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Cultură

Un caleño escribe sobre lo jarto que es ser oficinista en Bogotá

Antonio lleva más de la mitad de su vida en Bogotá y eso se nota en su nueva novela, una historia metida dentro de una atmósfera profundamente rola. Su protagonista es un hombre que se levanta con los pies excesivamente grandes.

Foto: Santiago Mesa

Jorge se despierta por la tarde, tras una siesta larga después de su turno de doce horas en un call center: de seis de la tarde a seis de la mañana. Se baña, se viste y, cuando trata de ponerse los zapatos, ve que no le entran. Se sorprende: antes de dormir le cabían perfectamente. Sus pies no parecen hinchados y no hay razón por la que sus zapatos se hayan encogido en apenas unas horas. Resignado, perplejo, va a comprar unos nuevos. A sus pies, que nada parecen tener de raro, sólo les sirven unas cuatro tallas más grandes que de costumbre.

Con esa escena arranca Declive, la más reciente novela del escritor caleño Antonio García Ángel. Antonio lleva más de la mitad de su vida en Bogotá y eso se nota en su última novela, una historia metida dentro de una atmósfera profundamente rola. Con la premisa casi fantástica de los pies gigantes, y con todo el peso de una Bogotá que transmite angustia y soledad, el escritor conduce a Jorge, su personaje, por una vida poco espectacular. A fuerza de conversaciones y escenas sencillas, Declive describe los dramas sencillos de un oficinista de clase media.

"Es la vida de un tipo cualquiera. A cualquiera le podrían crecer los pies, ¿no?", me preguntó Antonio, cuando lo entrevisté en su apartamento, cerca a la calle 39, uno de los caminos que recorre con frecuencia el protagonista de la historia. Declive es su quinto libro, su tercera novela, que llega diez años después de que, gracias a una beca, Mario Vargas Llosa lo apadrinara para escribir Recursos Humanos, otra historia de oficinistas. En 2007, Antonio fue escogido como uno de los 39 escritores menores de 39 años más representativos de latinoamérica, en el marco de "Bogotá, capital mundial del libro".

Hablé con él sobre Declive, que ya está en librerías y será presentado el miércoles 31 de agosto en Casa Ensamble.

Usted es caleño. ¿Hace cuánto vive en Bogotá? Hace mucho tiempo. Llegué acá en el 91. Creo que he vivido más acá que allá. Lo pregunto porque Declive es una novela muy rola. ¿Cómo cree que la lee alguien de otra ciudad que no esté familiarizado con el movimiento de la capital? Me da la impresión de que hay ciertas cosas de la ciudad que quien creció aquí para siempre se le vuelven muy naturales. Cuando uno llega de otra parte, tiene el impacto de la primera vez. Y creo que esa sensación de ver las cosas por primera vez hay que transmitirla cuando estás contando la ciudad. Hacer el ejercicio de mirar por primera vez lugares que has recontramirado al punto de volverse casi invisibles. Por otro lado, siento que Bogotá no tiene unos productos emblemáticos referenciados en productos artísticos o culturales. No como el Central Park en Nueva York o la Torre Eiffel en París. Así vos seas en Mondomo, Cauca, seguro se ha quedado en tu memoria, a fuerza de tanto verlo, como algo medianamente familiar. Esos lugares basta mencionarlos.


