El otro lado de la Fernandomanía: las amenazas de muerte
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El otro lado de la Fernandomanía: las amenazas de muerte

En 1981, en plena Fernandomanía, el FBI tuvo que resguardar al Toro

Era la noche del miércoles 10 de junio de 1981 en San Luis. Era el punto más alto de la Fernandomanía. Pero esa noche los rostros eran de tensión, y las miradas de suspicacia. Fernando Valenzuela había recibido amenazas de muerte.

Habían sido meses de locura. Fernando, novato de 20 años, llegó como un huracán en su primera temporada completa en las Grandes Ligas. Había ganado sus primeras ocho aperturas seguidas, lanzando completos todos esos juegos, y logrando cinco blanqueadas. Era la gran historia del año. "¡Irreal!", era la única palabra con la que Sports Illustrated acompañaba una gran foto del zurdo mexicano en su portada unas semanas antes.

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La historia empezaba a rebasar lo deportivo. Era una gran figura mexicana en una ciudad como Los Angeles, repleta de inmigrantes mexicanos que todos los días eran discriminados: por su aspecto, por su nacionalidad, por su educación. Y Fernando era como ellos, salido de un pequeño caserío en Sonora, llamado Etchohuaquila. De aspecto rechoncho. Pelo largo y arrebatado, apenas contenido por la gorra. Sin un gramo de conocimiento de inglés en su ser, y casi de indígena mayo en su apariencia. Pero Valenzuela estaba arrollando. Era el mexicano que ponía a Estados Unidos a sus pies, en su propia casa. Era Santa Anna en el Alamo. Era Pancho Villa en Columbus.

Estados Unidos era un país donde había una cultura racista subyacente, durmiente, que se manifestaba de formas sutiles. Las minorías podían sobresalir, pero no podían pavonearse. Debían conservar una actitud sumisa y un perfil bajo. Pero la historia de Valenzuela era difícil de mantenerse en perfil bajo. Las muchachas se brincaban al campo a medio partido para besarlo, y la revista Playgirl lo nominó entre los 10 hombres más sensuales del año.

Por eso, la primera visita de Fernando Valenzuela y los Dodgers a San Luis, en junio de 1981, era de alto riesgo. Se trataba de una de las plazas donde seguían habiendo indicios racistas. Era la ciudad donde otro mexicano, Memo Luna, pitcher de gran talento y velocidad, había sido limitado a solo dos outs en 1954, los únicos dos outs de que constó toda su carrera en Grandes Ligas. Y el Toro estaba programado para lanzar en San Luis el 11 de junio.

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Una llamada telefónica, el miércoles 10, puso a todo San Luis en alerta. Valenzuela tuvo que ser desalojado por una salida privada del Busch Stadium, y escoltado por agentes del FBI. Era una amenaza de muerte, según reportó Mark Heisler del Los Angeles Times. Había hermetismo total. Los Dodgers se negaban a dar información.

Era paradójico que Valenzuela recibiera amenazas ese día. Apenas un día antes de la llamada, el martes 9, el Toro había estado en Washington, como invitado en la Casa Blanca. El motivo era una recepción que le hacía el presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, a su homólogo mexicano, José López Portillo. El ambiente fue festivo. Valenzuela, la gran estrella de la noche e impecablemente vestido, se abrazó con todos, sonrió. El embajador estadounidense en México sirvió como su traductor. Nadie imaginaba lo que se estaba gestando en San Luis.

De la fiesta al miedo. Un par de días antes había estado perfectamente cuidado por el Servicio Secreto en el edificio más seguro de Estados Unidos, y ahora tenía que ser desalojado por la puerta de atrás del Busch Stadium.

La habitación y las instalaciones del hotel en que se hospedaban Valenzuela y los Dodgers tuvieron que ser revisados por la policía. Una custodia de seis hombres entre agentes del FBI y policías de San Luis encubiertos se encargaron de acompañar a Valenzuela a todas partes.

A pesar del caos, Fernando acudió la noche del jueves a su cita con la loma. En un partido igual de raro que todo lo que había pasado desde que se conoció la amenaza, el Toro perdió el juego en el mismo primer inning. Con dos outs, dio base por bolas a Keith Hernández, y luego George Hendrick pegó un hit al jardín derecho. Era un sencillo ordinario, pero el jardinero derecho de los Dodgers, Pedro Guerrero, decidió atacar la bola en vez de esperar, y se le pasó. Los corredores volaron por las bases y el sencillo se convirtió en jonrón dentro del campo. Entraron las dos únicas carreras que permitió Valenzuela en su labor de 7 innings donde llegó a retirar a 12 en fila. Solo le pegaron 3 hits y ponchó a 9.

