El camión lleno de aguardiente donde los colombianos van de fiesta

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El camión lleno de aguardiente donde los colombianos van de fiesta

Los camiones Cartagena llamados chiva en algún momento fueron utilizados para transportar animales, ahora hacen viajes por la ciudad con humanos alcoholizados.

Si te encuentras en Cartagena, Colombia, y quieres una noche alocada con tragos poderosos, esto es lo que debes hacer: sube a un camión de madera llamado chiva. En estos camiones al aire libre, las bandas bronceadas de Vallenato y un DJ tocan música a través de los vecindarios y caminos famosos de Cartagena, permitiéndote practicar tu derecho hedonístico a divertirte.

La chiva, también conocido como bus escalera, tiene su origen en la historia de Colombia del siglo XX. El armazón del chasis llegó de los Estados Unidos a principio de la década de 1900, los medios de transporte arrastrados por caballos fueron intercambiados por camiones desvencijados y pintados en varios colores. Durante años, éstos se utilizaron para transportar productos, animales, plantas y personas hacia y desde áreas rurales. La estética moderna actual con diseños combinados, las bocinas enormes, el sistema de luces láser y los conductores salvajes son una marca cultural.

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He venido a Cartagena para ver quién va en el camión y para tomar algunos tragos mientras aprendo a viajar en chiva.

Las ráfagas de viento del Caribe le dan la bienvenida a la tripulación de la chiva al iniciar la velada, mientras, caminamos a través de las murallas de 400 años de antigüedad de la Ciudad Vieja y nos dirigimos al camión. Del otro lado de la Plaza de la Paz, encontramos nuestra chiva esperando en Carrera 8.

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Todos las fotos de Kate Warren.

"Vaya", mi amiga Kat dice, parándose de puntitas para mirar dentro del autobús, no hay puertas, solo escaleras para subirse al camión. "Aquí hay una banda entera".

Ir de fiesta en la chiva es una sesión de tres horas de desenfreno y la entrada cuesta alrededor de $15 dólares. Durante la mayor parte, la clientela es una mezcla de colombianos y otros viajeros latinoamericanos —no hay estadounidenses y solo unos cuantos europeos—. En la fila central hay una banda: cuatro hombres con varios instrumentos incluyendo una armónica, una caja (tambor), un acordeón y un serrucho con un palo listo para tocar música tradicional colombiana llamada Vallenato.

El espectáculo en el camión no es el despliegue de luces verdes o la instalación lista para el DJ, sino el bar abierto para cada una de las diez filas. La variedad de bebidas es diferente y la selección de esta noche es cerveza (Aguila), coca cola y el inefablemente poderoso aguardiente.

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Aguardiente antioqueño, de caña.

El aguardiente es por mucho una de las fragancias que menos me gustan. También le llaman Guaro y tiene 29 por ciento de alcohol. Quemará un agujero a través de ti.

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Hay una cubeta de hielo y los vasos pasan de mano en mano; la responsabilidad de preparar tu bebida es solamente tuya. Ashleigh, Josh, Kat, Maria y yo no estamos muy seguros de cómo saldremos de todo este aguardiente sabor anís. Nos preguntamos entre nosotros qué clase de castigo sería una botella de aguardiente —y la regla tácita de terminarlo antes de bajarnos—.

Y entonces sucede el verdadero paseo por la ciudad.

Observo las manos de Kat tratando de sujetar la baranda mientras nuestro conductor toma la primera curva y apenas pasa entre dos autos como el Autobús Noctámbulo de las películas de Harry Potter. El conductor toca el claxon a los guitarristas callejeros y el DJ se encarga de la música.

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Entiendo el español —al hablarlo me doy a entender—, pero no puedo comprender cuando alguien está gritando con un micrófono y hablando mil palabras por minuto. Sin embargo, cuando estás "chiveando", comprendes la festividad mientras te quedes en la parte de atrás. Nuestro DJ Rafa nos presenta a los integrantes fila por fila, preguntando nacionalidad y pidiendo que hagan su mejor grito reforzado con maracas —mientras las filas se empujan hacía la izquierda y la derecha con cada vuelta—.

"¡Fila uno!"

"¡Argentina!" gritan con un trago puntual, sin necesidad de otra bebida para pasar el golpe.

"¡Fila dos!"

"¡Brasil!"

Señala "¡Fila nueve y diez!" y gritamos: "¡USA!"

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Describir la reacción del resto del camión como inexpresivo sería una grotesca declaración incompleta. Cada mirada que se gira para vernos es tan indiferente como es posible. Excepto por un hombre con una playera azul con estampado de piñas; se voltea y empieza a cantar con fuerte acento I Feel Good de James Brown.

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Nos detiene un semáforo en el mar de cemento blanco de la península llamada Bocagrande, y Rafa pide voluntarios del frente y parte de atrás del camión. En cada chiva, el DJ llama a los pasajeros para bailar, no importa si el camión está detenido o va a 100 kilómetros por hora. Maria es nuestro sacrificio y Rafa explica que es una batalla de baile entre Maria y Angela de la fila dos. Estados Unidos contra Argentina: una olimpíada chiva.

"¡Angela!" grita Rafa.

Ella se levanta, sacude su trasero, juega con su cabello como si fuera Shakira al ritmo de la música. (Imagina que el BMP de Skrillex se encuentra con el sonido pop-folk de Juanes.)

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"¡Maria!"

Todos hemos visto el video de Beautiful Liar y esto es una recreación de la parte de Queen Bey. Maria se para sobre su asiento y combina el estilo de Formation con movimientos de mano salseros que los colombianos aprecian.

Ya no somos estadounidenses sin una sensibilidad sexy en nuestras caderas, tenemos a Maria. Ahora, según el hombre de la playera azul y el resto de la compañía, podíamos entrar en la fiesta. En este punto bebíamos Guaro sin más.

En una hora más o menos, los 15 camiones chiva circulando la ciudad se reúnen en Las Bóvedas, un muro antiguo con un mirador en el extremo de la Ciudad Vieja. Aquí, las mujeres palenqueras venden mangos, guayabas y cocos mientras las bandas se conectan a las bocinas y tocan su música al océano. Alrededor de nosotros hay carritos callejeros con elotes y cócteles con corozo, una fruta parecida a la cereza.

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Conocemos al hombre de la playera azul; su nombre es David y es un cantante de jazz bastante famoso de Madrid. Compramos unos tragos y brindamos por la chiva que nos unió.

Al final del paseo, nuestros cuerpos están relajados, un poco mareados y con un hormigueo producto de la combinación del Guaro y las horas de ajetreo en un asiento de madera. Caminamos de regreso a la Ciudad Vieja y, apropiadamente, nos metemos a un club de salsa donde nos recibió —claro, como siempre— el aguardiente.