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El regreso de un pesado: De ladrón de bancos a dealer de cocaína en el DF

El Tío dejó de robar bancos tras ser baleado en 1993. Desde entonces, se dedica al narcomenudeo y ha estado cinco veces en la cárcel, la más larga y reciente de 2008 a 2014.

"¿Cómo empecé? Fue una cosa muy espontánea. Antes de dedicarme al narcomenudeo, hacía otro tipo de, vamos a llamarle 'delito', y tuve una repercusión. Es esto".

El Tío se lleva las manos al tobillo para levantarse el pantalón y descubrir su pierna derecha. De la rodilla al talón veo tres largas cicatrices.

"Me dieron unos balazos y quedé mal. Entonces fui a ver a un amigo para que me echara la mano. Hizo eso que mucha gente ni se imagina, sacó dos bolsas y me las dio. 'Ponte a vender, ya no puedes hacer otra cosa', porque mi actividad era más movida", recuerda.

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Antes de eso, el Tío fue asaltante de bancos durante 15 años, hasta 1993, cuando lo balearon.

"El banco era efectivo pero los negocios son menos peligrosos, porque en el banco a fuerza tenías que darle al policía y si se ponía al brinco lo tenías que lastimar, como dicen. En los negocios no. Después empezaron a poner vigilancia y así pasó, en uno de esos me tocó perder".

Son pasadas las 9 de la mañana y estoy en un pequeño departamento de una de esas unidades habitacionales que el gobierno construyó después del sismo de 1985. Es el hogar de quien fue uno de los principales distribuidores de drogas en el centro de la Ciudad de México, durante las últimas décadas. Al centro de una mesa atiborrada —desde comida hasta una figura de Malverde— hay una bolsa con pequeños envoltorios blancos y dinero en efectivo.


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El Tío recoge el dinero y lo lleva a la recámara. Saco la cámara y logro tomar una única foto cuando levanta la bolsa con droga para guardarla. Me dice que prefiere que deje de hacerlo y no tengo ninguna intención de contravenirlo.

Mientras espero que regrese de la recámara observo el lugar. Hay montones de cosas por doquier, encimadas unas sobre otras en los muebles, los cuales están arrinconados a las paredes formando una suerte de pasillo. La sala luce más pequeña de lo que es, pero no provoca sensación de encierro.

La era Ríos Galeana

Actualmente los asaltos bancarios no parecen buen negocio. Los botines son pequeños —entre 20 mil y 35 mil pesos— y el atraco puede ser ejecutado hasta por mujeres de la tercera edad. La excepción que confirma la regla sería un detenido hace un par de años por su presunta participación en 20 robos.

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Pero en los 80 la historia era otra. Era la época del enemigo público número uno: Alfredo Ríos Galeana, exmilitar y expolicía.

"Es una adrenalina muy fuerte. Tienes que estar con todos tus sentidos. No es cierto que la gente va drogada, esos son los que roban en la noche. Para robar un banco necesitas una estrategia. Ahorita es diferente, pero tenías que ver el rondín de la patrulla, cuánto se tarda en caminar el policía y entrar siempre y cuando hubiera acceso a las cajas. Ahorita no hay acceso y hasta con un papelito los intimidan. Para mí no son creíbles. Yo tengo más miedo de arrancar una cadena y echarme a correr, porque puedes chocar con el policía. Antes entrabas y los tenías ubicados con tres personas, no necesitabas más. 'Vete con el gerente' y 'vete a las cajas', y uno empieza con los que están en la fila. Otro afuera, siempre tiene que estar el poste", dice el Tío.

El botín más grande que logramos fue de 600 millones de ese entonces. Éramos siete y nos tocaron 49 millones a cada quién, se reduce porque repartes.

Ahora es diferente. En abril de 2014 un pasajero abatió a tiros a dos sujetos que se subieron al camión para asaltarlo. Al primero en el autobús y al segundo en la calle, luego de perseguirlo y alcanzarlo. Le disparo por la espalda en al menos dos ocasiones.

"Era la época de Ríos Galeana, pero también de la entonces famosa Liga 23 de Septiembre, aunque pocos se acuerden de ella. También trabajé con Genaro Vázquez. Todos venían para acá; venía hacer sus alborotos. En ese tiempo te daban dinero, te contrataban para hacer desmadres. Igual que ahora con los anarquistas", explica el Tío.

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"¿Quién te contrataba?", le pregunto.

