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Este es el equipo de fútbol de enanos que sorprendió a Messi

Si al escuchar "petiso y habilidoso" pensás en el Pelusa, pensá dos veces. Hablamos con la Selección Argentina de talla baja, los pequeños grandes campeones albicelestes.
Fotos cedidas por la selección

Artículo publicado por VICE Argentina

En la vida de cualquier futbolista, el día del debut queda marcado a fuego. Es un hecho religioso: no importa el club, ni el campeonato, ni el contexto, nadie lo olvida. Facundo Rojas tiene otro motivo para recordar el día en que se presentó en la primera división del Atis Mimbá, un pequeño club de la ciudad de Corrientes. Era una tarde de 2008 y su equipo jugaba por la liga de la provincia, un certamen amateur. Faltaban otras dos fechas para que terminara un torneo en el que ya no peleaban por nada, y el entrenador lo llamó mientras Rojas hacía la entrada en calor con el resto de los suplentes. Para sacarle la presión, el técnico lo aconsejó como a cualquier chico que está a punto de iniciarse: entrá con calma y disfrutá. Divertite. Pero Rojas tenía 17 años y a esa edad, para un pibe que invierte gran parte de sus horas a entrenar con la idea de ser profesional y vivir del fútbol, la diversión en su debut es un estado casi inalcanzable.

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Rojas escuchó la indicación e hizo lo posible para entrar a la cancha y divertirse. Entonces llegó un grito desde la tribuna, uno de esos estallidos feroces que calan hondo en la autoestima de todos los jugadores, pero todavía más en los recién iniciados. Lo recuerda con tanta claridad que cada vez que cuenta esta historia distingue menos su propia voz de aquella:

—Sacá a ese enano de mierda, ¡esto no es un circo!

Rojas lo escuchó y mantuvo la cabeza en alto. No miró al entrenador, no buscó una cara familiar en la tribuna, no se dejó contaminar por la brutalidad del agravio. Rojas, 134 centímetros de estatura, entró al campo de juego para pelear la pelota con hombres que por cada paso le exigían a cambio dar el doble.

Su carrera se acabó dos partidos más tarde, cuando terminó el torneo. No hubo nada que hacer frente a la diferencia abismal entre los cuerpos. Como sucede con tantos otros, a Rojas se le terminó el sueño cuando no quedaba otra que hacerlo realidad o resignarse a vivir de otro modo.

Y entonces empezó otro sueño.


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Las estadísticas son crudas: según un informe del Hospital Garrahan, uno de cada 20 mil argentinos sufre acondroplasia, la enfermedad conocida popularmente como “enanismo”. La acondroplasia es un problema genético que impide el desarrollo físico natural de una persona. Los niños y adultos con esta condición tienen estatura baja, brazos cortos, piernas cortas, y la cabeza grande. No sufren problemas cognitivos: son, simplemente, pequeños.

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En Argentina hay alrededor de 2.000 casos de acondroplasia. Facundo Rojas es uno de ellos. En general —cuenta— son personas protegidas en exceso por sus familias. Los resguardan de la sociedad: de la burla, del chiste, de la exclusión. “Cuando camino solo por las calles escucho el susurro de las personas. Te miran de reojo, hablan de vos, o te comparan con alguien de la misma condición”, explica. Para la sociedad, las personas de talla baja pueden ser un blanco fácil. Muchos acaban condenados por su limitación: viven haciendo espectáculos y presencias en boliches para ganar un sueldo.

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“Es que muchos chicos terminan dejando el colegio por las burlas. La falta de estudio hace que la mayoría de quienes tenemos esta condición no podamos encontrar trabajo fácilmente”, dice Rojas quien, a sus 27 años, se considera un privilegiado. Tiene esposa, una hija, y trabajo: es locutor en una radio, y maneja una empresa de publicidad. Dice que sus padres jamás lo escondieron. Y que el fútbol lo incluyó socialmente. Jugó siempre, y siempre con personas más grandes que él. El fútbol funcionaba como una especie de igualador social: adentro de la cancha no importaba quién era, ni cuánto medía. Lo que importaba era cómo jugaba. Y Rojas era un volante con inteligencia, orden y buen dominio de pelota. Por eso en 2009, un año después de aquella tarde del grito, sus amigos lo invitaron a jugar un torneo amateur de fútbol cinco. Ahí descubrió que en un terreno más chico sus cualidades podían sobresalir.

