FYI.

This story is over 5 years old.

Noticias

Los chicos perdidos: una escuela de Ayotzinapa se enfrenta a la desaparición de 43 estudiantes

Fundada en 1926, la escuela Ayotzinapa es uno de los pocos colegios rurales de maestros que aún operan en México. Viajamos hasta aquí para intentar comprender uno de los capítulos más oscuros de la historia reciente de Latinoamérica.

Las aulas de un edificio de dos pisos en la Escuela Normal Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa ahora son dormitorios en los que los parientes de un grupo de estudiantes desaparecidos –jóvenes entre los 18 y 25 años que fueron secuestrados y asesinados por la policía local, según las autoridades federales– duermen y esperan el regreso de sus seres queridos. Nunca había paseado por un campus tan deprimente como este. Era un día terriblemente soleado en las montañas de Guerrero, México, y Uriel Gómez, un estudiante de segundo año de esta universidad de profesores, me condujo, junto a un equipo de camarógrafos, a través de una sección de edificios sumidos en la tristeza. Viajamos hasta aquí para intentar entender por qué las fuerzas de seguridad del Estado arremetieron contra estos estudiantes tan ferozmente.

Publicidad

La cancha cubierta de baloncesto sirve de cocina comunal y centro de donación. Los residentes temporales comen aquí y reciben camiones cargados de alimentos enlatados que envían ciudadanos y grupos de extranjeros.

Los dormitorios para estudiantes de primer año se encuentran en una fila de estructuras construidas bajo la plaza central de la escuela. Durante nuestra visita a finales de octubre, Gómez, de voz suave pero segura, nos mostró muchos de estos cuartos, vacíos sin sus residentes desde septiembre 26, cuando la policía municipal actuó bajo las órdenes del alcalde de Iguala, Guerrero, y los secuestró. Las autoridades federales dicen que un grupo de 43 estudiantes fueron entregados a miembros de un cartel llamado Guerreros Unidos, que luego los mató y, posiblemente, incineró a algunos en una ejecución colectiva.

En la escuela, los chicos desaparecidos dormían en mantas sobre el suelo. Sus bolsas de comida procesada aún permanecen en el suelo. No hay seguro en la puerta, no hay aire acondicionado, ni siquiera una ventana.

"Así es como vivimos el primer año. Todos pasamos por aquí", dice Gómez. "Todo lo que pedimos es una mejor educación, un mejor lugar. Pedimos camas, colchones, uniformes, y lo único que conseguimos son barreras".

Fundada en 1926, la escuela Ayotzinapa –o Ayotzi, como es llamada de manera afectuosa– es uno de los pocos colegios rurales masculinos de maestros que aún operan en México, y que son groseramente ignorados por las autoridades federales y estatales, y a veces enfrenta amenazas directas por parte del gobierno.

Publicidad

Las escuelas surgieron en el ferviente periodo de reconstrucción que siguió a la Revolución Mexicana. Concebidas como lugares para capacitar a los maestros rurales para educar a los hijos de los campesinos mexicanos, sus graduados serían profesores comprometidos con la tierra.

Pero las escuelas normalistas de México han estado en decadencia desde hace años, bajo la presión de que se avecinan reformas educativas federales destinadas a la eficiencia y al aprendizaje técnico, y al constante ataque de los políticos del establecimiento y los jefes sindicales que dicen que las normales son "urticarias" de agentes izquierdistas y guerrilleros.

Se dice como insulto, pero de cierto modo es algo cierto. La Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México formada en 1935, reúne a los líderes estudiantiles de 16 escuelas de todo México, incluyendo la de Ayotzinapa. Uno de los graduados más conocidos de Ayotzinapa, Lucio Cabañas, fue presidente nacional de este grupo cuando estudiaba allí. Cabañas pasaría a formar el Partido de los Pobres, una organización política militante con brazo armado. El grupo secuestraba políticos y operaba una señal de radio sobre una amplia región en Sierra de Atoya.

Hoy en día los estudiantes también creen en la acción directa. A través de su "Comisión de Lucha", por ejemplo, se toman los buses y las casillas de peaje. Con sus rostros enmascarados, los estudiantes de Ayotzinapa cobran un peaje de 50 pesos a cualquier vehículo, sea privado, público o un auto comercial de pasajeros. Vimos cómo lo hicieron un día por unas cuantas horas en la casilla de cobro de Palo Blanco. Algunos conductores a los que me acerqué, dijeron que apoyaban a los estudiantes de Ayotzinapa, pero algunos dijeron que no eran más que vándalos.

Publicidad

Los buses de pasajeros son cruciales, porque cada tanto los estudiantes los secuestran para movilizarse por la zona. Todo esto es hecho sin violencia y con cooperación tácita de los conductores, me explicaron los estudiantes, pero los conductores se quejan de que a veces los retienen contra su voluntad. Los estudiantes también secuestran camiones de comida y la comparten. "Da tanta rabia ver lo que el gobierno hace", dice Gómez mientras me lleva al área de agricultura del campus. "Todos somos hermanos aquí, si alguien no tiene yo le daré. Si alguien come, bueno, todos comemos. Y esas son ideas que encontramos aquí".

Los estudiantes cultivan maíz y crían vacas y cerdos. Mientras Gómez y yo nos acercábamos a las porquerizas en los límites del campus, un grupo de hombres nos silbó y señaló que debíamos volver por donde habíamos venido. Me di cuenta entonces que había un camión estacionado junto al comedor del campus, había sido cargado con cajas de cocteles molotov, preparados en botellas de Coca-Cola. Me recordaron que parte de las razones por las que la élite corrupta de Guerrero detesta Ayotzinapa es porque de hecho la escuela ha sido un nido de guerrillas, o al menos de personas que deciden organizarse contra lo que creen que es la tiranía.

Cabañas, el lider de la guerrilla, fue asesinado por solados mexicanos el 2 de diciembre de 1974. Como explican Gómez y los estudiantes de Ayotzinapa, el gobierno siempre ha tratado de silenciar con violencia represiva a la gente como ellos.

Mientras estuve con Gómez, observando un campo para nada amenazante de flores de cempasúchil, solo pude preguntarme qué carajos estaba pasando al final de las vías detrás de Ayotzinapa. Mi guía asintió ante los hombres y envió una señal para hacerles saber que entendía. De manera calmada y tranquila, se volvió hacia mí y solo dijo: "en este momento están llevando a cabo otra actividad".

Para conocer más, mira el documental Los 43 que faltan: normalistas desaparecidos.