La Rebel: 20 años de locura y pasión azul y oro
Fotos por Obed Ruiz.

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VICE Sports

La Rebel: 20 años de locura y pasión azul y oro

Una historia que sobrevive con letras de oro, se acompaña del azul que cobró vida en los colores de Pumas y se trasladó hasta las tribunas acompañada de una esencia rebelde.

El 18 de enero de 1998 durante un partido entre Pumas y Celaya, comenzó a escribirse una historia que sobrevive con letras de oro, se acompaña del azul que cobró vida en los colores de Pumas y se trasladó hasta las tribunas acompañada de una esencia rebelde.

En el seno de la Plus, una porra familiar y tradicional del equipo, algunos de los miembros más jóvenes comenzaron a sentir la inquietud de alentar de una forma distinta a la que estaba acostumbrado el futbol mexicano. Tomaron como ejemplo los modelos de barras bravas sudamericanas para permanecer de pie, brincar, cantar, aventar papel a la cancha y hacer una auténtica fiesta en la tribuna, acto que no fue bien recibido por los integrantes más veteranos de la porra, lo que llevó a un nuevo comienzo en las tribunas del Estadio Olímpico Universitario.

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Para el político y expresidente chileno Salvador Allende, “ser joven y no ser revolucionario, es una contradicción hasta biológica”, por lo que el cambio era casi una obligación para la generación que no se sentía del todo identificada. Durante el duelo contra Celaya, los llamados Rebe'ls —un grupo de entre 30 y 50 militantes de la Plus, conocidos así por una manta que los identificaba—, decidió salir del núcleo y ubicarse en el lado derecho del palomar. Este sitio lo adaptaron como punto de reunión los siguientes cuatro años y a pesar de que generó sorpresa y rechazo entre los aficionados en general, no tardó más de una temporada en ser bien acogido por parte de la mayoría, principalmente por universitarios y estudiantes que comenzaron a simpatizar con el nuevo modelo que tomó forma bajo el nombre de "Rebel Orgullo Azul y Oro".

Fue en 1999 cuando La Rebel vivió su primera prueba debido a la huelga del Consejo General en la UNAM, en la que se tomaron todas las instalaciones universitarias, incluyendo el estadio, lo que obligó a que Pumas buscara una nueva casa temporal, misma que encontró en el Estadio Corregidora de Querétaro. La distancia fue un golpe duro. Los centenares no se convirtieron en miles, como ya sucedía en otras canchas, hasta que el equipo regresó a Ciudad Universitaria.

Durante casi un año La Rebel jugó cada ocho días como visitante, sin embargo, a pesar de las dificultades, se creó un fuerte lazo de hermandad entre quienes viajaban todas las semanas siguiendo al equipo sin importar si dejaban de lado la escuela, el trabajo, la pareja o cualquier otra situación que no tuviera que ver con alentar a Pumas.

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En el año 2000, el Estadio Olímpico Universitario no vivió solamente un reencuentro con su afición, también fue testigo de la llegada al banquillo de uno de los máximos referentes del club: Hugo Sánchez, lo que incrementó la simpatía entre la barra y el equipo. Pero no fue sino hasta su segunda etapa, en 2001, que las divisiones entre las filas de cemento y el campo se rompieron. Para 2002 el espacio en el palomar ya no era suficiente y gracias a un acuerdo avalado por directiva, cuerpo técnico, y La Rebel, el pebetero se convirtió en el nuevo estandarte de la barra. En un principio parecía exagerado, incluso no sé sabía qué hacer con él, los trapos que colgaban de las astas no bastaban para dar colorido por completo a la nueva zona, pero el tiempo les dio la razón.

Hoy en día no se puede hablar de La Rebel sin mencionar el pebetero, tanto así, que uno de las frases que más se han adoptado y distinguen a la parcialidad más activa de Pumas es “La Banda del Pebetero”.

El impacto y la organización fueron tales que, junto a los buenos resultados del equipo, mismos que lo llevaron a disputar partidos fuera del país, permitieron que La Rebel fuera la primera barra brava de México en viajar fuera del continente. Uno de los mejores recuerdos que tienen quienes fueron a España y alentaron afuera del Santiago Bernabéu es el asombro por parte del público madridista al ver una cantidad considerable de barristas mexicanos que habían realizado el viaje.

