MIRA:
El centro no existe, no al menos como algo estable, como un punto en un mapa que permanece inmutable por décadas. De centro se decía el PP de Aznar a finales de los noventa, hasta que le dio por empezar a resucitar el nacionalcatolicismo y a jugar a los soldaditos en Oriente Medio. De centro se ha dicho casi siempre el PSOE, hasta que el propio carácter montaraz de la derecha le ha situado en un punto absurdamente mitológico donde es compatible que un radio-predicador te acuse de traer de vuelta a Largo Caballero mientras que tu ministra de Economía recibe la bendición de la gran banca. De centro nos decían que era Ciudadanos, hasta que les dio por el compadreo con la extrema derecha y en el Orgullo les empezaron a silbar.
El neoliberalismo, como socialismo invertido, ha hecho que el libre mercado sea como el gas de las trincheras, mortal e imperceptible, en todo caso aceptado con abnegación, mientras que cuando su codicia rompe todo, socializamos las pérdidas y rescatamos la resaca de la fiesta entre todos. Por eso el centro le viene tan bien a la derecha, porque es como una escuela de buenos modales para bárbaros que visten de Gucci.Para la izquierda, el centro lo que ha supuesto ha sido no sólo perder los emblemas y los principios, sino el horizonte, el conflicto y el orgullo. Cuando a Margaret Thatcher le preguntaron cuál era su mayor logro contestó que Tony Blair, porque había conseguido que sus adversarios políticos pensaran como ella. ¿Qué más daba quién gobernara si todos, a la hora de tratar con la City, se comportaban de la misma forma?"El centro, para la izquierda, es eso que te pone el traje de la respetabilidad, que te permite entrar a las fiestas de la alta sociedad, que te hace sentirte un hombre de Estado"
El problema, más allá de estas disputas, es que en su viaje al centro —en España los que emprendieron ese camino acabaron en el PSOE— están dejando un reguero de enseñanzas como poco matizables en un momento en que las cosas deberían estar mucho más claras, al menos tanto como las tienen los macronistas y la ultraderecha.Que Errejón insista en que la clase es una identidad, una más, como ser celiaco o del Betis, implica en el fondo algo muy claro: que como en su proyecto político los cambios de calado no tienen cabida, al final para las pinceladas no hacen falta grandes equipos de pintores. La clase social no es un capricho teórico —como también opina Albert Rivera—, sino que es un hecho de la producción que, evidentemente, necesita de una identidad para expresarse, de un aparataje cultural e incluso también de unas organizaciones políticas y sindicales que le den la oportunidad política de hacerlo.Porque si no, ser de clase obrera, efectivamente, sería tan sólo un hecho declarativo, sin mayor trascendencia. Apelar a los trabajadores no se hizo a partir de la segunda mitad del siglo XIX por una cuestión moral, sino porque su posición en la producción les permitía ser la fuerza que controlara los resortes económicos y por tanto poder enunciar un nuevo modelo de sociedad."No se trata de que los que alertemos de este problema privilegiemos la clase sobre todo lo demás, se trata de que de facto el neoliberalismo privilegia todo lo demás sobre la clase"
De hecho, el recurrir de nuevo a la contraposición entre luchas materiales y culturales, es una manera de soslayar los dos párrafos anteriores y así evitar tener que enfrentarse a ellos, de reescribir la crítica para poder dar una respuesta conveniente al interpelado y así fingir ganar el debate.La cuestión última que Errejón —y otros muchos— no quieren enfrentar y que tachan de nichos comerciales, hipsterización ideológica o mediocridad teórica, es que la izquierda, como los músicos de rocanrol, se hizo centro porque se le había olvidado qué hacer con lo económico, que es lo que en último término nos acaba afectando a todos de una u otra manera."El progresismo no sabe qué hacer con las eléctricas para que no nos ahogue la factura de la luz, o cómo meter en vereda a los especuladores para que no se nos vayan dos tercios de nuestro sueldo en el alquiler"
Es 25 de septiembre de 1978 y en la Radio 1 de la BBC el reputado presentador John Peel pincha por primera vez "Teenage kicks", una canción de un desconocido grupo de Irlanda del Norte llamado The Undertones. El rocanrol, esa música que había hecho bailar a medio mundo, se ha convertido durante la década de los setenta en otra cosa, en una intelectualización que renegaba de sí misma. Los temas se alargaban cada vez más, como las pretensiones, y lo que había sido un estilo de tres instrumentos se había barroquizado añadiendo sintetizadores analógicos, guitarras de dos mástiles y dos bombos por batería. Los músicos se habían emancipado de su cometido, divertir, y se encerraban en el estudio a intentar nuevas piruetas que sólo conmovían a sus egos. Y de repente esto.Esto era una canción de dos minutos que hablaba del amor adolescente, de que te guste una chica de tu barrio, de rabia y esperanza, de estómago inquieto ante el futuro. Y quien la tocaba no vivía en ninguna mansión campestre invocando en sus ratos libres a deidades babilónicas, sino que eran chavales como los que estaban al otro lado de la radio: trenka coreana, corte de pelo todavía heredado de la infancia, jerseys de lana con cenefas y botas de ferroviario, ni siquiera Martens. Clase, identidad, honradez. Fotos en blanco y negro sobre tapias de ladrillo en Derry. Termina la canción y John Peel hace un breve silencio. Dice a la audiencia que la canción es maravillosa y la vuelve a pinchar. Dos veces seguidas en uno de los programas más escuchados de Gran Bretaña. La historia se puede hacer de muchas formas, la mejor, la más bonita, no renunciando a ser quien eres.Quizá la izquierda, lo que quede de ella, deba poner a la gente a bailar, que en política no es más que recordar a los que mueven el mundo que la historia sigue estando en sus manos.Sigue a Daniel Bernabé en @diasasaigonados.Suscríbete a nuestra newsletter para recibir nuestro contenido más destacado."Quizá la izquierda, lo que quede de ella, deba poner a la gente a bailar, que en política no es más que recordar a los que mueven el mundo que la historia sigue estando en sus manos"