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Género

No voy a dejar de ver ‘House of Cards’ por ser feminista

¿Existe una manera ética y coherente de consumir cultura para nosotras?
Montaje: Pablo David G. | VICE Colombia

Llevo muchos días sin escuchar Crystal Castles, una banda que me gusta.

No lo hago desde que leí los titulares de la noticia: hace unos días, Alice Glass, la excantante de la banda, acusó de violación públicamente a Ethan Kate, su compañero. “Me decía que mi feminismo me convertía en un blanco para los violadores y que solo él podía protegerme”, fueron algunas de las acusaciones que hizo la artista. “Me forzó a tener sexo con él, (porque) de lo contrario, no me iba a permitir seguir en la banda”.

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No he querido escuchar a la banda porque no puedo dejar de pensar que hay algo incorrecto en disfrutar el producto de una relación que durante años fue presuntamente abusiva y destructiva para Alice Glass.

Y sé que muchas mujeres se sienten identificadas porque quizá han sentido lo mismo con la situación actual de los escándalos interminables en la industria cinematográfica, una situación que directores de cine también abusivos como, por ejemplo, Woody Allen, denominaron “cacería de brujas”.

Primero fue Harvey Weinstein, acusado de haber acosado sistemáticamente a medio Hollywood. Luego estuvo Kevin Spacey, señalado de intentar abusar de un menor de edad, a lo que el actor respondió confesando que era gay (¿y eso qué tenía que ver?). Más recientemente, estuvo Louis CK, el famoso comediante norteamericano que aceptó las acusaciones que se le hacían: “lo que aprendí más tarde en la vida, demasiado tarde, es que cuando tienes poder sobre otra persona, pedirle que mire tu pene no es una pregunta. Es una situación difícil para ellas".

Ni una sola palabra de disculpa en su respuesta.

Las industrias de producción cultural se encuentran en la mira, esta vez por cuenta de la tercera ola del feminismo, que desde hace años lleva proponiendo un cambio de paradigma, un lente diferente para que veamos el mundo. Y muchas hemos ido incorporando lentamente ese lente en nuestras vidas.

Los cambios de paradigmas siempre implican dilemas y contradicciones y nuevas coherencias, como las situaciones en las que muchas nos encontramos. Muchas sientan posición de inmediato y optan por cortar sus consumos culturales: ¿Kevin Spacey es un cerdo? Entonces, por eso, dejo de ver House of Cards. ¿El resto de directores y actores también son unos cerdos? Entonces, por eso, consumo solo cine hecho por directoras.

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A algunas les he escuchado esa postura. Radical, a mi parecer.

Y desacertada, porque lo que tenemos que entender, antes que nada, mujeres, es que este ha sido desde siempre un mundo hecho por hombres, a su medida, con sus gustos. Y ahí están incluidas las industrias culturales. Y la crisis se va a extender, untando a más industrias: la literatura (como ya está pasando acá en Colombia), la moda, la televisión y en general casi todo lo creado por los hombres, que es casi todo, también. Esto es lo que pasa cuando hay un cambio de paradigma.


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Las acusaciones no van a parar. Todo lo contrario: van a seguir destapando la costra y echándole sal a la herida feminista, esa que tenemos tan abierta todo el tiempo. Y es ahí cuando identifico el problema: ¿existe una manera ética y coherente de consumir cultura siendo feminista? ¿Cuál es la fórmula correcta?

Lastimosamente, aún no tengo la respuesta a mi pregunta. Pero estoy convencida de que la solución ciertamente no es dejar de consumir obras realizadas por hombres machistas y abusadores. O incluso dejar de consumir obras machistas, creadas bajo otro paradigma. Con el tiempo, nos convertiríamos en ascetas culturales incapaces de mirar para cualquier lado porque todo a nuestro alrededor resultó ser un constructo heteropatriarcal, incluidas las obras de muchas mujeres.

En definitiva no consumir las películas de Weinstein, las series donde actúa Spacey o la música de Ethan Kath, como muchas estamos optando por hacer, es darnos un tiro al pie. Es como cuando la gente que se indigna con su proveedor de internet no paga el recibo y se lo cortan. Por ahí no es la cosa, chicas.

Catalina Ruiz Navarro afirma en su columna de hoy que existe una “diferencia entre el contexto de producción (estático) y el contexto de consumo de las obras (cambiante)”. Entender esto puede ser la clave no solo para evitar el ascetismo cultural, sino para lograr propuestas conscientes y críticas a la hora de consumir estas creaciones. ¿Cómo visibilizamos que este director o escritor fue un violador mientras consumimos su obra porque nos gusta?

Yo creo que sí hay una manera para hacer ambas cosas. Por ahora, la solución más lógica es seguir construyendo un mundo también hecho por mujeres. Y ahí vamos.