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Cultură

Los escritores fantasma son una realidad

No trates mal a tu corrector de estilo, puede escupir en tu libro.

Escribí, no, dicté el final de una novela de un autor famosísimo (tan famoso como puede ser un escritor en México), que quizá leíste en la prepa. No voy a decir el nombre del narrador norteño, pero sí diré que ese libro lo sacó una editorial trasnacional que publica a puro cinta negra de la literatura mundial (excepto por autores como el que nos incumbe en este post de ésta, tu casa, VICE.com).

Se trata de una novela policiaca. Bueno, narconovela policiaca, ¿o novela narcopoliciaca? Ellos se entienden con sus géneros sobrevalorados, pero esta entrega respondía a la narrativa que ratifica el discurso hegemónico del poder al romantizar la violencia sin hacer una crítica frontal de los factores que la están causando.

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Es una saga de un detective que investiga un feminicidio. ¿Detective? ¿En México? Creo que sólo en la literatura, pero a autores como éste les fascina hablar de detectives y no de MPs, judiciales o guachos. Pues eso. Un agente al que le matan a su amante (una bailarina de un téibol) porque claro, un feminicidio por sí mismo no un tema, la mujer jodida en cuestión tiene que estar relacionada de forma sexual con el protagonista, si no, pues qué chiste. Además a las mujeres decentes no las matan, por eso la personaja debía ser, forzosamente, una puta o bailarina o mujer que ejerciera cualquier trabajo estigmatizante.

Mi trabajo no era escribir la novela, yo no era un escritor fantasma, sino el sparring del editor y esclavo editorial. Me la pasaba encerrado en un cubículo viendo a asnos engreídos como Enrique Krauze del otro lado de la ventana, cuando iban a de visita a la editorial. Lo bueno era ver a autores que me gustaban, como Trino (el monero y con i latina, no se espanten), quien es mucho mejor historiador de Krauze.

Como dije: yo no era un escritor fantasma. Pero los caminos de la corrección de estilo son misteriosos: a veces terminas reescribiendo el libro en cuestión, y otras tienes que tomar decisiones del tipo "Quizá si dejo todas estas faltas de ortografía y dedazos el lector se distraiga y no se concentre en la basura que está diciendo este pendejo". Ése era mi trabajo.

Para entonces, ésa era la cuarta o quinta novela al hilo de ese autor en la editorial. Cada año tenía que sacar una nueva entrega de la saga. Eso, supongo, desgasta. Pero hoy no me siento benévolo como para disculparlo.

Me pareció que el final era un asco; no que el resto del libro no lo fuera, pero vivimos en una sociedad donde además del culto a la personalidad del autor se sacraliza los finales. Así que le pregunté al autor, si… bueno, dado que goza de una fama intachable, querría cambiar el final. Pero supongo que la vida del escritor profesional es muy difícil (escribir con la mirada en lontananza como aparecen todos en sus fotos de solapa, no tiene que ser para nada sencillo, no pueden mirar bien al monitor o a la monstruosa hoja en blanco) porque dijo que le sugiriera el final que me pareciera conveniente.

Yo estaba absolutamente agradecido con el cosmos por esa oportunidad única de algún día estrechar la mano del narrador norteño, de verme en sus ojos, como iguales, y recibir su guiño de agradecimiento y dejarle clara mi lealtad ante ese pequeño trabajo sucio.

Dos mil ejemplares después lo encuentro en la FIL. "Hola, yo soy Fulanito, tu corrector de estilo (alondra de tu mail, punto y coma de tu nuevo libro, etc., pensé, claro que me conoces)". ¿Es acaso una gran barba la que veía en su rostro? No, era su nuca. Me volteó la cara al tiempo que hizo una flácida extensión de su brazo derecho para encontrarse, como por error, con mi erecta y excitada mano buscando su saludo.

Todo el mundo sabe que los escritores fantasmas existen y son una realidad, como la Cuarta Vertical. No sé lo que es eso, pero he corregido libros que seguramente no fueron escritos por Gaby Vargas, por ejemplo. Pero, amigo escritor profesional: sé amable con tus correctores de estilo. Verás, un corrector de estilo es como un mesero: no te metes con él porque puede escupirle a tu comida. Además hace el trabajo sucio que tú no quieres (todos sabemos que no puedes) hacer y no recibe el crédito, salvo cuando se le van errores. Y eso está bien, es nuestro trabajo. Así que la próxima vez, sólo estrecha esa mano y da una sonrisa. El corrector de estilo es tu amigo.