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Entonces empezó a hacerse preguntas: ¿cómo sería jugar al fútbol con personas de su misma estatura? ¿cómo sería chocar con un rival sin el miedo a que todo pueda romperse o saltar a buscar una pelota en el aire con la esperanza de llegar a cabecearla? ¿Cómo sería el fútbol adaptado a sus condiciones?

El problema era encontrar a otras personas como él. Buscar a esos chicos y adultos que sufren en la calle y convencerlos de que podían armar un equipo y jugar al fútbol como cualquier grupo de amigos.

Convencerlos de que nadie iba a burlarse de ellos: de que el fútbol, como le dijo el entrenador que lo hizo debutar en la liga de Corrientes, podía ser un juego para divertirse.


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Emanuel Ledesma empezó a jugar a la pelota de niño en una escuelita de fútbol en Paraná, Entre Ríos. Después sus padres lo llevaron al club Patronato. Él siempre fue bajito, y como sus compañeros crecían, lo corrieron de la cancha. Con 141 centímetros de estatura, su único refugio era el picado con sus amigos del barrio.

Ahora tiene 33 años, una novia, y un empleo en el Registro Civil de Entre Ríos. Estudió Radiología, aunque no terminó la carrera. Dice que sus hermanas siempre estuvieron cerca y que sus padres lo educaron para ser una persona con coraje. Nunca tuvo amigos con acondroplasia.

La soledad es un factor en común para ellos. “A los 20 años veíamos a una persona de talla baja, nos mirábamos y no nos hablábamos. Después de esto se rompió la barrera e hicimos una gran familia. Por eso digo que pasaron cosas magníficas”, dice Ledesma. A Rojas le pasaba algo similar: “ver a alguien como yo era mirarme al espejo. Pensaba: ‘No puede ser que yo sea así’. Me generaba rechazo, miedo. No sabía que a la hora de hablar, de escucharlos, teníamos las mismas ideas. Recién cuando empecé el proyecto pude hablar con los chicos de mi ciudad”.

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El proyecto empezó en 2012. Comenzó con la pregunta sobre cómo sería el fútbol entre personas de talla baja. Rojas encontró un antecedente en Brasil: había un equipo pero lo usaban como un espectáculo bizarro. Aquello no era fútbol. Él quería construir otra cosa: quería que los tomaran en serio, que los vieran como futbolistas con capacidades diferentes, y que el fútbol sirviera para romper estereotipos. Con su padre, Mariano Rojas, salieron a armar el equipo. A buscar gente. Contó la idea en la radio donde trabaja y en otros medios locales. Dejaba su número de teléfono, una dirección de mail, una página de Facebook. No llamó nadie. Hizo, entonces, una búsqueda a la antigua: fue casa por casa en busca de todos aquellos con acondroplasia. Iba, les tocaba el timbre, se presentaba y les contaba su sueño: era un militante, un misionero. Pero no conseguía adhesión. Es que ir a jugar al fútbol en un equipo de enanos podía ser una exposición: un riesgo a la burla. Y nadie quería ser un bufón con botines.

“Pasaron uno o dos años hasta que empezaron a venir”, dice Rojas, riéndose, ahora que todo funciona. Todo funciona porque cambió la estrategia. Se volcó a las redes sociales. Los medios nacionales se hicieron eco. El celular de Rojas empezó a sonar: llamaron personas de Córdoba, de Jujuy, de Entre Ríos. Había algo en la seriedad de la propuesta. Ledesma vio el anuncio en Facebook y se contactó con Rojas. Hablaron por teléfono y Rojas lo conquistó tan rápido que fue de los primeros en sumarse a un equipo que para entonces ya tenía nombre: “Pulga y Pelusa”, como homenaje a los apodos de Lionel Messi y Diego Armando Maradona.

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“Al principio eran chicos muy cerrados. No hablaban. Pero la primera vez que nos juntamos todos empezaron las primeras risas, las primeras cargadas. Fueron abriéndose y contando su experiencia de vida. Pudimos unir fuerzas, demostrar lo que somos”, dice Rojas.