"Ahí te va, ¿te acuerdas que hay un dicho, y es verdadero, que Durazo controlaba a la policía y a la delincuencia? Antes si eras cabrón entrabas a la División de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia (DIPD) y si eras chiva, entrabas a la DIPD. Para ser agente de los dipos tenías que poner a dos o tres de tus familiares, pero si aguantabas tres o cuatro calentadas te mandaban a las cosas fuertes", confiesa.

En 1976, bajo la administración de José López Portillo se creó la División de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia (DIPD). Al mando estaba Francisco Sahagún Baca. El Tío trabajó con ellos hasta la debacle del sexenio. Luego se independizó.

"Hasta que mataron a esos cuates del río Tula, que eran los asaltabancos de moda. Se acabo eso y pues dices 'tengo que ejercer lo mío, lo que él me enseñó, lo que aprendí'".

Ángel de la guarda azul

"Sí, todavía te prestan la patrulla y te alquilan la placa o la pistola; te ponen el negocio que están cuidando. Los asaltos estos de valores son internos, porque ellos pueden tirar y traen protección; tienes que llegarles a la cabeza. En los asaltos grandes la policía te ayuda y en los chicos, a veces también".

En julio pasado, el chofer de una camioneta de valores abrió la puerta para responder las preguntas de un empleado de seguridad de una plaza comercial a la que fueron a recoger dinero. Ese momento fue aprovechado por cuatro hampones para llevarse cuatro millones de pesos y la escopeta del custodio.

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"Uno busca el objetivo y lo hace. Antes te parabas a las cinco de la mañana y te formabas en el pecero; se traía un carro atrás que te recogía. No era al azar, buscabas al que iba a la Central de Abastos. Se subían tres, les bajabas todo y te subías a tu carro. Ahora no, desde un momento antes les empiezan a pegar, les quitan los aretes. No hay necesidad de quitarle sus alhajas, con el puro dinero. Ahora la gente trae celular y a veces valen más que un par de aretes".

Los delitos rentables son el narcomenudeo, el robo de auto y el secuestro, pero éste puede ser el más seguro de los tres.

Aunque un celular, por valioso que sea, parece poco comparado con los botines que obtenía en sucursales bancarias.

"El más grande que logramos fue de 600 millones de ese entonces. Éramos siete y nos tocaron 49 millones a cada quién, se reduce porque repartes".

"¿Y entonces no pensaste en el retiro?", le cuestiono.

"No, ¿qué pasó? ¿Tú con cuánto te retiras? Estoy hablando de los 90, digamos cinco millones. Vas al primer golpe y te dan 10, ¿por qué me voy a retirar si apenas empieza? Se te sube tanto la adrenalina que expones tu vida. Entra la avaricia. El que te juntes con una persona que delinque es que tú también quieres delinquir, ser cómo él, admirarlo. Cuando entras a la cárcel te preguntan qué te hizo delinquir y por qué. Si eres honesto les dices: envidia y avaricia. Ves que gente tiene dinero y lo ganan tan fácil, '¿por qué yo no?' Todos empiezan por ese paso, por envidiar los tenis, la pulsera, el carro, cómo se viste, que trae unas chavas porque saca el fajo de billetes. Me van a matar, pero ya viví".

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Así llegó el Tío a los 90 y su incidente con los azules. Carlos Salinas de Gortari despachaba en Los Pinos vía Solidaridad y promesas de primer mundo.

"En este negocio tienes que estar con los cinco sentidos. Checando la calle, si hay movimiento diferente. A veces llega un camión lleno de gente, a veces en patrullas. Ver a dónde van a entrar, aunque ya se acabó eso también. Identifican los puntos pero no los quitan, aumentan. En los 90 éste era el principal y de aquí hasta Tepito; ahora hay como 20 alrededor. Los operativos no funcionan, recogen a uno y salen cuatro. La oferta siempre va a estar; es buen negocio. Los delitos rentables son el narcomenudeo, el robo de auto y el secuestro, pero éste puede ser el más seguro de los tres. Después de que tuve el problema de los balazos me pareció mejor. Incluso las penas: te pueden dar cinco años por narcomenudeo y por el robo de un celular te dan cuatro años. Si asaltas un banco, ya son 20 años".

El enano favorito de Blanca Nieves

La carrera criminal del Tío empezó cuando era chamaco, juntándose con los malandrines del barrio.

"Ya a los 15 era independiente. Me fui al festival de Avándaro, ya me vestía, ya conocía este tipo de cosas, entiendes —dice señalando la mesa con pequeños paquetes blancos que nunca son suficientes; en lo que llevamos de entrevista ha atendido a dos mañaneros—. Esto era un lujo", dice en referencia a la cocaína.

