Padezco emetofobia: tengo pánico de vomitar

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Padezco emetofobia: tengo pánico de vomitar

La emetofobia no solo implica el temor a devolver tu propio desayuno, sino que también está la incertidumbre de que otro pueda hacerlo.

Cuando le confiesas a alguien que tienes una fobia, lo más probable es que aprovechen cualquier oportunidad para enfrentarte con ese miedo irracional. Yo mismo me he reído al ver a personas adultas asustarse con un payaso y conozco a un tipo con miedo a que le llenen los orificios nasales con queso camembert fundido.

Quizá por eso nunca le he dicho a nadie que tengo fobia a vomitar. Eso convertiría a mis allegados en una especie de tiranos del vómito dispuestos a hacerme contraer el norovirus o, peor, hacer que mi rareza parezca aún más rara.

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A veces, la emetofobia me ha hecho sentir como si tuviera una enfermedad debilitante. Las fobias pueden llegar a arruinar tu vida, sobre todo cuando el elemento causante del miedo es algo tan universal como los espacios abiertos, como con la agorafobia. Lo peor de la fobia a la náusea es que no puedes evitar que alguien cerca de ti vomite, ya que la emetofobia no solo implica el temor a devolver tu propio desayuno, sino que también está la incertidumbre de que otro pueda hacerlo.

Fue más o menos a los siete años cuando empecé a tener problemas con el vómito, hecho que reafirma la creencia de que las fobias suelen tener un origen, un detonante, más que ser trastornos de naturaleza genética. Estaba en casa con mi hermana, saltando en el sofá, cuando de pronto eructé. Me fui corriendo a la cocina y lo eché todo. Quise apuntar al bote de la basura, pero fallé por unos centímetros. Mi padre, que en ese momento estaba cocinando, soltó una risita y dijo, "Ay, Dios mío". Me llevó arriba, con mi madre, para que me consolara; yo vomité como tres veces más. Al día siguiente, me sobrevino una arcada mientras intentaba tragar un trozo de tostada, pero logré pasarla sin mayor dificultad.

Semanas después, aquel episodio seguía vivo en mi memoria. Me sentía inexplicablemente aterrorizado por todo lo que tuviera que ver con el vómito, mucho más de lo que se consideraría normal. Al parecer, bastaron cuatro vómitos para provocarme un pavor y un desprecio tales que me han impedido volver a vomitar hasta hoy, a mis 21 años.

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A diferencia de la liberación de otros fluidos corporales, el vómito es una compulsión física, y eso es precisamente lo que me asusta: la falta de control. Por lo general, uno es capaz de evitar cagarse en los pantalones, pero el acto de vomitar es irreprimible e inesperado y provoca, además, el asco y la frustración de los que lo presencian, sean amigos o familiares. Estos, a su vez, pueden llegar a provocarte un sentimiento de vergüenza y culpa comparable al que sentirías si estuvieras desnudo frente a un auditorio.

Para ser sincero, el pánico al vómito me ha jodido la vida de varias maneras. El hecho de no haber sentido náuseas durante toda la década pasada no significa que no me aterrorizara la idea de vomitar cada día. Hubo viajes escolares a los que evité ir simplemente por temor a que alguien pudiera marearse y vomitar. Y no hablo de excursiones de un día, sino de viajes de fin de semana. Puedes hacerte una idea de lo patético y raro que suena decirle a tu familia que a ti, como adolescente que eres, no te va eso de "ir de viaje, andar en bicicleta, hacer kayak o escalar".

La escuela era el infierno del vómito. Cada pocos meses, tenía que presenciar cómo algún compañero se empezaba a sentir mal, soltaba la pluma, comenzaba a respirar con dificultad y trataba de llamar la atención del profesor en pleno ataque de náuseas. Si conseguía que el profesor le prestara atención, podía sentarse a lado de la ventana un rato, pero para cuando el chico llegaba ya era demasiado tarde. A continuación se producía un efecto dominó y el hedor empezaba a propagarse por el pasillo.

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Al igual que los mecanismos que originan la claustrofobia y la agorafobia, la emetofobia no es solo el pavor al vómito, sino que va acompañada de la aversión a los gérmenes y a los lugares carentes de una ruta de escape que puedas utilizar en caso de tener que vomitar o de huir de alguien que lo está haciendo. Las montañas rusas están prohibidas. La ingesta de pescado debe limitarse, ya que conviene reducir al mínimo las posibilidades de ponerse malo con alimentos potencialmente "peligrosos". Sufrirás ataques de pánico y cualquier atisbo de náusea que tengas hará que termines acostado en posición fetal, temblando tan intensamente que se oirán tus tobillos entrechocar.

