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Dinero

Probé el método de ahorro para jubilarte a los 40

El método FIRE consiste en acumular el dinero suficiente para invertirlo y vivir de las rentas.
DE
ilustración de Dan Evans
fire movement Financial Independence Retire Early
Illustration: Dan Evans 

Como tú y cualquier otra persona de este mundo, no se me da muy bien eso de cumplir con las resoluciones de Año Nuevo. Ya llevamos dos meses y yo sigo emborrachándome a menudo y sin pisar demasiado el gimnasio. Sin embargo, a finales de 2018 decidí ceñirme a otra resolución. Gracias a mis amigos más sensatos, que viven en la medida de sus posibilidades por primera vez en nuestras vidas, mi leve neurosis económica hace poco se convirtió en pura ansiedad desatada.

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Por esa razón decidí empezar a ahorrar, y decidí hacerlo de la forma más extrema para asegurarme de no fastidiarla. Fundado en Estados Unidos en la década de 1990, FIRE es un movimiento cuyo acrónimo responde a “Financial Independence, Retire Early” (independencia económica, jubilación anticipada). Reconocerás sus principios fundamentales en esa raza de jóvenes de 23 años que han conseguido comprarse un piso de dos habitaciones a base de no pasárselo bien nunca. Quienes se adhieren al movimiento intentan ahorrar el 50 por ciento o más de sus ingresos mensuales con el objetivo de reunir la suficiente cantidad de dinero para invertirlo, dejar sus trabajos y vivir de los intereses y dividendos que generan las inversiones. Muchos no se jubilan del todo cuando llega el momento y usan el dinero para liberarse de sus trabajos y centrarse en hacer lo que realmente les gusta.


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Mi sueldo está por debajo de la media londinense de 34 000 libras anuales (39 600 euros). Si quitamos la mitad para ahorrar, además del dinero del alquiler, las facturas y las suscripciones mensuales como Netflix y Spotify, me quedarían unas 377 libras para pasar el mes, lo que supone un presupuesto de unas 12 al día para cubrir gastos de comida, desplazamiento y otros.

El presupuesto de la primera semana me lo pulí casi entero en cervezas compradas en las confusas horas que median entre Nochevieja y Año Nuevo. Para compensar, me pasé el resto de la semana en el trabajo o en casa, sin gastar mucho ni hacer mucho, tampoco. El tiempo parece alargarse cuando no tienes nada que hacer. Mataba las horas de la misma forma que lo hacía cuando era estudiante: bebiendo té y repitiéndome que empezaría a leer un libro en cuanto terminara la siguiente partida al Fifa.

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Uno de los aspectos del movimiento FIRE que más me atraía era su filosofía anticonsumista. En varios de los blogs que leí sostenían que si compráramos menos y dejáramos de sucumbir al deseo inmediato de obtener cosas materiales, podríamos ahorrar más y alejarnos de la rutina diaria. Hay gente que combina el movimiento FIRE con el activismo medioambiental, alegando que si compras menos cosas, no solo ahorras dinero, sino que contribuyes a salvar el planeta. Este estilo de vida muchas veces se presenta como una mezcla de estoicismo y sabiduría financiera; me imaginaba a mí mismo como una especie de Henry David Thoreau, viviendo deliberadamente en la espesura de la Zona 2 de Londres, ahorrando la mitad de mi sueldo y subsistiendo a base de comida enlatada y pan de pita hasta haber amasado una pequeña fortuna que me permitiera jubilarme antes de tiempo.

“Si estás de acuerdo con la idea fundamental de que gastar dinero no aporta felicidad duradera, el resto viene más fácilmente”, cuenta Barney Whiter en su blog de FIRE The Escape Artist.

White suscribe el anticonsumismo y asegura que su austeridad es fruto de sus experiencias de infancia. Sus padres compraron la casa más grande que podían permitirse pidiendo la hipoteca más cuantiosa que podían pedir, pero una crisis económica en la década de 1980 les obligó a hacer recortes drásticos de gastos para poder llegar a final de mes. Aquel cambio brusco de una vida de comodidades a la precariedad quedó grabado en la mente de Whiter, llevándolo a adoptar una vida de austeridad. Hoy, a los 48 años, lleva 5 siendo independiente económicamente, es decir, sin tener que trabajar para vivir.

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En una conversación telefónica, le cuento a White mi situación: tengo 28 años, sin hipotecas ni suficientes ahorros como para dar una entrada para un piso y debo más dinero del que gano en un año por un préstamo estudiantil. “Cuando yo empecé, me sentía como tú”, me reconfortó. “Es como estar al pie del Everest y mirar hacia arriba, pero la clave está en no dejarse abrumar y pensar, Cada paso que doy me acerca más a la cima”.

Adapté una nueva rutina durante los días de trabajo: cubrir el trayecto del trabajo a casa en autobús (3 libras) ↓a veces volver corriendo a casa, para ahorrarme 1,5 libras↓ y comer un plato preparado de oferta para el almuerzo (3 libras). Sé que tendría que prepararme la comida para ahorrar un poco más, pero no me compensa el esfuerzo extra que suponía. Además, el gasto de entre 20 y 30 libras semanales en comida lo repartimos a medias entre mi novia y yo. Esta nueva rutina suponía un ahorro diario de la mitad del presupuesto para otras cosas: nada del otro mundo, pero era un buen comienzo para construir mi miserable imperio.

