A menudo, cuando la gente habla de fotografía callejera, cita los trabajos de reconocidos fotógrafos como Garry Winogrand, Robert Frank y Josef Koudelka. Sin embargo, cuando se trata de las normas que guían la práctica, las opiniones varían: hay quienes opinan que hay que observar en silencio y esperar con paciencia. Otros creen que las mejores fotos callejeras son las que se consiguen saliendo a la calle y formando parte de la acción. He probado ambos enfoques y creo que una mezcla sana de ambos es necesaria para conseguir las imágenes más divertidas.
Pero recientemente descubrí una forma de hacer fotografías que desmonta por completo los argumentos anteriores: ponerme un traje de oso e ir caminando por la ciudad. ¿Qué importa si eres parte de la acción o si esperas y observas cuando vas disfrazado de un animal gigante y peludo?
En enero, estuve tres días sacando fotos a los viandantes de Nueva York y me di cuenta de que la gente me trataba mejor cuando llevaba el disfraz de oso. Estaban felices de que les hiciera una foto. Los niños me saludaban. Los padres me pagaban para posar con sus hijos. Cuando llevo el disfraz, está bien visto que desconocidos me saluden y que yo les conteste.
Lo más interesante de una foto no es necesariamente lo que se ve; en muchos casos, el protagonista real de la foto no llega a salir en ella.
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