La emetofobia es una fobia obsesiva caracterizada por supersticiones, rutinas y hábitos evasivos. Quien la padece suele evitar todo lo remotamente vinculado con el acto de vomitar. Cuando estaba en el segundo año escolar, a un compañero no le dio tiempo a llegar al baño y terminó vomitando en clase. Inmediatamente lo asocié a los cartones de leche que nos habían dado por la mañana, por lo que nunca más he vuelto a tocar la leche. Esa fue una de tantas anécdotas que marcaron mi vida e impusieron una serie de hábitos evasivos.

Al final de mi etapa escolar, busqué en internet alguna explicación para mi miedo a vomitar y fue entonces cuando supe que era, hasta cierto punto, emetofóbico. Recuerdo que por aquella época mi madre me contaba que mi tía estaba recibiendo quimioterapia y que se "ponía nerviosa porque no le gustaba nada tener náuseas". Ella sigue siendo la única persona que conozco con este miedo. Entre los personajes famosos que se han declarado emetofóbicos quizá el más destacado sea Charlie Brooker. También Joan Baez y Cameron Diaz tienen esta fobia y, según dicen, incluso James Dean la teme al vómito.

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Cuando intento hablar de mi fobia con la gente, las respuestas suelen ser: "Bueno, a nadie le gusta sentir náuseas" (ver: 2 Girls 1 Cup). También suelen decir: "No te vas a morir por vomitar" (ver: causas de muerte de John Bonham y Jimi Hendrix).

Hay cierto aspecto funesto en la emetofobia comparado con, digamos, el miedo a los chicles. La náusea refuerza la idea de que no tienes un cuerpo, sino que eres un cuerpo que puede vomitar en cualquier momento. Todo se reduce a una desconfianza irracional hacia tu propio cuerpo y al miedo de perder el control.

Como la mayoría de los trastornos de ansiedad, las fobias no se pueden "curar" mágicamente, pero sí es posible mitigar sus efectos con tratamientos como tratamiento cognitivo-conductual y, a menudo, medicación. Por lo general, a los emetofóbicos se les prescriben medicamentos por considerarse que su trastorno suele ir acompañado de otros como la agorafobia, el TOC y la depresión. Además, debido a nuestra reticencia a tomar fármacos por los efectos secundarios, también tomamos antieméticos.

Hay cosas que se pueden hacer para mejorar la calidad de vida y romper esas barreras conductuales que podrían dificultar la tarea de encontrar trabajo o formar una familia, como la hipnosis, por ejemplo. En mi caso, mi visión cambió por completo a raíz de un acontecimiento. Durante la adolescencia me convertí en un obseso de los gérmenes: me lavaba las manos 25 veces al día y tocaba los timbres con la manga. Tal era mi obsesión que no solo conseguí evitar vomitar, sino también enfermarme. En aquella época, un simple escozor en la garganta podía sacarme de quicio. Había conseguido olvidarme por completo de lo que era sentir náuseas.

Pero un día, a los 15 años, sufrí mi primera náusea en años. Reconocí de inmediato los síntomas: sensación de calor, dolor de estómago y boca seca. Sin embargo, de alguna forma me las arreglé para no vomitar a base de eructos. Desde entonces he tenido episodios similares y han sido una gran experiencia, porque son la prueba de que aún tengo algo de control.

Soy consciente de lo raro que suena para quien no sufre ninguna fobia, pero esa clase de confrontación fue la mejor manera de controlar mi miedo. Si una experiencia concreta provoca en ti un miedo irracional por algo, lo lógico es que otra experiencia positiva neutralice o alivie ese miedo. La terapia de exposición es una herramienta que se aplica de distintas formas en función de la gravedad del trastorno. También existen programas para aprender a relajarse y gestionar la naturaleza de los ataques de ansiedad para que los pacientes entiendan que vomitar no provoca la muerte.

Por suerte mis amigos no vomitan mucho y cuando lo hacen, resulta reconfortante saber que se enfrentan a ello con toda racionalidad. La semana pasada me tiré en el sofá de un amigo y vi que había una cubeta llena de vómito justo al lado. "Lo siento", dijo mientras se lo llevaba a la cocina y lo tiraba. La volvió a dejar a mi lado por si yo la necesitaba. Y así fue, pero no para vomitar, sino para recordarme a mí mismo lo lejos que he llegado.

Me siento afortunado por lograr admitir que las fobias son de origen psicológico y no físico, y que además pueden tratarse. En cualquier caso, lo mejor es no quedarse con el estigma e ir al médico. Seguramente no quieres hablar de tu fobia con tus amigos, pero sin duda debes contárselo a tu médico. Nadie merece una vida sin salmón ahumado.