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humanos tontos

El gobierno y la pequeñez

Tenemos gobernantes cegados por la pequeñez. Enajenados por la mezquindad de un poder mínimo.
Ilustración por Felipe Moreno.

Leo en un titular que Ricardo Monreal, titular de la Delegación Cuauhtémoc, "considera que su ciclo en Morena está concluyendo". ¿La razón? Cualquiera que haya sido el método de elección dentro del partido para decidir quién sería el candidato a la gobernatura de la CDMX no volteó a su favor. Que no sabe si se va a lanzar por otro partido, pero "no quiere generar una expectativa falsa que luego sea reclamable".

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También por estos días, aparecen spots estelarizados por Miguel Ángel Mancera, jefe de gobierno de la Ciudad mentada. En ellos aparece casual, siendo tan artificialmente cercano como mal actor. Usa una camiseta apretadita, asquerosona, que deja en claro el tamaño de su cabeza. Le sirve una ensalada a sus amigos en uno de ellos. En otro corre en el gimnasio junto a una mujer. El mensaje clave dice algo así como "resultados más allá de la política". Platica con sus interlocutores que lo suyo no es la grilla, son los resultados, cualesquiera que estos sean.

Luego vemos a Anahí Puente, en otro mensaje dedicado a nosotros, los ciudadanos. Las palabras son de un video grabado por la Primera Dama de Chiapas a raíz del sismo que devastó a su estado. La esposa del gobernador y estrella de televisión dice, con una mueca de preocupación un tanto despreocupada:

"Muy despeinada, muy mal arreglada, muy fea y no me importa nada. Lo que me importa es ayudar a la gente". Luego agrega: "Yo sé que ustedes quieren que cante y yo sé que ustedes me quieren ver haciendo conciertos pero la verdad ahorita eso no importa".

Está entallada en ropa deportiva y le resulta difícil esconder su belleza.

En México vivimos, pues, rodeados de políticos que asumen, quién sabe por qué, que los ciudadanos vivimos eternamente angustiados por su bienestar y salud política. Rodeados de tipos como Monreal, que declara más sobre no generar "expectativas falsas" alrededor de una posible candidatura que el crimen y el desorden vial que afecta su Delegación.

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¿Quién va a reclamarle o no a Monreal cualquier cosa que no sea la de su gobierno? Y, por el otro lado: ¿con qué cara Miguel Ángel Mancera acusa a sus críticos de fijar posturas por razones políticas, y no a partir de sus magros resultados como jefe de gobierno?

Porque nos burlamos de la importancia que Anahí se da a sí misma cuando nos dice que ella, a pesar de lo que nosotros queramos, no está en este momento para entretenernos. Lo suyo es ayudar a la gente. Pero quizá falte subrayar el hecho de que la declaración de la muchacha RBD y la de Monreal o Mancera son, en esencia, las mismas.

Tenemos gobernantes cegados por la pequeñez. Enajenados por la mezquindad de un poder mínimo. ¿Por qué "mínimo"? Porque gobernar la delegación Cuauhtémoc, y gobernarla tan mal, no lo convierte a uno en Otto Von Bismarck, un líder aclamado al poder por las masas lo suficiente como para crear una expectativa que luego sea reclamable.

¿Por qué "mínimo"? Porque Miguel Ángel Mancera está peleando por las migajas de una candidatura que acaso le regalará un tercer lugar, después de no poder evitar que la Ciudad de México se haya convertido en un centro criminal, de problemas ambientales y viales como hace décadas no era tan claro. Eso sí: se vende como Antanas Mockus, el mítico alcalde colombiano que, en verdad, logró resultados más allá de la política.

Abundan más ejemplos: los panistas peleando comerse la grasa del fondo de ese barril llamado el Poder Legislativo, ratas hambrientas de ganarse medio milímetro de poder. Como Gerardo Ruiz Esparza, titular de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, quien se aferró a sus ladrillito de poder aunque éste le haya costado el rechazo social y la vida de dos personas.

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Porque el poder en México, como el box y el futbol, se ha de entender para ellos como una salida fácil a la miseria y hambruna que la propia clase política ha creado.

Pero lo que no entienden es que no es poder. No es poder de verdad. Lejos están de sus verdaderas aspiraciones, ser monedas de cambio en la transformación de ideas, políticas y equilibrios de cualquier medio.

Y no hablo de idealismos. No hablo de que el poder de verdad está en "la gente" y en nuestra esperanza y toda esa serie de estupideces que Patti Smith vino a vendernos como espejitos hace unos días. No, no.

Poder de verdad, por ejemplo, ya en planos maquiavélicos que estos mediocrazos apenas vislumbran, es poder influir en la elección del país más poderoso del mundo, sin que haya forma de ser tocado.

O movilizar las suficientes fuerzas como para que un acuerdo ambiental global se tambalee, más allá de los muertos que cuesten los huracanes que ha generado y generará este pequeño desliz.

El verdadero poder, pues, no es ganar una candidatura en México. El verdadero poder sería agilizarse lo suficiente como para hacer que México, en este caso, pueda llegar a tener influencia en el ámbito internacional, por ejemplo.

Fidel Herrera, en la cita más hermosa de toda la historia política de México, dijo alguna vez, presumiendo de sus logros: "Estoy en la plenitud del pinche poder".

Lástima que no hubo nadie del otro lado para pararlo en seco:

No, Fidel. Tú no eres nadie.