La búsqueda de los miles bajo la tierra sinaloense

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Desaparecidos

La búsqueda de los miles bajo la tierra sinaloense

Acompañamos a la tercera Brigada Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas mientras recorren la sierra de Sinaloa.

El guamúchil es un árbol de tronco grueso y blancuzco, que puede llegar a medir veinte metros de alto, con ramas llenas de espinas. Sus hojas chiquititas se agitan con las ráfagas de viento, en grupitos de a cuatro. No tiene flores en este invierno, ni en ningún invierno, si vamos al caso. En la medicina tradicional mexicanos, su corteza es usada en tizanas para tratar el dolor de estómago, para cuidar los intestinos, para cortar la diarrea. Este, que no tiene flores, es usado como guía por un informante anónimo para señalar el lugar de un enterramiento clandestino. Hay un árbol de guamúchil, un único limonero, un arroyito que corre fresco y una cerca. La descripción es tan acertada que crispa la piel, a pesar del calor del mediodía en el norte de Sinaloa.

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Miguel y Simón se separaron del resto del grupo que trabaja en el predio para ubicar estas coordenadas. Uno de ellos repite el nombre del chico que buscan. Le ruega en voz alta que ya, que salga de una vez. Escarban en dónde encuentran indicios de que la tierra fue removida: una vez que se escarbó y abrió un pozo, es imposible que se logre devolver todas y cada una de las porciones de tierra que antes ocupaban un piso uniforme; siempre quedan rastros. La tierra de abajo tiene un color diferente. Arriba, en el cielo, los zopilotes sobrevuelan en círculo.

No hallan nada. No hallan nada y eso desconcierta más que los ruegos a un joven desaparecido, porque el informante es calificado. Sus pistas hicieron que el día anterior escarbaran en el punto exacto en dónde la tierra devolvió los huesos de la pelvis y un fémur del esqueleto de una persona, abandonados sin señalamiento alguno en un fraccionamiento rural a tres horas de Culiacán, la capital del estado.

Evangelina, una de las buscadoras que fue desplazada de Michoacán busca en un predio de El Quelite, Mazatlán.

El esqueleto estaba completo. Era un hombre. Fue enterrado boca abajo, con las manos y los pies maniatados porque aún estaban visibles los mecates con que lo sometieron. Había restos de sus tejidos adheridos a la tierra cuando el equipo pericial que completó la tarea retiró sus costillas, por lo que no lleva mucho más de un año desaparecido. Fue enterrado sin playera y con sus huaraches. Tenía el cráneo fracturado, pero eso fue ocasionado por la presión del peso de la tierra, según la antropóloga del equipo forense que exhumó la fosa. Luego, por protocolo, los peritos de la división científica de la Policía Federal y los del estado de Sinaloa, volvieron a taparla.

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Para llegar hasta aquí, un predio rural en las afueras de El Quelite, —un pueblito de 1700 habitantes a 38 kilómetros de Mazatlán— hay que adentrarse en polvorientos caminos de terracería cercados de bugambilias de color rosa y violeta. Dejar atrás las miradas de los pobladores que se asoman ante el paso de una caravana que escoltan dos camiones con militares enviados por la Secretaría de Defensa mexicana. Ignorar a las personas que pasan en moto y toman fotos, que filman, que informan por celular a quién sabe quién, de la presencia intrusa en el terreno que pretende su calidad de pueblo mágico.

Para llegar hasta aquí, los hombres y mujeres que integran la Brigada Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas vivieron esa tragedia como algo personal, en solitario, hasta que se encontraron. Algunos llevan cinco años en ese proceso, otros casi diez, algunos llevan meses. Todos y cada uno de ellos dejaron de esperar por una justicia que no busca a los miles que faltan y se lanzaron a la tarea.

El logotipo de la Brigada de búsqueda de personas desparecidas en la playera de Evangelina, una de las mujeres autodefensas desplazadas por la violencia de Guerrero.

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La tercera Brigada Nacional encontró ese punto y lo reventó (así le dicen a abrirlo e investigar) en su primer día de búsqueda en El Quelite, en la mañana del 25 de enero. Aunque Sinaloa sea uno de los estados mexicanos más añejos en el cultivo de la amapola y la mariguana, pueblos como El Quelite empezaron a verse particularmente rodeados por el crimen organizado diez años atrás, una vez que el entonces presidente mexicano, Felipe Calderón, declaró la guerra contra el narco en diciembre de 2006. Antes, sólo eran en un punto en la ruta de paso entre el cultivo y los consumidores.

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Una vez que la Iniciativa Mérida se puso en marcha, a meses de declarada la guerra, el gobierno mexicano apoyado por el estadounidense comenzó a fumigar los plantíos del triángulo dorado —que ocupa Chihuahua, Durango y Sinaloa— modificando las zonas y el modo de cultivo. Si en la sierra los cárteles lograban dos cosechas al año, en el valle comenzaron a sacar su producción cada tres meses, apelando a los químicos que se lo permitieran.

