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Netflix

Sí, yo también he visto 'Élite' del tirón

El viernes me pasé casi siete horas delante del ordenador y no fue por curro.
​elite serie de netflix maria pedraza
Imagen vía Netflix

El viernes pasado me pasé casi siete horas delante del ordenador. No fue en la redacción y el culpable no fue ningún artículo. De hecho era fiesta nacional, 12 de octubre, lo de las carabelas, lo del genocidio, el desfile, la cabra de La Legión

Era fiesta nacional y yo me pasé casi siete horas delante del jodido ordenador. Me juego un dedo a que no fui la única que lo hizo ese día, y a que el motivo por el cual muchos lo hicimos fue el mismo: Élite. Sí, Élite. La serie de Netflix.

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Puede que a muchos nos cueste reconocer que nos hemos enganchado a una serie de adolescentes y bastante mala, porque nuestro dinerito nos han costado las Nike 97, el chándal de Ellese y las gafas de metal como para echar por tierra nuestra marca personal de peña que mola. Pero nos hemos enganchado. De hecho es que nos hemos enganchado muy fuerte. Muchos la hemos visto de una tacada, vaya. Pero tranquilos, que somos legión.


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Está claro que la serie no pasará a la historia como una creación de culto, pero como la droga o como mandarse mensajes de WhatsApp con un ex al que aún se quiere, genera intriga y da placer. Y, a pesar de inverosimilitudes como que el colegio tenga un solo profesor o como que uno de los protagonistas conduzca siendo menor o como que en ningún momento ningún chaval diga "yassss" ni "damn", ni hagan lo del "y digo si me lío", Élite tiene cosas buenas. Y cuando uno pasa por alto algunos momentos sobreactuados y la idea recurrente de que es una ficción prefabricada sin más pretensión que la de ser consumida de manera rápida, casi casi atragantándose, las ve.

Cosas buenas como el reflejo, de manera indeterminada pero constante, de la lucha de clases, un tema generalmente invisibilizado en las ficciones e incluso en la sociedad española, donde ser clase media trabajadora significa cobrar 130.000 al año y nadie quiere reconocerse como clase obrera. Que se haya dicho de ella que es una serie sobre "la lucha de clases" cuando en realidad es una suerte de Cluedo ibérico que huele muchísimo a hormonas no deja de ser sintomático, no deja de reflejar hasta qué punto la cuestión de la clase ha sido borrada de las ficciones mainstream.

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Pero como en el reino de los ciegos el tuerto es el Rey, Élite es, efectivamente, una serie sobre la lucha de clases: aunque la trama gira en torno a un supuesto asesinato, el choque entre ricos y pobres, las diferencias entre los chavales del colegio público que se cae a trozos y los cachorros de la jet set que van a Las Encinas son las protagonistas. Élite invita a reflexionar sobre la desigualdad social de la España "poscrisis", sobre el espejismo que resulta ser la cultura del esfuerzo, sobre la corrupción o sobre la tendencia de las élites a protegerse.

"De aquí saldrán los líderes del mañana", dice el que parece ser el único profesor del colegio Las Encinas en el primer capítulo, a lo que Samuel, uno de los chavales que llegan desde el instituto público, responde que "eso es lo que le da miedo". En el último —ojo, spolier, pero spoiler pequeño— dos de los protagonistas se preguntan si las autoridades creerían antes a un rico que miente o a un pobre que dice la verdad.

Dejando a un lado que algunos demos palmas con las orejas porque la serie más vista de Netflix en este momento refleje que no es lo mismo nacer pobre que nacer rico (¡sorpresa!), y que es bastante más putada nacer pobre que nacer rico, Élite tiene otras cosas positivas. Que habla del VIH con naturalidad, por ejemplo. Y que no lo asocia al viejo cliché del homosexual promiscuo y —de nuevo, la clase— pobre sino a una adolescente de alta alcurnia y heterosexual que tiene que enfrentarse al silencio, a los estigmas o a la falta de información de aquellos que aún no saben que indetectable significa intransmisible y que el VIH ya no mata a casi nadie en los países desarrollados.

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O la homosexualidad, tratada desde distintos puntos de vista, desde la aceptación total por parte de los chavales —seguramente y gracias al cielo la Generación Z haya tenido que lidiar en menor medida que las anteriores con insultos como maricón y bollera y Élite ha sabido reflejarlo— hasta las barreras religiosas y culturales para vivirla libremente pasando por la bisexualidad de algunos de los personajes. Eso sí, siempre personajes masculinos. Y eso que el feminismo, incluso su instrumentalización —Lucrecia le echa en cara a Nadia que lleva el pañuelo porque está oprimida y justo antes de intervenir para que el colegio le impida lucirlo en el recinto— también está, como no podía ser de otra manera, presente en Élite.

Y por último y no por ello menos importante —obviando las canciones de Tangana, Rosalía y Bad Gyal— el sexo: Élite se ha convertido en un pelotazo mundial también por explotar la baza del sexo en todas sus formas: que si voyeurismo, tríos, sexo en lugares públicos… ¿Cuántas tetas, cuantos torsos desnudos se veían en 13 reasons why? Ninguno. Pero los creadores de Élite han querido continuar con esa medio leyenda medio tradición tan española de tener que incluir folleteo sí o sí, casi por obligación, en las piezas audiovisuales.

Todo lo anterior unido a un gran enigma y a nuestro deseo de consumo rápido, a nuestra sed de piezas que entren solas y no nos obliguen a entrenar demasiado ni la mirada ni el intelecto dan como resultado que yo, como tantos otros, nos hayamos tragado Élite de una tacada.

El amor por lo mainstreamOperación Triunfo, Gran Hermano, La casa de las flores— o más bien la ausencia de reparo a la hora de admitir el amor por lo mainstream se ha convertido, en los últimos tiempos, en otro complemento para molar. Y quizá eso también sea parte del éxito de Élite.