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Vice Blog

‘Yo no soy feliz cuando escribo’: una entrevista con Pablo Montoya

Me senté en Barcelona a hablar con Pablo Montoya, cuya novela "Lejos de Roma" será reeditada por Sílaba editores y Ediciones Igitur.

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Mientras hunde la bolsa de manzanilla en la taza, Pablo Montoya habla de su vida nómada. Están los dos –periodista y escritor– en un café en el barrio de Gracia en Barcelona. Montoya viaja mañana a Paris y luego vuela a El Cairo a dar una conferencia sobre literatura latinoamericana. Estoy de gira, dice. Estuvo en Madrid y su paso por Barcelona es breve: apenas dos noches. El motivo: presentar la reedición de Lejos de Roma, novela de 2008 que ahora edita Sílaba editores y Ediciones Igitur (antes lo hacía Alfaguara). La novela, que narra el destierro de Ovidio, el poeta romano, a la ciudad de Tomos por parte del emperador Augusto.

Su rutina ha cambiado desde que se ganó el Premio Rómulo Gallegos en junio de 2015 por su novela Tríptico de la infamia, y el Premio José Donoso por su obra literaria en agosto de este año. Le ha tocado aprender a escribir entre hoteles y aeropuertos. Yo ando viajando mucho, dice él. Lo peor de los premios, como estos, es que no te dan tiempo para escribir. Antes, yo escribía en mi casa, tranquilo. Nadie se ocupaba de mí salvo mis seres queridos. Pero si me preguntas ––le dice a su interlocutor–– que si tienen algunas ventajas los premios, claro que sí. Sobre todo porque ayudan a difundir más los libros. Yo espero que estos premios hagan circular mis libros.

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Pablo Montoya no es un bestseller. Y dice que ya no le preocupa eso. Desde 1996, cuando empezó a publicar, tuvo más o menos clara la idea de la literatura que quería proponer. Mis personajes, dice, son personajes que están buscando la belleza. Están buscando el secreto de la creación, de la expresión en medio de situaciones convulsas. Yo siento que mi literatura toca esos temas, entre comillas eruditos o cultos, pero que el lenguaje que utilizo es simple, sencillo. No hay una elucubración que uno diga ¡ay jueputa! ¿Y esto con qué se come?

Aunque sí es cierto que su literatura no es para todos los públicos:

A mí, dice, no me interesa registrar la cultura popular. Como lo hizo García Márquez o el mismo Borges. A mí lo que me interesa es mostrar mi concepción del mundo a partir de unos personajes artistas que han existido en la historia. En sus libros habitan esos personajes: fotógrafos, músicos, poetas. O pintores: como en Tríptico de la infamia.

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"Nuestra tradición es el desamparo", escribe Reinaldo Arenas, y es el epígrafe con el que comienza la segunda parte de la novela Tríptico de la infamia. El libro cuenta, desde los ojos de tres pintores, la matanza de San Bartolomé y el intento fallido de los franceses protestantes por conquistar las tierras de La Florida en Norteamérica. La novela es una pintura en tres partes ––una de factura narrativa, otra más poética y una más ensayística–– sobre ese siglo oscuro que fue el XVI: donde arreciaron las guerras religiosas y la conquista española de América; la violencia y el fundamentalismo. Sintetiza, en los tres casos, la mirada escéptica de muchos europeos que vieron con desconfianza las conquistas de ultramar y la imposición de un único credo.

La novela es una postulación del pasado: se encarga de darle voz a los que fueron en su momento críticos frente a su siglo. (Verdaderos contemporáneos, diría Agamben). Es una denuncia de la sistemática aniquilación del Otro, de las grandes matanzas de indígenas; una denuncia del poder religioso como legitimación de la violencia. Y también es una muestra de que no había que buscar lo salvaje al otro lado del Océano, de que el infierno no solo era la violencia de la espada y la cruz allá (acá); sino que también el infierno eran esas ciudades mezquinas, llenas de horror y estupidez, en las que se mataban unos y otros por tener distintos credos.

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En algún momento François Dubois, uno de los pintores, el más amargo de los tres, se pregunta si esas pinturas que denuncian la mascare de San Bartolomé, por ejemplo, redimirán las almas y expiarán las culpas: si el arte sirve como panfleto contra la injusticia de la historia. Él cree que no. El verdadero artista, escribe Dubois, siempre es ajeno a esas contingencias y logra salir adelante cuando enfrenta los enigmas de la belleza y su equilibrio.

Más allá de las tinieblas no hay fulgor. Solo más tinieblas, y el inmenso terreno del desamparo, escribe Montoya en boca de su personaje artista.