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La segunda prueba que vivió La Rebel, y la más difícil, llegó en el 2012 con la separación de un bloque importante de la barra que decidió trasladarse a la cabecera norte. Pese a ello, La Rebel comenzó a adoptar la leyenda “Más unidos que nunca” y retomó sus principios, entre los que destacan una marcha anual en donde las calles del sur de la Ciudad de México se pintan de azul y oro con el colorido de banderas, sombrillas, trapos, estandartes, globos e incluso, para el 20 aniversario, marionetas.

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El primero en llegar al metro Copilco, a excepción de algunos desmañanados, es John, líder de la barra y uno de los miembros con más historia. La cita que se anunció con semanas de anticipación en el estadio y las redes sociales es a las 8:30, pero nunca es temprano cuando se trata de la pasión. A su barrio “Talleres PantiRebel” (TPR) lo acompaña la primera marioneta de la mañana que se confundirá entre los miles que marcharán al estadio.

Hace algunos años, Gonzo, (febrero 1974-agosto 2003), uno de los primeros que estuvo en la barra, definió la diferencia entre simpatizantes y militantes de La Rebel. “Los militantes son los que están adentro, los que están viendo este pedo y los que organizan. Los más comprometidos, güey. Los simpatizantes son los que dicen ‘sí me late, güey, los apoyo, comparto su idea’, pero no están del todo adentro”. En la marcha no hay diferencias. Desde los que están en cada cancha del país cada ocho días hasta algunas familias y papás que llevan a sus hijos sobre los hombros toman por igual un par de avenidas en lo que parece ser un carnaval.

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Los primeros barrios llegan casi a las nueve en punto. Algunos lo hacen en automóviles particulares y cargan en los toldos más marionetas con rostros conocidos por la barra, incluso hay algunos de jugadores como Cabinho, Jorge Campos, Joaquín Beltrán y Leandro. Otros anuncian su llegada con el sonido de los bombos y las tarolas que generan una ligera vibración sobre el asfalto aún cuando no han terminado de subir las escaleras del metro. Un trapo chico de Aragón anuncia la llegada del barrio y el parche con la cara del último ídolo, Darío Verón, rebota como el corazón entre la espalda y el pecho de los aficionados cuando supieron de su salida del club. Las bombas de humo no tardan en aparecer y nublan la vista por algunos segundos, como si todo fuera un recuerdo borroso.

La salida del metro ubicada del lado que da hacia el campus central de Ciudad Universitaria tiene una línea de policías que catea uno por uno a los aficionados para evitar inconvenientes y, del otro lado, el agrupamiento a caballo comienza a desplegarse entre los coches, mientras los que vienen a pie se forman pasando una curva, como si ahí nadie pudiera advertir su presencia antes de crear un cerco para evitar que algo se salga de control.

Los uniformados con menos suerte están distribuidos entre el primer y el segundo carril para que el tránsito no se detenga antes de tiempo. La mayoría prefiere dar la vuelta de forma discreta cuando comienzan a salir las cervezas que conectan los tragos de la noche anterior que comenzó con el Congreso Rebel 2018, donde hasta el presidente del patronato, Rodrigo Ares de Parga, estuvo presente. Un helicóptero sobrevuela la zona y algunos brazos se extienden hacia su ubicación mientras le pintan dedo por el ruido que se magnifica para quienes se siguieron a la fiesta que se celebró unas horas antes en la Romero Rubio con los grupos Sekta Core, Tijuana No!, Los Super Duppers, La Fayu-K y Sonido. Entre canción y canción, mientras un circulo se abría al centro del Salón Cosmos 2000 para que se armara el slam, los cánticos se incorporaron.

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Un par de puestos improvisados de gente de la barra se extienden sobre la banqueta y ofrecen gorras, playeras y sudaderas antes de que el contingente se abra paso. Las sombrillas, los globos y las banderas comienzan a desplegarse. De estas últimas hay dos que sobresalen por su tamaño e historia, pues no será la primera vez que estén a la vanguardia de la marcha. Son casi las diez de la mañana y el trapo insignia de La Rebel, el “ORGULLO AZUL Y ORO” se despliega como si fuera el banderazo para que todos ocupen sus posiciones. “Todos atrás del trapo”, son las indicaciones de John y las personas encargadas de que el carnaval salga lo mejor posible. Nadie está antes del “ORGULLO AZUL Y ORO”, de forma literal y también metafórica.

