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Cultură

El primer trago

¡De semen!

“¿Nunca has tragado?”

Los tres pares de ojos más incrédulos que haya visto en mi vida se clavaron sobre mí. Penetraron hasta mi alma. En casi 27 años en este planeta, no había ingerido el semen de un hombre ni una sola vez. Soy de esas personas que comparten casi todo y que tienen tendencias sexuales que muchos considerarían perversiones. Sin embargo, eso era algo a lo que nunca le había abierto la compuerta digestiva.

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“No sé” dije, con la mirada caída sobre mi cerveza. “Es como un ostión o algo. La textura me asusta, su espesor. Soy de las que escupen”.

Mis compañeros de mesa estallaron con sus risas. ¿Qué era tan gracioso?

“Está bien” dijo Noah, secándose las lágrimas de sus ojos, “pero lo que te voy a decir va a cambiar tu vida”.

Sirvió un vaso de agua.

“Así” me dijo, llevándose el vaso a sus labios, “te ves cuando estás buscando donde escupir”.

Dio un trago de agua, inclinó su cabeza 45 grados hacia atrás, y abrió su quijada al tiempo que arrugaba la frente con ese asco disimulado. No se veía bien.

Se tragó el agua, me miró seriamente y me dijo: “Ahora imagínate eso con una chica desnuda que corre al baño”.

Todos guardaron silencio un momento antes de que Ainslie gritara: “¡Ésa, amigos, es la razón por la que yo nunca escupo!” y todos estallamos con un paroxismo de risas eufóricas.

Nunca me ha gustado la idea de tragar semen. Y mentiría si dijera que no me gusta llevar la contra sobre el tema. Si un güey espera que me trague su semen, entonces se va a quedar con las ganas. Además, no creo que tragar deba ser una condición necesaria para chupar pitos.

No es que tenga algo en contra del semen. No lo tengo. En mi panza, en mi trasero, en mi vagina, el semen es el mejor accesorio para una persona desnuda. Tampoco tengo nada en contra de tragar. Está bien. Si quieres tragar y lo disfrutas, te deseo una infinidad de brindis hasta el último de tus días.

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Pero después de la humillante imitación que hizo Noah de una chica que escupe, decidí que la siguiente mamada que diera, tragaría. Necesitaba mejorar mis artes fálicas, ¿cierto? Y si podía superar mis miedos saltando en paracaídas desde una montaña en Suiza, ¿qué tan difícil podría ser dar ese pequeño trago de vida?

Pocos días después, estaba metida entre las piernas de mi novio, chupando y rotando con toda mi destreza. Lo único en lo que podía pensar era en tragar. Ya venía. Sabía, por su forma de apretar las nalgas, que estaba cerca, y mi mente enloqueció. ¿Mi reflejo sería escupir cuando esa pasta espesa golpeara el fondo de mi garganta? ¿Debía besarlo después? ¿Esto sería bueno para mi piel o algo?

“¡Ah!” gritó. El líquido cálido se derramó en mi boca. Era la primera vez que los dejaba venirse con mis labios todavía sobre su pito. El momento de la verdad.

Me puse de rodillas e incliné la cabeza hacia atrás. De un solo golpe me tragué todo como si fuera un shot de tequila. Y… todo salió bien. Sabía a… nada. Me sentía… normal. Quizá… ¿mi piel estaba mejor?

Me eché en la cama junto a él y empecé a reír, me imaginaba a Noah haciendo su demostración en el restaurante.

“¿Qué?” Me miró preocupado. “¿Qué es tan gracioso? ¿Qué hice? ¿Pasó algo malo?”

Probablemente no era el mejor momento para reírme. Me giré hacia él y le di un beso, con una sonrisa en la boca.

“No, no eres tú” le volví a dar un beso para tranquilizarlo, “es una historia muy chistosa”.

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***

No he vuelto a tragar desde entonces. No estoy segura de que sea justo ingerir esa cosa hasta que el güey que la está expulsando la haya probado también. O, si estoy enamorada o algo así. Cuando alguna de esas cosas pase, seré la más feliz del mundo ingiriendo su jugo fálico.

Sigue a Kat en Twitter @KatGeorge

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