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Tenía 23 averiguaciones, una tentativa y un homicidio, y les gané.

"Darse un toque era ir a un barrio. Comprar un carrujo era más peligroso; ibas a Balbuena. Ahí la gente conocía a los que iban a comprar y dependiendo el nivel que tuvieras podías entrar. Si no, te regenteaban, porque estaba lleno de agentes. Como Tepito ahorita, si no te identifican te ponen. La cocaína era nivel grande; la comprabas en la Cuauhtémoc. Era para las fresas, los artistas, la gente que tenía un poco de posición. Ya en los 80, el que tuvo la culpa fue Salinas de Gortari, liberó el precio, entró en Tepito y vámonos. Fue Salinas de Gortari el que empezó a enviciar a la población. Así empezó, encontrabas coca en cualquier esquina".

Así proliferó el narco en esta ciudad y por cada punto de venta que la policía cerraba aparecían más, muchos más. El negocio del Tío también creció y cobró notoriedad en el barrio.

"Yo empecé chico aquí y fuimos famosos. Dentro de esa fama, tenemos cuatro difuntos en la familia; éramos seis en esto. No se hereda, se va agarrando. Son cosas que muchos no ven. Ahí te ganas ese respeto".

De paso, aprendió a mirar la vida con filosofía. El Tío ha estado cinco veces en prisión. La más larga y reciente de 2008 a 2014.

"Salí ganando. No me cobraron ni lo que hice. Al principio lo sientes duro, pero después lo vas asimilando. En el 88 estuve dos años. Fue lo que duró el proceso, pero salí absuelto. Tenía 23 averiguaciones, una tentativa y un homicidio, y les gané. Me tocó pagar esta vez, ¿a poco no vas a pagar una? Esto no te deja morir o sin comer. Esto es un negocio fiel, parecido a la comida, pero es rencoroso. Si se ponen a lado, déjalo, cada quien con lo suyo. Si no, te vas a la cárcel y se acabó. Ahora que regresé me dijeron 'no puedes estar aquí porque es mío'. Pues es mío porque ya lo pagué y lo que quieras. Me dijo 'te voy a matar'; pues puedes hacerlo, pero te vas a tener que ir y te quedas sin negocio. Yo no vengo a matarte; vengo a trabajar. Y se calmó. Sin hablar más, ¿para qué? Yo estaba antes, nomás que me fui de vacaciones".

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Aunque defiende un territorio que pronto podría dejar, el Tío tiene 57 años. Lo observo detenidamente. Ante mí un hombre de 1.70 metros y unos 70 kilos, moreno y pelo crespo. Se acaba de levantar, viste un pants azul, camiseta blanca y chanclas. Luce tranquilo, aunque desvelado. Cuando asiento sonríe. Cuando habla de temas como la muerte de sus familiares o el miedo baja la voz. Su mirada se antoja franca, pero lo cierto es que se trata de un hombre juicioso.

"El cuerpo ya no ejerce; se empieza agotar y te vas retirando. La edad te retira. Me quedan cuatro o cinco años, cuando mucho a los 65".

"¿Y de qué vas a vivir?", le pregunto.

"Sé hacer cosas que aprendí en la cárcel. De hecho, quería estudiar para ser licenciado y cuando empecé a delinquir gané más que un licenciado. Estudié y trabajé en un despacho de abogados, por eso aprendí a defenderme y de la vida. Y a tener ética, porque para esto también hay que tener ética; te debes de respetar y respetar. Debes ser recto".

Después le pregunté si se considera una mala persona.

"¿Yo?, sí. A veces pienso que soy nocivo".

"¿Y cómo duermes?", continúo.

"Tranquilo. La vida así me ha hecho. Ya estoy grande para echarme pa' atrás. El año pasado me dejó mi mujer; ya no quiso aguantar. Eso lo aprendí adentro, a valerte y aceptar las cosas. Así como va, los chavos van creciendo y trayendo más delincuencia, más agresividad, entonces me voy a topar con uno que me va a tirar por atrás. Y van a decir: 'él no se metía con nadie y lo mataron'. Cómo no, tanto daño que hizo. Hay que ser honesto".

Salgo de la narcotienda y camino hacia el Zócalo. Son unas diez calles de distancia y en cada esquina veo uniformados con casco y escudo. Están ahí para evitar el ambulantaje. El problema del narco está resuelto.

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@OctCardenas