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Cultură

Golpeé a mi jefe en la cara

No importa qué tan increíble haya sido, simplemente estaba representando la profunda impotencia que siente el trabajador del siglo XXI.

“You just punch the clock / Too scared to punch your boss! [Sólo golpeas tu tarjeta con el reloj/¡Tienes miedo de golpear a tu jefe!]” - Dead Kennedys

Golpeé a mi jefe en la cara. Me dijo que me iba a bajar el sueldo. Le dije que me podía chupar el pito y me fui. Me siguió hasta la calle y exigió saber por qué me iba. Le dije que era un idiota que no podría tolerar su basura de trabajo por menos dinero del que ya me estaba pagando. Sin más que decirme, ofreció pelear conmigo. Así que, para citar a Muhammed Ali, “We got it on, because we did not get along” [Nos peleamos, porque no nos llevábamos].

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Nos agarramos a golpes en la banqueta de Bushwick, Brooklyn, mientras unos güeyes nos echaban porras en español. Después me enteré que realmente no esperaba que le dijera que sí; sólo lo dijo por hablar. Pero yo me le aventé con todo y le di una buena lección. Lo agarré del pelo con una mano y le di uno tras otro en la boca con la otra. Me quedé con un buen mechón de su pelo en mi mano. Pero se aguantó como hombre y sólo se rindió cuando ya no podía ver con el ojo izquierdo por la inflamación.

Para ese momento yo ya había tenido suficiente y lo dejé ir. Le dije: “¡Un placer trabajar contigo!” y traté de alejarme. Pero me llamó de regreso. Había experimentado un extraño cambio de opinión y me dijo que me podía quedar con mi sueldo original. Había logrado negociar como un verdadero hijo de puta bostoniano.

Debí haber sospechado de este güey desde el principio, cuando pasó la mitad de mi entrevista hablando mierda de sus otros empleados por ser unos flojos e incompetentes. Pero eso es algo que espero de todos los lugares donde trabajo. Los jefes y sus empleados tienen intereses opuestos, los jefes lo saben, y los empleados tienen que tener un agudo caso del Síndrome de Estocolmo para no reconocerlo. En fin, he trabajado para muchos cabrones a lo largo de los años, y ninguno pagaba tan bien como éste, así que tenía eso a su favor. Más que nada, estar desempleado apesta. Así que nos dimos la mano y regresé a trabajar.

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En mi primer día un compañero me dijo las cosas como son. Los dueños organizan entregas a horas imposibles y le echan la culpa a los empleados cuando las cosas no salen bien, arrojando acusaciones paranoicas cuando el verdadero culpable es el tráfico de Nueva York. Los empleados lo aguantan porque la paga es buena, pero odian a sus jefes, y el sentimiento es mutuo. Tuve una probada de esto desde el principio. El despachador me acusó de no saber manejar un camión y de conspirar con los otros conductores para mentir sobre el tiempo que tomaba hacer una entrega. Y la cosa sólo se puso peor. Poco tiempo después se me acusaba de haber mentido sobre mi experiencia y que me tendrían que bajar el sueldo. El resto es historia.

Al principio tuve una sensación de euforia. Tras años de comer la mierda de una bola de perdedores sólo porque eran mis jefes, sentí que no había tenido opción. Esta vez sentía que por fin había defendido mis derechos de forma importante. Pero incluso antes de que mis nudillos se recuperaran, empecé a pensar lo contrario.

20th Century sufrió una derrota tras otra a manos del sindicato en Estados Unidos. Cuando Ronald Reagan despidió a los controladores del tránsito aéreo por la huelga de 1981 se enfrentó a uno de los mejores ejemplos públicos de una violenta reacción antisindical que continúa hasta nuestros días. El resultado ha sido una devaluación laboral de muchas profesiones, la pérdida de beneficios y empleos de tiempo completo en muchos sectores, y una menor calidad de vida para la clase trabajadora estadunidense. Y es difícil revertir esta tendencia, pues la legislación antisindical hace que sea difícil de organizar, y los sindicatos que ya tenemos están todo el tiempo en el mira.

Ahora muchos trabajadores están solos. No tienen seguridad laboral, están aislados de sus compañeros de trabajo, y entre cuidar de sus seres queridos y cumplir con sus múltiples trabajos, no tienen tiempo para nada más, aunque decidan que vale la pena organizarse a riesgo de ser despedidos. Un amigo consiguió un trabajo en Wal-Mart, y lo primero que le dijeron durante su sesión de orientación fue que los sindicatos habían sido necesarios hace cien años, pero hoy en día la puerta del director está siempre abierta, y esa es la manera de resolver los problemas.

¿No fue eso lo que yo hice?

Así que no importa qué tan increíble se haya sentido golpear a mi jefe en la cara, simplemente estaba representando la profunda impotencia que siente el trabajador del siglo XXI. En lugar de cooperar con mis compañeros de trabajo para formar un sindicato capaz de luchar por nuestros intereses, conseguir aumentos, reducir la carga de trabajo y organizar huelgas si no nos dan lo que queremos, tomé las cosas en mis manos.

El hecho de que obtuve lo que quería es irrelevante; esto no funcionará el 99.99 por ciento de las veces, además de las mil y un razones por las que los trabajadores no podrán o no querrán golpear a sus jefes como si fueran Mark Wahlberg en Línea Roja. No soy cristiano, no renuncio a la violencia por razones morales o estratégicas y no tengo una objeción ética a lo que hice. Pero golpear a tu jefe no es una alternativa a realmente luchar de regreso, y eso sólo se puede hacer en equipo. @jarrodshanahan