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Illustration: Dan Evans

Lo cierto es que no pasó mucho tiempo hasta que la versión romántica de austeridad que tenía en mi cabeza se disipara. Mientras pasaba la pausa de la comida masticando apáticamente el séptimo sándwich de pollo de esa semana, recordé un artículo que había leído en el que se explicaba que Tory MP Dominic Raab comió el mismo bocadillo todos y cada uno de los días laborales de su vida. Cuando lo leí, recuerdo pensar en el extraño empeño que ponía en tan nimio comportamiento. Y ahora yo era su encarnación.

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Además de a la dieta, la austeridad también empezó a afectar a mis relaciones. Se habían acabado las cervezas a mitad de semana, lo cual me hizo ver la cantidad de amigos a los que solo veo en los confines de un pub. Pasar de cenar fuera una o dos veces por semana a ninguna tampoco me hace ganar muchos puntos con mi novia, que ha empezado a ver su economía resentida por tener que gastar lo que yo no gasto.

Al principio era fácil ocupar los fines de semana haciendo cosas gratuitas, pero pasadas unas semanas, la cosa empezó a ser más complicada. Cuando has ido a unas cuantas exposiciones de arte gratuitas, empiezas a aburrirte. Nos pasamos un sábado emborrachándonos gratis usando la técnica de bajarnos las aplicaciones de móvil de varios pubs que te invitaban a una pinta solo por suscribirte. Ahorrar dinero era satisfactorio pero, al mismo tiempo, el hecho de ver la vida desde la perspectiva del coste y el beneficio le quitaba toda la gracia. Lejos de aliviar mi ansiedad por el tema económico, lo estaba empeorando.

“Dejé de hacer cosas porque contaba cada céntimo que me gastaba”, dice Huw Davies, autor del blog Financially Free by 40. “Me pasé de la raya y le resté valor a mi vida”. Huw admite que al principio llevó al extremo lo de la austeridad. Estaba tan centrado en ahorrar para dejar su aburrido trabajo que era capaz de hacer lo que fuera con tal de acelerar el proceso. Finalmente encontró un equilibrio entre el ahorro y la posibilidad de disfrutar de la vida. Para él, la austeridad se reduce a la decisión gastar en productos de consumo en lugar de hacerlo en experiencias. “Si tengo la posibilidad de pasar un fin de semana increíble que en el futuro recordaré con cariño, prefiero malgastar el dinero en eso”, me explica.

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Durante el primer mes aplicando la filosofía FIRE ahorré 1000 libras, algo más de la mitad de mi sueldo mensual. Me di cuenta de cuántas chorradas innecesarias llegaba a comprar en un mes cualquiera y de todo lo que podía ahorrar no comprándolas: ropa, comida y cosas para casa de las que fácilmente podía prescindir. Aunque era genial tener tanto dinero disponible, ese ritmo de ahorro se me antojaba insostenible. Barney me dijo que era inevitable, con mi sueldo; obviamente, cuanto más ganas, menos esfuerzo te cuesta ahorrar una parte.

Varios artículos recientes sobre el movimiento FIRE han sido objeto de burla, y con razón, en mi opinión, porque sus protagonistas ganan sueldos de seis cifras o han sido beneficiarios de cuantiosas herencias. La verdad es que FIRE se basa en el supuesto de que ahorras e inviertes dinero a la vez que asciendes en el escalafón; dado el estado actual del sector del periodismo, dudo que mi situación económica mejore en un futuro cercano.

Si ahorrar la mitad de tu sueldo te parece un poco extremo, como me lo parecía a mí, quizá te estés preguntando si hay un término medio entre la austeridad absoluta y el gasto comedido. Los dos blogueros con los que hablé coinciden en que la filosofía de FIRE no tiene por qué representar una dicotomía —ahorrar el 50 por ciento de tu sueldo cada mes no es la única forma de garantizarse un futuro—, pero tampoco es necesario otro artículo sobre “trucos para ahorrar” o los beneficios de llevarte la comida de casa para saber que seguramente tendrías que ahorrar más de lo que estás ahorrando ahora. “No es inútil si no tienes el suficiente dinero para no volver a trabajar en tu vida”, señala White. “Cada céntimo extra que tengas te da más libertad y más opciones”.

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Ahora que el calentamiento global amenaza con destruir ecosistemas enteros y se nos bombardea con noticias de lo más aciago, este no parece el mejor momento para hacer que tu futuro dependa de la capacidad continuada de la economía mundial de ofrecerte rédito por tus ahorros. Y aunque así fuera, hay gente a la que no le acaban de convencer los cálculos sobre los que se sustenta el movimiento FIRE.

En un artículo para Bloomberg, Jared Dillian opina que “el mayor problema con el movimiento FIRE es el fenómeno de mercado alcista definitivo. Parece funcionar solo porque el mercado de valores ha ido en alza”. Y afirma que incluso si esta tendencia continúa, tomando las cifras en las que se basan muchas de las suposiciones de FIRE, “no va a ser nada divertido vivir con un presupuesto limitadísimo mientras ves cómo tus ahorros pierden entre un 30 y un 50 por ciento de su valor”. Otros también han apuntado al aumento de la esperanza de vida como otro de los problemas de esta filosofía; es difícil saber si has ahorrado lo suficiente para jubilarte a los 40 si puede que vivas otro medio siglo más.

Más allá de estos problemas, considero que no merece la pena hipotecar el presente de esa manera tan drástica, reducir la vida a una serie de decisiones económicas desapasionadas para intentar conseguir algo que tal vez nunca llegue. “Si en seis meses me muero de un infarto, sería una faena, porque he estado limitando el gasto de cara al futuro”, apunta White. “Pero, ¿y si ese futuro nunca llega?”.

@HaydenVernon / @Dan_Draws

This article originally appeared on VICE UK.