Antes de llegar a Avenida Universidad, uno de los más cercanos a John le comenta: “Dile al güey de los zancos que dejé de moverse y bailar como si fuera puto”. Los fotógrafos y la gente encargada de documentar el evento no se molestan en evitar la risa, pero la mayoría tampoco se atreve a acercarse demasiado porque, aunque son testigos de primera mano de la alegría y el colorido que tiene La Rebel, no pueden sacar de su cabeza los estereotipos que tanto se han arraigado por culpa de la prensa. Ni siquiera la policía se atreve a escoltar a menos de 30 metros a la marcha. Ellos saben que no son invitados en esta fiesta y se resignan detener a los automovilistas durante casi media hora.

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“Es la barra puta de los Tigres, la que a nuestra cancha ya no viene, será por el miedo que nos tienen, que en el Pedregal no aparecen. Mira, mira a los de Tigres, ya no vienen los putitos porque el culito se le hace chiquito, porque el culito se le hace chiquito”. La Rebel tienen adaptaciones para alentar a Pumas y también para cantar contra equipos y barras rivales. Juega su partido, pero a diferencia de los 11 que corren adentro de la cancha, la barra lo hace más que 90 minutos.

Ya en Insurgentes, justo a la altura en que empieza a divisarse el Estadio Olímpico Universitario hay alrededor de 200 policías formados y dispuestos a actuar si los que custodian la marcha necesitan ayuda. Ellos son los que tienen más miedo, deben ser un total de 400, 500 cuando mucho, mientras que la marcha no tiene menos de 5,000 aficionados.

En los últimos 20 metros se despeja un carril, las miradas giran a la retaguardia y la fiesta llega a su epítome mientras el camión en el que viaja el equipo se abre paso con los jugadores pegados a las ventanas, cantando y agradeciendo el apoyo. “Lo menos que pueden hacer después de esto es ganar”, se escucha a lo lejos por parte de un aficionado que no olvida la final que Tigres ganó en el 2015 y que desde entonces no se ha podido cobrar revancha.

Llegando al estacionamiento y a la explanada del estadio los que no marcharon se juntan y durante 10 minutos no hay espacio para el silencio, hasta que un "goya" final indica el momento de buscar los accesos. No todos entran al estadio, siempre ha sido así, ya sea por falta de dinero, de boleto o porque se quedan a cuidar las cosas.

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Quince minutos antes de que empiece al juego, Goyo, la mascota de Pumas sale al círculo central y dirige un goya para que coreen todos los aficionados, sin embargo no todos se contagian de la emoción. La Rebel es la única capaz de contagiar al gigante de cemento, pues incluso en las secciones de planta baja, cabecera norte y palomar conocen cada cántico.

Miles de puños en el cielo acompañan el Himno Universitario y, ahora sí, un goya al unísono remata los preparativos para el partido. Lo que pase en la cancha no depende del ánimo en el pebetero. Si cae un gol a favor la cerveza comenzará a volar y el anonimato se perderá entre gente fundiéndose en abrazos, si cae uno en contra, La Rebel cantará con más fuerza para hacerle saber al equipo que nunca dejarán de alentarlo.

El resultado final es 2 a 0 favor Pumas. El equipo, como ya es costumbre, agradece primero a La Rebel y dirige un goya como agradecimiento, un acto que se convierte en “el mejor recuerdo de cada partido”, según lo que me dice un referente anónimo de la barra. La gente de Tigres es la primera en salir pero no sin antes ser despedidos por parte de La Rebel. Ya no son los años en que era más factible que se diera una pelea entre barras, pero nunca está de más recordarles los encuentros que se les ha ganado, no adentro, sino afuera de la cancha.

Por un momento me olvido de todo y canto tan fuerte como puedo para asegurarme que me escuchen en la cabecera visitante. Sé lo que significa estar en una pelea, aunque unos minutos después todo volverá a la normalidad. Siempre hay una efervescencia que cualquiera que haya pisado el pebetero entiende de lo que hablo, sabe lo que significa elegir unos colores, una segunda familia que muchas veces se convierte en la principal y una pasión que, aunque pasen los años, no se extingue, un orgullo azul y oro que se lleva tatuado por siempre en la piel.