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Ese día, igual que el anterior, la seguridad estaba en máxima alerta alrededor del Toro. Luego de que el Los Angeles Times revelara la noticia de la amenaza, ese día la prensa buscaba la información por todos lados para conocer el riesgo sobre Valenzuela.

El jefe del departamento de policía de San Luis, Eugene Camp, confirmó el jueves la amenaza, según el diario Post Dispatch de San Luis. Camp informó que la tarde del miércoles llegaron a su oficina agentes del FBI para solicitarle elementos de apoyo para resguardar a Fernando Valenzuela, aunque aseguró que los agentes federales no le dieron mayores detalles. Un acomodador confirmó al mismo diario que había dos elementos del FBI en el palco de prensa, mientras que el Los Angeles Times reportó que la puerta del clubhouse de los Dodgers estaba resguardada por dos elementos vestidos de civil que se negaron a informar si eran agentes policiales. El FBI, mientras tanto, se negaba a ofrecer cualquier tipo de información.

Después del partido, Fernando Valenzuela se presentó a la conferencia de prensa para responder preguntas de los reporteros.

Mark Heisler, el reportero del Los Angeles Times que había dado la exclusiva, fue insistente sobre el tema y, a través de la traducción de Jaime Jarrín, cuestionó al Toro sobre la amenaza.

"No sé nada de eso", eludió Valenzuela. "No se de dónde sacaste esa información".

"¿No es verdad?", insistió Heisler.

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"No es verdad", reiteró Valenzuela con un tono de molestia. "¿De dónde sacaste la información? Puede afectar a mi familia".

"¿Es verdad que te fuiste temprano del estadio anoche (noche del miércoles)?", cuestionó el reportero del Los Angeles Times.

"Tenía que lanzar hoy", explicó Valenzuela. "Por eso me salí antes".

"¿Ibas escoltado por el FBI?", insistió Heisler.

"Sin comentarios", zanjó el Toro. Y en ese momento, el jefe de medios de los Dodgers, Toby Zwikel, intervino y advirtió que Valenzuela solo hablaría de beisbol.

La conferencia de prensa donde Fernando Valenzuela declinó hablar de las amenazas de muerte

El mismo Mark Heisler reportó el 12 de junio de 1981, en su nota en el Los Angeles Times, que efectivamente, una fuente anónima de los Dodgers le confirmó que Fernando Valenzuela había recibido una amenaza de muerte en San Luis, pero que los Dodgers mantendrían todo con bajo perfil. Al Campanis, el gerente general de los Dodgers, confirmó que se les había pedido no ofrecer ningún tipo de información al respecto.

Valenzuela volvió a salir escoltado por el FBI del estadio, y ese día los Dodgers terminaron su gira por San Luis y volvieron a casa. Solo para ver que la temporada era pausada durante dos meses por una huelga de peloteros. De cierta forma, la huelga enfrió un poco la Fernandomanía, y también las pasiones de quienes no toleraban lo que Valenzuela estaba haciendo.

Cuando la temporada se reanudó, en agosto, rápido le llegó al Toro el compromiso de regresar a San Luis. Estaba programado para volver a lanzar en el Busch Stadium el 22 de agosto, y esta vez el ambiente fue muy distinto. Ya no hubo ningún tipo de amenaza, y Fernando Valenzuela volvió a ser el de inicios de la temporada. Y es que, tras las ocho victorias seguidas con que arrancó el año, Valenzuela había caído en un mal paso. De 8 salidas, solo 2 habían sido de calidad, pues había perdido 4, ganado 1, y había salido sin decisión en 3 más.

Esa tarde, sereno y renovado, Fernando Valenzuela estuvo brutal. Lanzó 8 innings y dos tercios, con 4 hits y ponchando a 12.

Para entonces, la única amenaza venía de su mánager Tom Lasorda. Si Fernando Valenzuela volvía a recaer en su control y se le volvía a quedar alta la recta, advertía Lasorda, el Toro tendría que encontrar otra profesión, quizás como ladrón. No hubo necesidad.