Pedro, además de dedicarse a comer para escribir y escribir para comer (es cronista de viajes y gastronomía para Travel + Leisure México) es un comilón devoto y amante de las tortas desde niño. Su libro está lejos de ser una guía de las torterías de la ciudad; es una colección de historias que giran alrededor de las tortas, y en sus páginas hay tanto anécdotas personales como crónicas de comensales, perfiles de torteros y otras historias que en común mantienen una cosa: todas nos dejan soñando con una cubana, una rusa, una samaritana o por lo menos la clásica del Chavo, de jamón.Y como no me quise quedar con el antojo, le pedí que nos preparara su torta favorita, una que no está en ninguna tortería, surgió de su innata imaginación glotona. Y está deliciosa.
Si bien el concepto es compartido —un carbohidrato que envuelve proteína— hay características en las tortas que los tacos simplemente no tienen (…) es transportable (…) en la lonchera, en la mochila, en papel aluminio o en la servilleta que envuelve sin perturbar la harina que cubre a las buenas teleras.
Los buenos están en las esquinas. Claro que hay de tamales a tamales y de esquinas a esquinas. En la calle de Castilla, en uno de los vértices del mercado La Postal se han vendido tamales desde hace más de 60 años. Entre semana atienden "los Tolucos", pero dicen los que saben —los vecinos del barrio— que los meros meros se ponen los sábados. Y sí.
De solitarios, de familias, de cantinas y resacas. De oficinistas con prisa y de los dueños de nada. Son callejeras; nadie las juzga por calientes, ni se les hace el feo a las frías. Y sobre todo, no distinguen entre clases sociales, lo cual, en una urbe desgarrada por las diferencias, es verdaderamente plausible.