El viaje de placer
Ilustración de Mauricio Santos Miranda.

FYI.

This story is over 5 years old.

El viaje

El viaje de placer

Para ser pacheco no basta con fumar: para disfrutar el viaje hay que aprender todo un entramado cultural.

La siguiente parada en nuestro itinerario corresponde a la mota. Nuestro guía en esta ocasión será Howard S. Becker. Su artículo “Becoming a Marihuana User”, publicado en el American Journal of Sociology en un lejano 1953, es un referente obligado para estudiosos del tema y debería serlo también para usuarios. En él, nuestro heterodoxo sociólogo describe cómo es que alguien llega a ser usuario del cannabis por placer. Dicho de otra forma: cómo llegar a ser pacheco.

Publicidad

El primer paso para ser pacheco es estar pacheco: consumir mota y que te pegue. No es algo fácil de lograr. Becker nos dice que estar pacheco (being high) no es simplemente resultado de consumir la flor seca del cannabis; es preciso aprender a estar pacheco. Una persona necesita transitar una secuencia de experiencias que constituyen un auténtico proceso de aprendizaje. De culminar, el proceso lleva a la persona a ser usuario de marihuana por placer: alguien con la disposición y capacidad de utilizar la marihuana con fines lúdicos. Lo interesante es que el aprendizaje versa no sólo sobre qué hacer, sino sobre cómo entender lo que uno hace.

El proceso inicia cuando la persona está dispuesta a probar la marihuana. Para ello, primero debe saber que otras personas la usan para pachequear (to get high), sin saber en realidad qué quiere decir eso. Lo normal es que la primera no sea la vencida: varios intentos fallidos suelen preceder a una experiencia exitosa. Hay que aprender de alguien más la técnica para inhalar una dosis suficiente y lograr un impacto fisiológico: “Jala duro”; “Aguanta el aire”; “Si no tose, no pega”.


Relacionado:


Alcanzar una dosis que provoque síntomas fisiológicos de intoxicación es condición necesaria, mas no suficiente para estar pacheco. Es necesario aprender a identificar esos síntomas de intoxicación. Además, el novato debe asociar los síntomas al consumo de la marihuana. No es infrecuente, registra Becker, que una persona consuma marihuana en dosis suficiente para provocar los síntomas de intoxicación, pero no sepa reconocerlos. El candidato a usuario no nota que “le pegó”, entendiendo “pegar” como la provocación de síntomas tales como hormigueos en la piel, un hambre intensa o la alteración de los patrones de razonamiento usuales, por citar solo algunos. Este punto es clave, pues significa que el que la mota “pegue” es algo distinto a “estar pacheco”. Para estar pacheco hay que saberlo, entender que los síntomas están allí y, además, imputarlos a la intoxicación.

Publicidad

Aunque parezca extraño, no es evidente que la presencia de síntomas lleve a su identificación como síntomas de la intoxicación. Un hambre tenaz puede entenderse como solo eso, hambre, sin relacionarlo con la marihuana. Por eso, el proceso de aprendizaje con frecuencia implica la identificación y señalamiento del síntoma por parte de otros, así como la eventual vinculación de los que le señalan al novato con algún aspecto de su experiencia.

No siempre ocurre que se identifique el síntoma. Como en casi todo proceso de aprendizaje, la práctica hace al maestro: a través de la repetición, el novato aprende a identificar el síntoma y a asociarlo con el consumo. Esto es, a identificarlo como síntoma de la intoxicación. Con la experiencia, la capacidad de identificar e interpretar el efecto que provoca la mota en el cuerpo se refina y el usuario llega a distinguir y enfocar distintos aspectos de la experiencia. No es lo mismo tener hambre a que te dé hambre por fumar marihuana.


Relacionado:


El pacheco no tiene hambre, le da el munchies. El último paso para aprender a estar pacheco es significar los síntomas: identificados y asociados a la marihuana. ¿Qué significa eso que pasa? ¿Cómo asignarle valor y sentido? ¿Me gusta tener esta hambre? ¿Qué opinión me merecen la boca seca o los ojos irritados? ¿Qué me provoca la distorsión en la percepción del tiempo que conlleva la intoxicación, risa o ansiedad?

Publicidad

Las respuestas que la persona aprende de su entorno y elije retener en su proceso de aprendizaje son clave para que el novato llegue a pacheco. Si la resequedad se sufre, si el hambre se prefiere evitar, si la sensación de que el tiempo transcurre lentamente genera angustia en lugar de provocar risa, es probable que el novato elija no graduarse de pacheco. Pachequear habrá sido una experiencia pasajera y probablemente poco grata.

La suerte no está echada una vez que se logra reconocer la intoxicación. De hecho, la actitud sobre la intoxicación puede variar con el tiempo. Un hambre descomunal es quizá algo que habrá que evitar en un momento de la vida, pero algo ante lo que da gusto ceder sabiendo que puede aprovecharse para ejercer el arte de ser gourmet. El miedo a ser descubierto puede provocar angustia en un contexto de prohibición y estigma pero también puede ceder ante la diversión de saberse pacheco incognito en actividades cotidianas, como ir a la feria o ver una película. La gente cambia y la interpretación de su viaje también.

Volvamos a nuestro derrotero. ¿Qué importa todo esto en nuestro camino? Primero, saber que el viaje se aprende no es poca cosa. No es un fenómeno mecánico, en el que ciertos estímulos al sistema nervioso central producen inexorablemente resultados determinados. El viaje es más complejo. Segundo, que el entorno social hace al viaje. Lo divertido y lo angustiante del estar pacheco provienen del entramado de significados tejidos en torno a la planta y su consumo. Quién nos enseña y en qué circunstancias, son elementos clave para saber qué es lo que aprendemos. Cualquier política de drogas debe de tener eso en mente. Bajo el riesgo de la prohibición, el pacheco aprende a evitar a la autoridad, a temerle, a malviajarse con ser descubierto.

Publicidad

Relacionado:

Tin Tan, el pachuco pacheco


Becker dice que las personas aprenden a significar el consumo de la marihuana, esto es a percibir y valorar situaciones y objetos relacionados con la marihuana en formas específicas. Para ser placenteras, deben aprenderse así. Ese proceso —como todo proceso de aprendizaje— lo vivimos en sociedad. Las prácticas y significados sociales importan, porque se reproducen.

En la primera entrega de este espacio insistí en que nuestros problemas con las drogas son en gran medida resultado de nuestras políticas de drogas. Son decisiones reversibles del poder público. Es el Estado, decía.

La experiencia del viaje —el placer o la persecución; sociabilidad o introspección— es una función de las prácticas y significados que aprendemos de quienes nos inician y acompañan en el viaje. Es el Estado, sí, pero también somos nosotros.

Las decisiones del Estado son reversibles. Las prácticas sociales son mutables. ¿Cómo queremos configurar nuestras prácticas en torno a las drogas? Debemos entendernos como comunidades de usuarios y comunidades en que participan usuarios. Debemos, en consecuencia, hacernos responsables de enseñarnos a tener viajes de placer y evitar “malviajes”.