A mí, dice, no me interesa registrar la cultura popular. Como lo hizo García Márquez o el mismo Borges. A mí lo que me interesa es mostrar mi concepción del mundo a partir de unos personajes artistas que han existido en la historia.

El escritor dice que le criticaron mucho esa alusión al desamparo en el epígrafe de Reinaldo Arenas (y que también está en el discurso de aceptación del Rómulo Gallegos). Pero que para él, la escritura se hace desde un lugar periférico. Así tengas el Premio Nobel de Literatura, dice, yo para escribir necesito eso: sentirme en un lugar alejado, periférico, marginal frente a los centros de poder. Creo que escribir es habitar un espacio de mucha fragilidad. Pero que en esa misma fragilidad tú vas encontrando la fuerza para encontrar tu obra.

He sido un escritor que durante muchos años estuvo marginado voluntaria o involuntariamente. Me fui para Tunja, viví en Medellín, me fui para París sin ninguna beca ni apoyo económico. Allá viví grandes extremos del desamparo. Es en ese sentido que cito a Reinaldo.

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…hacer el amor en el frío es muy rico pero también es muy duro…

Eso dice Montoya mientras habla de Tunja y de la novela que está escribiendo. Se trata de un libro mucho más autobiográfico. Una novela que toca su experiencia como estudiante de música en la capital boyacense. Montoya vivió allá durante 12 años. A mí me tocó una Tunja muy difícil. No había agua. Hacía mucho frío. Era una ciudad donde no había culturalmente casi nada. Muy inhóspita. Pero allí encontré grandes amigos. Y encontré todo el tiempo que necesitaba para leer, dice el escritor.

…el calor del orgasmo te dura un segundito…

A Tunja llegó a finales de 1983 después de haber hecho cuatro semestres de medicina en Medellín. A pesar de haber nacido en Barrancabermeja, 1963, su familia era paisa. Y dice que le gustaba mucho leer y escribir. Pero retirarme de la medicina para ser escritor habría sido una locura, porque en Medellín no había nada de eso. Mientras que retirarme de la medicina para ser músico eso sí me parecía más pertinente. En Tunja había una escuela que recibía músicos tardíos y esa fue mi excusa para salirse de medicina. La excusa para irme de mi casa. De Medellín. Y la excusa para romper esos 'diques familiares' tan asfixiantes de una familia católica y conservadora que me reprochó esa decisión hasta muchos años después. En Tunja hice estudios de Filosofía y Letras a distancia en la Universidad Santo Tomás. En Tunja se consolidó mi aprendizaje de la literatura. En Tunja publiqué mis primeros cuentos. Gané mis primeros premios.

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…después otra vez el frío…

La escuela de música ––título tentativo–– retoma el viejo tema de sus novelas: artistas en medio de una sociedad conflictiva. Dice que la novela cuenta justamente los proyectos de una generación fallida. Que querían ser músicos, compositores y de ahí no salió nada. Los protagonistas son jóvenes estudiantes de música que sueñan con convertirse en grandes compositores mientras la violencia del país les llega como un eco: mientras llegan estelas de masacres, de bombas y de injusticias. Todos nos creíamos genios, ¡y ninguno era nada! Éramos muchachos aplastados por la hijueputa violencia. Queriendo aprender en medio de ese país fallido y cruel. La novela es eso: muestra cómo un joven que va de Medellín a estudiar música a Tunja encuentra su vocación como escritor.

…entonces yo peleaba mucho con Tunja, sentía que Tunja era una condena…

La idea de la novela nació en Tunja pero no cuajó. Volvió a aparecer en los años de París pero tampoco. Montoya llegó a la "Ciudad Luz" en un día gris de agosto. Vio el cielo y sintió cómo se le revolvían las tripas. Tenía 30 años. Llegó a estudiar una maestría en literatura. Sabía que era imposible vivir de la escritura. Entonces decidió que iba a ser profesor universitario, que se iba a forjar unas condiciones mentales y materiales para poder escribir y eso hice: a los 30 años me fui para París y estuve 3 años sobreviviendo. Cuando logré sacar la cabeza dejé la flauta, la archivé y me dediqué a escribir. Había acabado la maestría y estaba haciendo el doctorado. Entonces fue que me empecé a asumir como escritor. Yo metí la cabeza en Francia y le abrí mi universo literario a esa cultura. Por afinidades decidí meterme por ahí. Yo sí hice mi cursito de literatura francesa del siglo XX: los estudie, los leí. Y dejé que todo eso entrara en mi escritura.

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…y también la quiero mucho porque de Tunja es mi primera hija. Le debo mucho…

En París estuvo nueve años. Una vez acabado el doctorado, Montoya pensó en devolverse a Colombia: la idea de ser escritor y al mismo tiempo profesor no es bien vista en el país galo. Pasó su hoja de vida y lo contrataron en la Universidad de Antioquia. Allá da clases de literatura desde el 2002. Fue en Medellín donde empezó su producción novelística. Ha publicado cuatro. La escuela de música sería la quinta.