Además, hubo otro revés clave para entender el aumento de la violencia en el estado: la fractura de la organización criminal en dos bandos que comenzaron a disputarse toda ruta, toda casa de seguridad, toda plantación que antes compartían.

María Herrera se ve a través de lo que pudo ser uno de los refugios improvisados sobre un cerro en la localidad El Quemado, Mazatlán.

Para el año 2011, el estado de Sinaloa contaba en sus cifras oficiales con 1,500 casos de desaparición forzada, que eran apenas los que habían llegado a denunciarse. Según los datos otorgados por la Subprocuraduría General de Justicia de Sinaloa al periodista Noé Zavaleta, entre 2011 a 2016 ellos registraron 1912 casos de personas desaparecidas.

Habla el reportero: "Se hizo un matadero de gente. En el año 2008 hubo más de mil homicidios dolosos en el estado. Al año siguiente, se superó esa cifra. No dábamos abasto. Eran crímenes espectaculares, con balaceras en medio de la ciudad, dónde las balas perdidas alcanzaban a cualquiera. Cuando se fracturan, lo hacen en todos los estados, en todos los municipios, en todas las colonias dónde tenían presencia. De Sinaloa proviene la mayoría de los jefes que hoy se encargan del narcotráfico en la línea fronteriza del norte".

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Con la llegada de los operativos militares fuertes para contener esta matanza, también se dio un cambio en la forma de provocar terror en las comunidades por parte de las organizaciones de la droga. Las narcomantas con mensajes de venganza y los decapitados mutaron en "levantones", según la jerga policial, porque las desapariciones eran delitos que no se investigaban. "Se ocultaron, a la vez que forzaron a desplazarse a miles de personas de comunidades pequeñas, que estaban ubicadas en zonas que ellos pasaron a ocupar para el cultivo".

Parte del convoy de la Secretaria de Defensa que custodió los dos primeros días a los familiares de la Brigada de búsqueda de personas desaparecidas en Sinaloa. Cifras oficiales muestran que Sinaloa cuenta con el 3% desaparición forzada mientras que Veracruz con el 17% encabeza la lista.

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Eva está parada a la sombra de uno de los árboles que ocupan la inmensidad del predio dónde la Brigada busca. Su hijo, Jesús Guadalupe, desapareció el 4 de agosto de 2015. Ese día había salido a trabajar antes de las seis de la mañana, a cubrir su puesto como guardia de seguridad en una privada de Culiacán. Hasta hoy, no ha encontrado a ningún testigo del momento en que alguien se llevó a la fuerza a su hijo menor. Los jefes de la empresa dónde él trabajaba llegaron a su casa a comunicarle a Eva que a Jesús lo habían subido a un auto, pero que ellos no habían visto ese momento. Tampoco le dijeron quién sí. Cuando aparecieron con la noticia, hablaban de su hijo en tiempo pasado. Fue. Era. La madre discutió con ellos y corrió a denunciar lo sucedido en el Ministerio Público de esa ciudad. Fue a diario durante semanas a las oficinas judiciales esperando alguna respuesta. Un año se tomó la procuraduría estatal para conseguir la sábana de llamadas del teléfono celular de su hijo, y cuando se la entregaron, hace apenas un mes, el número tenía una cifra incorrecta. No era el de Jesús.

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"Hasta el día de hoy nadie me ha dicho nada. Lo único que me dijo el investigador fue que mi hijo andaba con una mujer casada, pero eso es algo que sabía toda la colonia y tampoco explica que haya desaparecido. Cuando pedí el video de las cámaras de seguridad, tardaron y cuando llegó, eran las del día 6 pero mi hijo desapareció el día 5. Cuando finalmente me entregaron el correcto, se ve que a su lugar de trabajo entra un muchacho que no era mi hijo, pero el licenciado me porfiaba que sí era él".

Pizarrón con Boletines de desaparecidos en los abarrotes de la caseta Mazatlán - Culiacán de la Autopista 15.

Eva habla pausado porque revivir lo pasado duele. Cae una lágrima que enjuaga con un pañuelito. Dice que ha hecho muchas cosas feas, que ha maldecido a quienes se lo llevaron, que ha tenido que confesarse de todo lo malo que ha pensado desde que su hijo ya no volvió a su casa. Tiene 63 años y es una mujer fuerte.

"Estaba desquiciada por no saber de mi hijo. Salía por las noches a ver si lo encontraba. Me lleno de angustia cuando se cumple fecha de su desaparición, pero tengo fe y esperanza en que voy a volver a abrazarlo y besarlo, a decirle que lo amo. Tengo esperanza y quiero aprender, por eso vine a buscar". ¡Abuela! grita de repente una joven que se acerca, interrumpiendo la entrevista.

¿Vino con su familia, Sra. Eva? "No", responde. "Es la familia que encontré aquí".

