Monjes trapenses intentan salvar la industria agonizante del café en Venezuela
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Monjes trapenses intentan salvar la industria agonizante del café en Venezuela

Cuando el anterior presidente, Hugo Chávez, reguló los precios de los bienes básicos como el café, nacionalizó las tostadoras más grandes y, de este modo, creó varias marcas con acceso preferencial a los granos a un precio que el Gobierno consideró...

El hermano Juan me da un tour por una plantación cafetera mientras le envía un mensaje al lechero. Ordena 20 litros del mercado negro cada día, porque en el aislado monasterio católico romano en las montañas de Mérida, Venezuela, los diez monjes que habitan viven igual que la mayoría de los venezolanos. Cuando hay escasez, y necesitan algo sin hacer tanto lío, recurren a las personas indicadas.

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Hasta hace poco, Juan y los monjes eran las personas indicadas en cuanto al café. Encontré su café en un mercado en Mérida durante un periodo de escasez en el que estuvo disponible casi todo, salvo lo indispensable. Pagué 135 Bolívares Fuertes (BsF) —aproximadamente US $21.25— por ¼ de kilo, mientras que 1 kilo del café subsidiado por el Gobierno cuesta 7 BsF (alrededor de US $1.10), claro, cuando hay. Como residentes de un país que alguna vez exportó café, como Colombia, Costa Rica y Tanzania, los monjes del Monasterio Trapista intentar seguir comprando, cultivando, tostando, empaquetando y vendiendo granos de café venezolanos de buena calidad mientras la producción doméstica se desploma.

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Cuando el anterior presidente, Hugo Chávez, reguló los precios de los bienes básicos como el café, nacionalizó las tostadoras más grandes y, de este modo, creó varias marcas con acceso preferencial a los granos a un precio que el Gobierno consideró justo. Muchos campesinos vendieron (a no buenos precios) sus tierras al Gobierno y, como resultado, pararon su trabajo y se retiraron de esta rama de la producción. Productores de pequeña escala, como los mojes, están protegidos de la nacionalización porque se consideran productores artesanales, pero, por lo general, tienen que competir con los precios gubernamentales que reflejan una absurda idea de cuánto cuesta cultivar café.

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«El gobierno dice que el café verde debe costar 150 Bolívares por kilo», dice Juan, «pero nosotros se lo compramos a nuestros vecinos por 170. Pero eso no importa —no nos es permitido cobrar al consumidor 20 Bolívares más por kilo por esta razón—». El alto precio de su café se debe a la fuerza de trabajo comprada para la cosecha y el tostado (contratan gente local para que les ayuden), el empaque que viene de Colombia y la distribución. Los monjes cultivan el 10 por ciento del café verde que venden y compran el otro 90 por ciento de los campesinos vecinos para tostarlo y empaquetarlo bajo el sello de Café del Monasterio.

Como los demás trapistas en monasterios trapistas en todo el mundo, los monjes dedican de cuatro a ocho horas diarias de trabajo en una actividad laboriosa que los mantenga activos. La famosa cerveza belga Chimay es elaborada por monjes trapistas al sur de Bélgica; el queso Munster fue creado en los monasterios trapistas de Munster, Francia; y a unas horas en coche de Mérida, cerca de la ciudad de Barquisimeto, una comunidad de monjas trapistas baten pasta seca.

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Pero en el Monasterio Trapense, cada mes, se complica la producción.

«Hemos salido a recoger granos las últimas seis semanas», me dice Juan. «Antes de eso, estábamos trabajando sólo al 20 por ciento de nuestra capacidad. No podemos encontrar suficientes granos, los que les compramos a los otros campesinos».

Para su desgracia, las plantaciones de café en esta región de los Andes sufrieron la invasión de brocas de café (Hypothenemus hampei), un insecto que destruye las plantas y que es difícil de detener o prevenir sin pesticidas que no están disponibles en Venezuela.

El año pasado, el Monasterio Trapense fue invadido por el insecto y recurrieron a un amigo suyo de AgroPatria, una compañía agroquímica del estado, para pedirle ayuda. Después de varias semanas, recibieron las sustancias químicas que necesitaban, pero después de aplicarlas, dice Juan, «nos dimos cuenta de que era como agua».

Henry Araque, un campesino local que trabaja con los monjes, dice, «cada cierto número de años, cuando cultivas café, se supone que debes tener un año de colchón. Supuestamente este sería nuestro año de colchón, pero estamos en números negativos».

El café ha sido el pan con mantequilla del monasterio por 18 años. Los monjes, preocupados por la situación que se deteriora, recurrieron a varias agencias del gobierno venezolano para pedir ayuda para encontrar granos.

«Fuimos a la oficina del Ministerio de Agricultura en Mérida y les hablamos de nuestra situación. Nos dieron el número telefónico de un depósito en Trujillo que debía tener granos verdes», dice Juan.

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«Fuimos a la fábrica y sólo había un grupo de personas empaquetando granos nicaragüenses de grado B. No podemos vender eso como si fuera café gourmet».

Juan dice que cuando le contaron lo sucedido al Ministerio de Agricultura, éste les recomendó, entonces, buscar granos en el mercado negro. Una cosa es comprar leche bajo la mesa, pero comprar y vender granos ilegales representa un gran riesgo.

«Y les dijimos, '¿Se dan cuenta de que si hacemos lo que nos recomiendan nos pueden arrestar?'», dice Juan.

Otro golpe a los productores de pequeña escala fue la prohibición de Nicolás Maduro de exportar café venezolano en agosto del año pasado. Lo anterior obliga a todos a competir con el estado bajo el control del mismo estado o a vender ilegalmente el café a Colombia para que lo vendan como café colombiano.

Antes de la prohibición de exportaciones de café, el Monasterio Trapense solía expedir 150 kilos de café por semana para venderlos en Estados Unidos —y todavía lograron exportar algo después de prohibición, pero no duró mucho—. Cuando el barco que llevaba su última carga zarpó del puerto, fueron contactados por la Guardia Nacional. Les dijeron que hasta allí llegaban. El café no dejaría Venezuela.

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«No podemos exportar café. Ya no hay exportaciones venezolanas», dice Juan.

Por primera vez, parece que Venezuela importará más café de lo que es capaz de producir. La mayoría de los granos extranjeros vienen de Nicaragua a cambio de petróleo barato vía el programa Petrocaribe de Venezuela.

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Juan dice que cuando otros productores de pequeña escala no pueden conseguir los granos que necesitan, algunos optan por usar rellenos bizarros. «Hay productores que diluyen el café tostado con maíz porque se cobra por peso», dice. Rehusándose a sucumbir ante tales medidas, los monjes están tratando de solicitar al Gobierno ayuda para conseguir granos venezolanos de calidad.

Cuando volví al mercado en Mérida una semana después, encontré a un vendedor con una bolsa de ¼ de kilo de Café del Monasterio. Cuando pregunté por el precio, me dijo que no podía venderlo. No había tenido contacto con los comerciantes de café y no sabía si pedirían más dinero por él.