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Mínima vergüenza

Curso de marketing político para presidentes de izquierda

OPINIÓN | Con ese video de Nicolás Maduro con Salt Bae, el gobierno de Venezuela le habrá asegurado a la derecha, que no necesita más propaganda, la victoria de otras cuantas ranuras políticas. Ojalá lea mi tutorial.
Captura de pantalla vía YouTube.

Artículo publicado por VICE Colombia.


¡JUEPUTA! Ahora que tengo su atención: ¡JUEPUTA! Es lo que grito cada vez que la derecha gana ranuras políticas en el mundo. Y es que últimamente lo he gritado varias veces —y el grito, siendo sincera, es tan solo el abrebocas de todo un menú de histeria—. He gritado por Donald Trump/Steve Bannon, por Macri, por Duque, por el BREXIT, por Salvini, por la entrada del AfD al parlamento alemán, y la lista sigue, y cada que hay elecciones en algún lugar me da alguna clase de microinfarto porque nomás tengo la sensación de que somos menos, que traducido al lenguaje democrático significa: ¡jueputa!

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Por esta razón, cuando la semana pasada vi al presidente Nicolás Maduro en un video clásico de ostentación instragramera —un restaurante tapizado en mármol con espacios abiertos, con alturas indecibles, y ahí aparece Maduro con su clásica camisa con cuello mao, y un blazer encima, y en la mesa hay más comida, y copas, y hay abundancia. Pero luego en el video aparece un personaje que reordena toda esa abundancia: la celebridad de internet Salt Bae, Nusret Gökçe. El chef dorado con camiseta de corte V profundo corta chuletas de cordero, y las está cortando con la misma extravagancia que ha capitalizado en popularidad— grité la misma barbaridad.

¿Por qué? Porque con ese video, y aquí acudo a mi calidad de prestidigitadora que me otorga escribir ficción, le habrá asegurado a la derecha, que no necesita más propaganda, la victoria de otras cuantas ranuras políticas. Para no ir más lejos: ayer en la Asamblea General de las Naciones Unidas el vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, le dedicó su intervención a la crisis venezolana que por su espectacularidad le dio un pase libre para ignorar referirse a la crisis humanitaria que se vive en las fronteras de Estados Unidos (gracias a su política de separación de familias).

Como en la escritura científica académica en donde incluyen también data de lo que no es consistente con la teoría presentada—error bar—, así también esta columna habla de la inconsistencia de la posición política que creo correcta. Solo para no confundir expectativas con hechos. Solo para no ser supersticiosa y dejar una auditoría de mis propios principios, hoy va un curso de marketing político para presidentes de izquierda (ojalá lo lean).

  • Reconocer el capital: ¿cuál es el capital del video? En el restaurante de Salt Bae las chuletitas de cerdo cuestan $275 USD. En el supermercado de la esquina: $14,99. El capital del video es entonces la exclusividad —¡ja! Puro capital— de poder acceder a carne de ese precio.
  • Tener conciencia de clase: postear un video de esa experiencia implica la exteriorización de un deseo: hacer público lo privado. Dadas las condiciones materiales que se muestran en el video, este implica también el antagonismo intrínseco de personas que no pueden acceder a esas mismas chuletas de $275. Incluso cuando Maduro dice que ese fue un regalo, la acción no está en el hecho per sé sino en la publicación del hecho: debería existir conciencia de clase porque hay una voluntad de diferenciación de clase.
  • Examinar que las condiciones histórico materiales sean, al menos, sensatas: la burbuja del .com, el culto a la personalidad digital, la economía de la atención, y la monetización de la "viralidad" son condiciones históricas materiales que han producido que chefs como Gökçe sean famosos, de la noche a la mañana, por la curvatura del brazo al regar la sal en la carne. Ya casi nada tiene que ver con el valor de la materia prima, ni con la capacidad de la fuerza de trabajo para lograr una técnica, sino con el valor agregado de una celebridad que le regala al mandatario una camiseta estampada con su propio meme para que la utilice como babero.
  • ¿Necesidad o fantasía?: la mercancía, en este caso las costillas, o mejor: la experiencia de comer esas costillas en ese restaurante cortadas de ese modo por esa persona, más que cubrir una necesidad física —estómago—, cubre las necesidades de placer —fantasía—. Si ambas son necesidades, y a mi parecer ambas son igual de importantes en significación, habrá que vigilar no si publicar o no la fantasía, sino cuál es la que se está articulando: ¿acceso a las nuevas jerarquías? ¿Ostentación? ¿Cuestión de despliegue de riqueza? ¿Capricho arbitrario? ¿¡TAMBIÉN UN PURO!? ¿Nos quieres dejar sin votantes, Nicolás?
  • Adelantarse a la dialéctica mediática: y no precisamente con teorías conspirativas. Decir que los gobiernos colombianos, chilenos y mexicanos están detrás de un ataque sin tener pruebas solo mistifica —guiño, guiño— igual que el capitalismo que esconde los procesos detrás de las mercancías (pensemos en el proceso detrás de la carne animal de consumo). En la aburridora dialéctica mediática siempre ganará la contradicción como argumento: ¿Qué hace un líder de izquierda que aboga por el comunismo ejemplificando la desigualdad? Hay que adelantarse a Jaime Bayly; no es para nada difícil adivinar su racionamiento.

Por otro lado, también hay que analizar las condiciones histórico materiales de la audiencia: la inflación venezolana está prevista para llegar al 1.000.000%, inflación similar a la alemana en 1923. Si me preguntan: no será la audiencia más receptiva para ese tipo de contenido.

  • Combatir la superestructura, no reproducirla: la superstructura es una narrativa que explica la “inmutabilidad” de la ideología dominante. Es cuando alguien dice que unos nacieron para ser administradores, y otros los administrados. Y lo damos por hecho y gracias a ello se producen adefesios como Agro Ingreso Seguro que le entregó la riqueza a los que se autodenominan administradores. Es en esa acción, en la distinción injustificada, donde está la ideología de la desigualdad. Es en la reproducción de la ideología de la desigualdad en un video, aparentemente personal e inocuo, donde se vuelve un mensaje político agudo del que será difícil recobrarse. Ese dice: del capitalismo no se puede escapar nadie, así que mejor te vienes para este lado.