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Esto es lo que se siente cuando te impacta un rayo

Renate K sobrevivió al impacto de un rayo. Su vida entera cambió en esa cienmillonésima de segundo en que la alcanzó un rayo mientras estaba de caza una tarde de verano.

Imagen vía Wikimedia Commons

El pasado fin de semana, treinta personas resultaron heridas tras el impacto de un rayo en un festival de música en el sur de Alemania. Afortunadamente, todo el mundo ha sobrevivido y se encuentra "en buen estado", aunque los asistentes al festival tuvieron que pasar el fin de semana en el hospital en lugar de disfrutando de los Foo Fighters (algo que, según a quién preguntes, quizá haya resultado menos doloroso).

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Al parecer, recibir el impacto de un relámpago no es tan raro como uno podría pensar. En España, por ejemplo, cada año entre doce o trece personas son víctimas de este fenómeno. Milagrosamente, no todo el mundo muere; la tasa de mortalidad depende de varios factores, como la fuerza del rayo, el flujo de corriente que recorre el cuerpo o el tiempo que transcurre hasta que se reciben los primeros auxilios.

Renate K es una de las afortunadas supervivientes. Su vida entera cambió en esa cienmillonésima de segundo en que la alcanzó un rayo mientras estaba de caza una tarde de verano. Lo siguiente es una narración del relato de Renate.

Vengo de un extenso linaje de cazadores. Desde hace generaciones, mi familia ha seguido la tradición de moverse sigilosamente por los bosques en busca de animales a los que disparar.

Una tarde de principios de julio, habíamos salido de cacería, como era habitual. Había dejado de llover y el cielo empezaba a despejarse, dejando entrever la luz del sol. Mi marido y yo nos habíamos encaramado a una choza de caza elevada para hacer lo que mejor se nos da a los cazadores: sentarse a esperar. Ambos estábamos asomando la cabeza por la abertura, oteando el paisaje, a la espera de percibir algún movimiento. Empezó a lloviznar nuevamente y me calé más el sombrero. Eso es lo último que recuerdo.

Cuando recobré la consciencia, me sentí como en una montaña rusa, como si todo estuviera del revés, y un intenso dolor me azotaba la cara. Abrí los ojos y advertí que estaba en el suelo y que mi marido me estaba sacudiendo violentamente para que despertara. No entendía nada de lo que estaba ocurriendo, así que empecé a gritar.

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"Nos ha impactado un rayo", gritó.

Yo no sentía otra cosa que no fuera la cabeza. Estaba completamente entumecida.

Esta no es ni Renate ni su cabaña, pero es un ejemplo para ayudar a vuestra imaginación. Imagen vía Flickr.

Mi marido me cargó sobre un hombro y bajó la escalera de mano. Logró llevarme hasta el límite del bosque, me depositó en un terraplén y fue corriendo a buscar el coche. No fui capaz de reunir la fuerza suficiente para incorporarme, pero poco a poco notaba que estaba recuperando la sensibilidad. No pude evitar preocuparme por mi marido en ese momento, que probablemente estaría pensando que su mujer era una especie de trozo de carne requemada tirada en el campo. Como no quería que creyera que estaba muerta, saqué fuerzas de flaqueza para tratar de incorporarme y demostrarle que seguía viva. En ese preciso momento, empezó a sonar mi teléfono móvil. Era mi hijo. Yo no tenía ni idea de si iba a sobrevivir a aquel día, y me aterrorizaba la idea de que el entumecimiento siguiera extendiéndose y acabara afectándome a la cabeza, también. Era una experiencia horrible que preferí ahorrarle a mi hijo. Además, no podría haber contestado al teléfono aunque hubiese querido.

Mi marido me metió en el coche y regresamos a casa, donde sus padres me ayudaron a sentarme en una silla, en la que permanecí como me habían dejado, inmóvil. Pese al adormecimiento que sufría, notaba que cada centímetro de mi cuerpo ardía. Era una sensación extraña, porque sentía tanto temor como apatía ante la muerte. De lo que estaba segura es de que ese día iba a morir.

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Curiosamente, mi chaqueta no tenía ningún rasguño, mientras que la camisa que llevaba debajo estaba hecha jirones. Una quemadura sangrante y maloliente recorría mi cuerpo, desde el hombro derecho, en diagonal, hasta el pie izquierdo.

Las quemaduras de Renate y el orificio de salida del rayo. Imagen cortesía por Renate K.

Poco después llegaron los paramédicos y a mi alrededor solo veía luces azules. Habían llegado cinco vehículos para atendernos a mi marido y a mí. Supongo que en el momento del impacto, la parte superior de nuestros brazos estaba en contacto y él recibió parte de la descarga. Reconoció no saber qué había pasado hasta que empezó a bajar la escalerilla de la choza. Hasta ese momento, todo era negrura.

Nuestra presión sanguínea reaccionó de forma distinta ante el impacto. Mientras que la suya se disparó muchísimo (220-200), la mía continuó perfectamente estable, en 120-80, casi la misma que tendría un bebé mientras duerme. Nos llevaron rápidamente a las UCI de hospitales distintos, donde nos realizaron varias pruebas para controlar nuestro estado. Aparte de las quemaduras graves, por supuesto, estábamos bien.

El día después del incidente, me dolía cada centímetro del cuerpo. Era como si nunca en mi vida hubiera hecho ejercicio y de repente me hubiera dado por participar en un triatlón o algo así. Estuve hecha polvo toda la semana siguiente. No podía hacer nada. No quería ir de compras, ni cocinar ni hacer nada, básicamente. Solo quedarme postrada, sin energía ni ganas de mover un solo músculo.

Una de las peores partes de este episodio llegó justo después. La prensa no dejaba de acosarnos para que les concediéramos una entrevista, pero rechacé todas las peticiones. Estaba tan sumamente feliz de estar viva que no me apetecía pasar el tiempo contándole a los medios cómo casi llego a morir, sobre todo después de saber que cuatro personas murieron por el impacto de un rayo ese mismo día en Alemania. Tres de ellas murieron en el acto, y la cuarta falleció días después en el hospital. Por pura coincidencia, vi que en la tele aparecía mi médico hablando de lo que me había ocurrido. Según explicaba a cámara, yo todavía no estaba fuera de peligro y que existía la posibilidad de que muriera días más tarde. Menuda forma de enterarme.

A menudo la gente me pregunta si este incidente ha cambiado mi forma de ver la vida. No lo creo. Simplemente me ha hecho ver que siempre he vivido la vida como tenía que vivirla. Y ningún rayo puede cambiar eso. La única diferencia es que ahora me estremezco cada vez que veo un relámpago y trato de evitar las tormentas todo lo humanamente posible.

Traducción por Mario Abad.