crimen

El asesino de Huelva que fingió durante 18 años que su mujer y su hijo seguían vivos

Hacía picnics alrededor del montículo que, más tarde se descubriría, se había erigido sobre los cadáveres.
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Captura de pantalla vía CNH Canal Huelva

A 100 kilómetros de Huelva y 40 de Portugal, con poco menos de 2.000 habitantes y entre las sierras de Aracena y San Cristóbal se encuentra la localidad de Almonaster la Real, un municipio rodeado de veinte aldeas al que la llegada de la Policía Científica en 2011 puso patas arriba. "La calma de Almonaster la Real se ha visto alterada desde que la Policía Científica de Sevilla hallara el pasado jueves los restos de una mujer y de un menor enterrados en el interior de un hoyo en una huerta del término municipal", escribía en septiembre de 2011 la periodista Lucía Vallelano en El País.

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Según informaban fuentes del caso los cuerpos llevaban allí aproximadamente 18 años. El dueño de la finca en que habían sido encontrados hacía años que no residía allí y nadie sabía de su paradero. La parcela llevaba años abandonada y los vecinos solo recordaban de su propietario que era de mediana edad, pero no si estaba casado ni si tenía mujer o hijos.



"Ese señor boliviano es el último propietario de la finca. Conozco a vecinos que trataron con él para la venta de las tierras. Dicen que se enamoró de los alcornocales que posee la huerta", declaró en El País Eugenio Vázquez, el dueño de una finca colindante, cuando fueron hallados los cuerpos.

"Son tierras que pertenecieron en su día a la Iglesia y que en la época de la desamortización se fueron enajenando a particulares", añadió. La parcela, ubicada entre el municipio y una de las aldeas colindantes, la de Calabazares, se ubica en el paraje de Vereda, en una zona conocida como la Huerta del Cura. Según las crónicas de la época, cuatro "poderosos alcornoques" presiden el terreno. A los pies de uno de ellos, el pozo de más de medio metro de longitud donde fueron enterrados los cuerpos, con capas de grandes piedras, tierra y plásticos. Dentro del foso, fustas, esposas y jeringuillas. Junto a él, una bicicleta de niño.

Los huesos encontrados eran los de María del Carmen Espejo y su hijo Antonio, de 10 años, desaparecidos en 1994. La denuncia por desaparición había sido interpuesta por la tía de la mujer ante la Guardia Civil y su padre ante el Cuerpo Nacional de Policía hacía 18 años.

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Cuando en aquel momento, en el 94, se le preguntó a su entonces pareja, padre del niño y dueño de la finca en la que se encontraron los cadáveres años más tarde, Genaro Ramallo Guevara, dijo que estaba convencido de que ella le había abandonado. Al contrario que el abuelo y la tía abuela de su hijo, él no había denunciado la desaparición.

Las pesquisas para dar con el paradero de ambos no dieron ningún resultado. "Y pasó lo que tantas veces: que los familiares de los desaparecidos se consumen durante décadas temiendo que estén muertos, sin poder llevarles flores a sus tumbas", narraban Javier Martínez- Arroyo y Jesús Duva en una pieza de 2011, año en el que se empezó a arrojar luz sobre el caso, casi dos décadas después.

El periódico de Huelva afirmaba en octubre de ese año que había sido un chivatazo el que había instado a las autoridades a reabrir el caso y volver a investigar sobre él pasados tantos años. Pero no trascendió la identidad del confidente "ni si se trata de alguien que pudiera haber ayudado a ocultar los cuerpos o si se trata de alguien a quien Genaro Ramallo habría confesado el mayor de sus muchos secretos", se podía leer en el diario.

"Además de tener dos mujeres el acusado también tenía otros amoríos"

María del Carmen y Genaro, víctima y entonces todavía presunto asesino se habían conocido en Huelva en 1980, cuando él tenía 21 años y ella tan solo 13 según el escrito presentado por la acusación pública cuando se descubrió el cuerpo de la mujer, que en el momento de ser asesinada trabajaba en la Delegación de Turismo de la Junta en Huelva.

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Pronto se fueron a vivir juntos y ella se quedó embarazada. Dio a luz en 1983, con apenas 16 años, a Antonio. Curiosamente el niño fue inscrito en el registro, inicialmente, con los apellidos solo de la madre. No fue hasta cuatro años después que Genaro lo reconoció como hijo y le dio los suyos. Vivieron los tres juntos hasta 1993, año de la desaparición de la madre y el niño. Pero, según contaba Huelvainformación en 2014, durante todo ese tiempo "Genaro mantuvo relaciones sentimentales con otras mujeres con las que, incluso, tuvo hijos, lo que provocó desavenencias en el núcleo familiar".

