semana a pillarle el truco y a configurar los periféricos a tu gusto", asegura Augustas "Toaster" Ryplus, un lituano de 19 años que ha fichado por el equipo este año. Vive en un piso cercano a la oficina, que también paga el equipo, junto a tres de sus compañeros. Allí no juegan, ya que los técnicos inciden mucho en la separación de espacios.

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Como todo en la élite, el equipamiento del gaming room no es barato. Los ordenadores se acercan a los 2,000 euros, y periféricos como el ratón y el teclado no bajan de los 100 y 200 más. Por suerte, los patrocinadores del equipo financian todos los elementos que encontramos en su interior; la agencia solo paga el alquiler de espacio y el mobiliario.

Hay un detalle interesante: la habitación está llena de cables. En un mundo que cada vez se jacta más de funcionar de manera inalámbrica, los eSports constituyen una razonada excepción. "Una conexión inalámbrica es mala, porque hay un retraso de la señal que los periféricos envían al ordenador. Es un milisegundo, pero en gaming eso puede marcar la diferencia. Si mueres por culpa de un fallo de los periféricos o señal puede resultar muy frustrante", señala Toaster.

Además de entrenamientos, en el gaming room se disputan la mayoría de partidos de liga, ya que cada equipo está en ciudades distintas. "En la LVP, si en cinco minutos no solucionas el problema, la partida se despausa", avisa PochiPoom, que estaría más tranquilo con un ordenador y varios periféricos de reserva. En la octava planta hay dos líneas de internet, una para la agencia y otra específica para el KIYF. En la habitación hay un par de routers por si acaso.

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"Estar aquí es un salto de calidad bestial; es como estar concentrado mucho tiempo", destaca el mánager del equipo. Los jugadores suelen llegar a la oficina a la una del mediodía, y comen allí juntos antes de empezar a entrenar. Se pasarán el resto de la jornada jugando partidas contra equipos profesionales de otros países, viendo partidas anteriores en la sala de proyección y repasando tácticas en la pizarra y el mapa del League of Legends que preside una de las paredes de la oficina. A las diez de la noche vuelven al piso, y los jugadores de eSports son de los que se van a dormir tarde y se levantan tarde.

"Los inicios son complicados y siempre cuesta crear un vínculo cerrado entre un grupo de cinco jugadores y ocho técnicos", desarrolla tRRini. "La convivencia genera confianza, y eso se refleja en los resultados. No es lo mismo jugar en un equipo de fútbol que se junta una vez a la semana para el partido que entrenar a diario con tus compañeros y después jugar los partidos".

La fórmula de la gaming room, vistos los resultados —victoria en el Challenger y segunda posición en la liga regular de la LVP—, funciona.

Sigue al autor en Twitter: @GuilleAlvarez41