Una de las buscadoras camina para poder rastrear una fosa clandestina en un predio de El Quelite, Mazatlán. Sinaloa cuenta con el 3% desaparición forzada mientras que Veracruz con el 17% encabeza la lista

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A pesar de que el segundo punto tenía todas las características que estaban buscando, no pudieron acceder inmediatamente a él. Ir y venir a El Quelite se transformó para la Brigada en una obligación diaria que tuvo que irse limando. Viajan en un par de combis, que ocupan las familias y los enviados de las oenegés. Los periodistas se acomodan en los huecos que sobran. Pronto los fotógrafos descubren la avanzada: hay un integrante que se adelanta raudo en una Ford vieja y en vez de ir por la autopista de cuota, con dos peajes de cuatrocientos pesos cada vez, se tira feliz por la carretera libre. Llega cuarenta minutos antes que el resto de la Brigada, que como va escoltada por la Federal, no puede tomar ese rumbo. La Policía de azul no atraviesa el terreno del Mayo Zambada, un pueblo chico de nombre El Salado. Al menos eso se comenta, porque el mundo narco está más plagado de cosas que se intuyen que de cosas que se saben.

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Yendo a diario, El Quelite se muestra como un pueblo un tanto macabro, chiquito y algo asfixiante, a pesar de ser precioso. Las casas son amplias y con porche, están bien pintadas, tienen flores aquí y allá; también hay niños que saludan el paso del convoy, igual que saludan a los dos Federales que van parados en la patrulla, con la cara tapada y las armas cruzadas frente al pecho.

El perro policía corre en un predio de Quelite, Mazatlán para acreditar o descartar la existencia de una fosa clandestina.

Los Federales fueron los que dijeron que había que esperar la llegada de la policía ministerial para entrar al nuevo predio y la Brigada le creyó. Tampoco tenían las herramientas de trabajo, básicamente picos y palas, porque habían viajado al punto en la camioneta de la CNDH y éstos no habían llegado aún, ni llegaría ese día. El lugar es una de las muchas salidas que tiene el pueblo éste, que conduce a La Sabila y abre la vía a la Sierra Madre.

Luz no busca a su hijo muerto, pero igual forma parte de la Brigada, y llegó desde Poza Rica, Veracruz. Brayan de Jesús tiene 18 años y respondió a un volante que ofrecía trabajo, ocho meses atrás. Cinco chavos y una niña lo respondieron también y al llegar fueron abordados por hombres armados que los metieron dentro de alguna troca. Pasó el 28 de abril de 2016 frente a la Presidencia Municipal de la localidad, pero cuando su madre pidió el registro de las cámaras del C4, le contestaron que hace siete años que no funcionan. No monitorean nada. Su madre recibió una llamada desde Reynosa, Tamaulipas, por lo que cree que su hijo fue cooptado por alguna red de trabajo forzado, que lo llevó al norte.

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Luz, una de las buscadoras. Su hijo desaparecido en Veracruz el 28 de Abril del 2016. Sinaloa cuenta con el 3% de los casos de de desaparición forzada del país, mientras que Veracruz con el 17% encabeza la lista.

Hablando con las mujeres en la espera se mira cómo van tomando conciencia de lo que les tocó en suerte y que ya no pueden echar atrás. Y explican cómo antes no pensaban en que la gente desaparecía, como si eso, en realidad, fuese posible. La mayoría de las de Culiacán traen casos ocurridos durante los últimos dos años, aunque también hay grupos más experimentados como el de Iguala, Guerrero, que fue el pionero en las búsquedas.

Recién a las dos de la tarde apareció levantando polvareda la patrulla de la municipal. Trae pintada en el costado la palabra policía en letras amarillas y gruesas que van agrandándose. Adentro viene un fiscal local, René Camacho, que se presenta a lo brusco, diciendo yo no sé qué van hacer aquí si encuentran algo, y ojalá y no; porque dice que no pudo contactar al presidente de la comunidad o al síndico para que le dijera de quién es ese campo, y si el hombre los deja que le anden haciendo hoyos para buscar muertos.

Un elemento de la Policía Federal camina en El Quemado, Mazatlán, después de impedir el paso a los buscadores de la tercera Brigada de búsqueda de personas desaparecidas en Sinaloa.

Al otro día llegaron tempranos y decididos, antes de las once de la mañana. La policía observó atenta, pero de lejos, a la Brigada rezar y organizarse para revisar el predio al costado del camino hacia la Sierra.

Encontraron resguardos piedrosos, papel aluminio quemado de un solo lado, una cuchara ídem, algunos indicios que creyeron ver como tierra removida, latas de chela light, botellas de coca cola de todos los tamaños, recientes, porque el plástico estaba casi intacto. Se armaron en fila recta para ir revisando un plano, siguieron los vaivenes de un perro labrador policía con gesto idiota de lengua afuera. Cuando el perro descartó el punto, la Brigada también.

El principal descarte igual fue cuando entendieron que el predio fungía de zona de vigilancia y retén de la zona, que su proximidad a una ruta transitada es evidente, y que dejarían de buscar ahí porque en el cálculo, no rendía.

Tienen esta semana para atender las pistas y reventar los puntos. Hay miles que esperan como tesoros bajo la tierra.