…espero que no se pongan bravos con la manera en que estoy recreando la ciudad….

4

Yo creo que el panorama literario en Colombia ––dice Montoya mientras se sorbe su infusión de manzanilla–– es muy vital. Evidentemente prevalecen unos géneros: la novela de crimen, la novela negra, de testimonio, periodística. Eso es lo que está atrayendo la atención de los lectores. Pero hay un mapa poético, ensayístico, cuentístico, además del novelístico, muy importante. Y para poder hablar de esa literatura en Latinoamérica hay que mirar todas esas expresiones. Unas muy visibles que son las que ya conocemos. Las que son traducidas y se venden. Y otra que es más subterránea.

Hay unos escritores jóvenes, dice Montoya, espigado y casi enjuto, que están apuntándole a esta renovación de la poesía, del cuento, del ensayo, pero no podría decir un nombre porque hay que esperar. Son personas muy jóvenes que tienen 30, que tienen mucho talento. Y yo creo que ellos dirán de que hablar más tarde. Quiénes te han asombrado, le pregunta el periodista casi impertinente, qué nombres.

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Juan Cárdenas es el que más me ha interesado de toda la nueva camada. Que tiene una novela que me pareció muy interesante: Los Estratos. Hay otro muy talentoso que también registra los asuntos de la violencia colombiana que se llama Daniel Ferreira. A nivel del ensayo hay un escritor joven, Santiago Espinosa, que escribió Escribir en la niebla, un libro de ensayos sobre poesía colombiana, que está muy bien escrito. Y espero de él mucho.

Yo leo mucho a los poetas, dice Montoya mientras se pasa la mano por su cabeza y se rastrilla los pelos cortos, y ahí veo voces interesantes como la de Lucía Estrada, como la Yenny Leon, como la de Freddy Yesid. David Marín. Pero bueno, hay que esperar. Hay que esperar.


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Yo no se lo deseo a cualquier persona, dice Pablo Montoya. Dice que no a cualquiera le desea que se ponga a escribir: la tortura y la dificultad son impresionantes. Yo no estoy feliz cuando me siento a escribir, dice. A veces me siento el ser más miserable, me siento cansado, siento que es inútil que eso para qué, que qué sentido tiene. Todas esas preguntas me las sigo haciendo. Claro, tengo una etiqueta de escritor premiado, que tiene libros publicados y que hace pensar a la gente que yo hago el oficio relativamente bien. No. Cada vez que me siento a escribir tengo muchas dificultades. Sobre todo cuando empiezo a escribir un libro.

El periodista le acaba de preguntar por su relación con la escritura porque hace poco la poeta Fátima Vélez escribía sobre eso: sobre el dolor y el placer de la escritura. Y Montoya dice que sí que con Fátima sí comparto que hay una faceta en la escritura de goce, por supuesto. Que en mi caso ese goce de la escritura tiene que ver sobre todo con labores de corrección. Que la escritura es más que todo re escritura.

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Sé que hay gente que escribe dichoso rascándose las güevas. Y que cuando escribe se siente muy feliz. Bueno, allá ellos. Pero yo no me siento así. Yo me siento bordeando la dificultad continuamente, por la incapacidad. Y me pregunto por qué estoy escribiendo. Porque no más bien me pongo a sembrar flores.

Yo creo que el panorama literario en Colombia ––dice Montoya mientras se sorbe su infusión de manzanilla–– es muy vital.

Y por qué escribes, le pregunta el periodista, si la dificultad es tan alta, por qué escribir.

No, porque necesito escribir. Necesito. Necesito hacerlo. Porque ya después si no lo hago me siento mal, me siento inútil. Siento que es lo que mejor sé hacer entre lo poquito que hago.

Y dice Montoya que con sus últimos libros, sobre todo las grandes novelas, le ha pasado algo llamativo: acaba su novela, le pone punto final, la manda a la editorial con las correcciones e inmediatamente se enferma. Como si se me cayeran los diques que me protegían contra cualquier enfermedad. Es como si se hubiesen terminado esos mecanismos de defensa que tú levantas contra lo que te podía impedir escribir. El día que yo mande Tríptico de la infamia a la editorial, me pegué una enfermada que no he salido de ella. Una enfermedad digestiva. Jueputa, casi me muero.

–Te tocará volver a escribir otra novela larga…

– Ah, sí. Vamos a ver qué pasa cuando termine esta. No me vaya a dar un infarto o un derrame.

Eso me dice Montoya entre risas.

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A Santiago le gusta encontrar buenas historias de escritores. Aparece por acá.