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En Bogotá no están tan claros esos referentes, menos a nivel mundial. No tanto. Hay ciertos lugares que tienen alguna carta de identidad pero eso todavía es borroso. No tenemos esa tradición de literatura urbana geolocalizada. Entonces si vas a escribir sobre Bogotá te toca amoblar el espacio. Si le escribís a alguien de afuera "se fue al Transmilenio", esa palabra es demasiado opaca. Un Transmilenio, que para todo el mundo acá es normal, para un lector de afuera puede sonar a ciencia ficción. ¿Qué demonios es un Transmilenio? Entonces, si tenés un personaje peatón, que gasta suela de zapatos, te toca mostrar esos trayectos, esos recorridos, ponerles árboles, casas y asfalto y colores y sonidos. Para que se sienta. La ciudad tiene que pesar. ¿Se siente identificado con ese personaje peatón? No me falta calle. Fijate que en la universidad trabajé como asistente de dirección en unos documentales que hacía un profesor sobre tres calles de Bogotá. De alguna manera me familiaricé con ese proceso de investigar las calles y de meterme en las calles. Soy muy de tomar fotos, de llevar grabadora, de grabar sonidos, hago videítos. Muy a lo reportero. Además de Literatura, usted estudió Periodismo. ¿Ha sido buen complemento a la hora de investigar para sus novelas o cuentos? Yo no me impongo el límite de que uno no pueda inventar, pero a veces no me tengo la confianza para pintar y describir lugares desde el escritorio. Me da como miedo falsearlos. En la novela, por ejemplo, está el call center. Entonces, si alguien que trabaja en un call center lee tu libro y no siente que eso es falso, pues lo hiciste bien. Y el único procedimiento para lograr eso es ir a esos lugares, acercarse, hablar con gente y ver cómo es. El decorado es muy importante.
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Declive arranca con una escena medio kafkiana. Jorge, el protagonista, se despierta de una siesta y calza cuatro tallas más. Su reacción es muy racional: pide una cita a la EPS. Eso tiene que ver con la naturaleza del personaje. El tipo de personaje, por su formación como enfermero, impedía que tuviera una aproximación más naive al crecimiento de pies. Por otro lado, tenía la premisa de que los personajes no se entregaran kafkiana o cortazarianamente a algún episodio así. El referente es un cuento de Cortázar que se llama Las manos. A un man le empiezan a crecer las manos de manera monstruosa y al final el tipo es tratando de meterlas a la fuerza en un taxi. Pero él no se pone a pensar en por qué le pasa eso sino que dice como "mierda, me crecieron las manos, pues que encarte". Otra cosa con la naturaleza del personaje es que Jorge, a diferencia de lo que hacen algunos escritores, no es culto ni calcado de la imagen de intelectual. El man es un oficinista. Me parece muy refrescante de mí mismo poder escapar a otras psiques más alejadas, hacia otros oficios. Meterme en otros mundos me parece bueno. A veces un no es muy pesado para uno mismo, estar soportándote 24 horas al día. El ejercicio de la escritura te permite zarpar a realidades más lejanas, así sean agobiantes. En esa medida, he procurado hacerlo la mayoría de las veces con realidades que son más ajenas de mí. Una de mis motivaciones es aprender. La novela transmite una angustia con la que se identifica mucho más fácil la gente. No es el personaje de escritor agobiado, con personalidad autodestructiva, con un bloqueo creativo. Este es un tipo que se enfrenta al transporte público, al despelote de las EPS, a trabajar un turno de noche en un call center, al papá aburrido en un asilo. Sí, uno suele encontrar personajes que están agobiados porque no han podido escribir su novela. Pero si el lector no escribe novelas es muy difícil que haya empatía. Si vos, como lector, sos contador público juramentado u odontólogo, puede ser muy lejano ese trauma del señor que no puede sentarse a redactar unos párrafos. Las que pasan en Declive son un tipo de cosas más mundanas. Tienen más conexión con la vida práctica.
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Hay algo en la novela que me causa curiosidad. A protagonista le crecen un montón los pies sin razón aparente. Y sí va al médico y eso, pero se distrae muy fácil con otras cosas. ¿No debería dedicarle más tiempo a su angustia principal, la de los pies? Yo siento que es una dinámica en la que tienes que seguir viviendo. Él está metido dentro de una rueda grande que está dando vueltas y no puede parar. También me parece que cuando se sienta a ver esa película de zombis con esa pelada ahí al lado es el típico momento similar a cuando los nazis están bailando vals en el búnker faltando horas para que Hitler se suicide. Están a instantes de que la guerra se termine y ese momento es una suerte de evasión. El tipo por momentos necesita abstraerse un poco de lo que se le está viniendo encima. Eso es lo que los diferencia de los personajes de Cortázar, que se entregan con absoluta mansedad al fenómeno extraño. En esa evasión funciona muy bien el elemento de la televisión. Jorge ve mucha televisión, muy mala, y parece que eso le diera vida. Mirá que es un poco como un hombre sin atributos. Y no tenerlos lo deja en manos de la televisión que es lo más simple. No tiene ni un hobby ni una novia. Además este man tiene una sobrecarga de trabajo, de seis de la tarde a seis de la mañana, en un cubículo incómodo, yo creo que está a punto de quemarse, como un fusible.