El crecimiento de Pulga y Pelusa fue tan abrupto que ahora se llaman Selección Argentina de talla baja. El teléfono explota: aunque ya hay cerca de 50 futbolistas en el equipo todavía reciben a todos los que se quieran sumar y hasta fantasean con armar un equipo femenino. El plantel competitivo, con 20 jugadores, se reúne una vez cada dos o tres semanas en alguna ciudad de Argentina para entrenar: aprovechan que los discapacitados tienen pasajes gratis en ómnibus, y viajan para practicar. Generalmente se encuentran en Corrientes y se hospedan en casa de Rojas. Entrenan duro, y el trabajo se nota en el juego. Una búsqueda rápida en YouTube basta para confirmarlo: son ágiles, técnicos, gambeteadores, y por eso jamás perdieron un partido ante ninguna selección del continente. Rojas es el 10, el capitán. Tiene una técnica que bien podría ser la envidia de cualquier mediocampista, sin importar su talla. Ledesma es el arquero suplente y lo que más disfruta del fútbol de talla baja es salir a cortar un centro con las manos. El deporte tiene reglas propias: juegan siete contra siete en una cancha con medidas oficiales de futsal —40 por 20 metros—, en dos tiempos de 20 minutos cada uno, y con un arco adaptado de 1.70 de alto por 2 metros de ancho.

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La visibilidad también aumentó. En 2016 los recibió Claudio Tapia, presidente de la AFA, y les dio indumentaria oficial para que puedan vestirse con la ropa de la Selección. Un año más tarde conversaron con Gianni Infantino, presidente de FIFA, quien dijo que conocía el proyecto, que estaba tratando de hacer algo por incluir a la disciplina dentro de la órbita de la institución madre del fútbol mundial.


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Conocieron a Diego Maradona, y este año Diego Serpentini, un adolescente platense de 16 años e integrante del combinado argentino de talla baja, sorprendió a Leo Messi en un entrenamiento abierto del seleccionado mayor en Huracán, previo al Mundial de Rusia. Serpentini, un crack en tamaño bonsái, hizo jueguitos con tanta calidad que el rosarino quedó pasmado, y al final charlaron y se sacaron fotos. A Rojas, impulsor del proyecto, lo invitaron de Chile, Brasil, Paraguay y Bolivia a contar cómo lo hicieron. Otros países latinoamericanos copiaron la iniciativa. Por eso, el próximo 25 de octubre, en Buenos Aires, comienza la Copa América de talla baja. Vendrán otros siete países a competir. Se alojarán en hoteles en Ezeiza y en el complejo La Serena de la Secretaría de Deportes. Los partidos se disputarán en los microestadio de Ferro y de Racing, y las finales serán en el complejo Julio Humberto Grondona. Las entradas son gratuitas, a cambio de alimentos no perecederos que donarán en entidades benéficas.

A un mes del comienzo del torneo, Rojas hacía posteos en Facebook pidiendo por sponsors, por el apoyo de empresas, de gobernaciones, de intendencias: por la ayuda económica de alguien: “Nadie nos banca. Estamos esperando. Presentamos notas al Gobierno de Corrientes, de Tierra del Fuego, que en algún momento nos invitó a jugar. Estamos esperando la respuesta”, dice Rojas, que además de ser capitán y creador del equipo, es el organizador del campeonato.

Sin embargo, a pesar de la falta de sostén económico, aguantan. Aguantan porque lo que crearon es un bálsamo: son una familia, un grupo de amigos que convive con las mismas dificultades. Y todo gracias al fútbol: “El fútbol te enamora, transforma tu vida”, dice Rojas. Pero más allá de los partidos y del sueño de incorporar la disciplina en los Juegos Paralímpicos, Rojas dice que hay un triunfo intangible:

“Hoy en día andan por la calle juntos o solos y son muy reconocidos por todo lo que venimos haciendo en este proyecto. Va uno solo caminando por la calle y va a notar algunas miradas extrañas. Pero si vamos completos, nos reconocen, nos piden fotos, autógrafos. Eso los motiva a los chicos. Eso les hace crecer la autoestima”, dice.

De que crezca la autoestima: de eso se trata todo.