En junio del 93, Genaro, que era profesor de matemáticas en la zona y acabó fundando su propia academia después compró y registró a su nombre el terreno de la Huerta del Cura donde fueron encontrados 18 años después los cadáveres. El fin de semana del 21 al 23 de agosto de ese mismo año, "se trasladó con ellos a dicha finca y, sin que conste si allí mismo o en otro lugar, les dio muerte a ambos", se podía leer también en la acusación pública. Para ello, suministró a sus víctimas, a su mujer y a su hijo, sedantes y analgésicos a fin de anular sus posibilidades de defensa según informó el fiscal. Tras asegurarse de que Mari Carmen y Antonio estaban muertos, los decapitó y descuartizó parcialmente.

El Periódico de Huelva explicaba en la misma pieza en la que revelaba que había sido un chivatazo el que había conducido a las autoridades al asesino que "en la época de los luctuosos hechos, como Genaro llama al tiempo en el que su esposa e hijo fueron asesinados, el acusado compartía vida entre dos casas y dos mujeres, con un hijo con María del Carmen (Antonio, cuyo cuerpo fue hallado en el pozo), y una hija con Juani, la segunda pareja, con la que comenzó una convivencia a los pocos meses de la desaparición en la vivienda de María del Carmen y Antonio".

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"Existe una deducción de que el hecho de decapitarlos esté relacionado con un sacrificio a la diosa andina Pachamama"

Además de tener dos mujeres, continuaba el relato, el acusado por las muertes también tenía otros amoríos: "Aún no sé por qué extraña a matemática sacaba tiempo para ocasionales deslices", escribió en una carta remitida a la redacción del periódico regional cuando se le acusó de asesinato.

En la misiva negó además ser "un uxoricida (hombre que mata a su pareja) y mucho menos un infanticida" y dijo "haber encontrado sus cuerpos sin vida", omitiendo cualquier relación con el enterramiento de los cadáveres porque "es muy difícil resumir en una carta la complejidad de las circunstancias que obligan a un hombre a mentir".

Dos semanas después de encontrar los cuerpos la policía española, en colaboración con la francesa, detuvo a Genaro Ramallo en los alrededores de Toulouse. Lo buscaban por su supuesta implicación en el caso. Durante el juicio, celebrado en octubre de 2014, J.L.D, la entonces pareja de Ramallo, que ya estaba con él en paralelo cuando asesinó a su otra mujer y a su otro hijo, recordó cómo un día de agosto del 93 el hombre llegó a casa llorando.

Según contaba, Carmen se había marchado con "un hombre de dinero" y se había llevado al niño. Solo unos días después, se deshizo de un local que tenía en la localidad, donde pretendía instalar una academia de matemáticas, y habilitó el piso donde vivía con Carmen y Antoñito para que J.L.D pudiera dar allí sus clases particulares.

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"Hacían picnics alrededor del montículo que, más tarde se descubriría, se había erigido sobre los cadáveres de Carmen y el pequeño Antonio"

Tras eso hizo las maletas y marchó a Bolivia, su país de origen, y no regresó hasta pasados seis meses. Se instalaron en la casa en la que vivían Carmen y el pequeño Antonio, que según Ramallo estaba con su madre en Madrid o en Córdoba. Incluso, decía que iba a visitar al pequeño y traía regalos de su parte según contó la segunda pareja oficial del profesor de matemáticas. De vez en cuando se inventaba incluso cartas, y cuando llegaba la Navidad y tenía que visitarlo siempre surgía algo, un imprevisto, que le daba la excusa para no tener que hacerlo.

Además, J.L.D declaró que entre el 95 y el 96 visitaron en una decena de ocasiones la finca de Huerta del Cura, donde se hallaron los cadáveres años después. "El pozo estaba tapado con tierra y piedras", dijo. "Genaro colocó una piedra grande encima y alrededor puso vigas para sentarnos y allí se encendía el fuego". Hacían picnics alrededor del montículo que, más tarde se descubriría, se había erigido sobre los cadáveres de Carmen y el pequeño Antonio.

En un momento de la investigación se relacionaron sus asesinatos, incluso, con sacrificios humanos. "Respecto a la posibilidad de que pudiera haber influido en los hechos algún rito al decapitar los cuerpos, el letrado ha señalado que "existe una deducción de que el hecho de decapitarlos esté relacionado con un sacrificio a la diosa andina Pachamama. En este sentido, De Alba (letrado que representa al padre y abuelo de las víctimas) ha explicado que se deduce que Ramallo presuntamente 'decapitó a su pareja y al niño para ofrecérselos a esta diosa andina' al coincidir la celebración de las fiestas de esta diosa con el mes de agosto, fecha en la que se baraja que tuvieron lugar los hechos", recogía una pieza de El Mundo en el año 2012.

El acusado negó que aquello formara parte de un ritual e incluso que hubiera sido él el asesino, pero su testimonio sirvió de bien poco. Las pruebas demostraron que era el autor del crimen. Fue acusado de doble homicidio y condenado, inicialmente, a 40 años de prisión. Después, el Supremo elevó su pena a 60.

Sigue a Ana Iris Simón en @anairissimon.

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