FYI.

This story is over 5 years old.

Relaciones

Me declaré a mis crushes de la adolescencia para saber qué hubiese pasado

Nunca me atreví a declararme en el momento, así que les escribí el otro día para salir de dudas.
La autora de adolescente. Fotografía cortesía de la autora

Tengo un amigo que siempre me dice que antes de morir quiere preparar un gran fiestón con todas las personas con las que le hubiese gustado intimar. Aquello me parecía una buena idea, ¿pero por qué esperar a morir para hacerlo?

Me gustaba la idea de enterrar una vez por todas aquello que no había podido ser, analizar el por qué, conocer si aquello podría haber tenido futuro. Era una bonita forma de zanjar historias del pasado que nunca se habían cerrado como deberían. Había tantos momentos que seguro que había dejado escapar que no sabía por dónde empezar.

Publicidad

Mi primera frustración amorosa fue en la escuela primaria. Yo era una niña más bien tímida que devoraba los libros de Harry Potter en las escaleras del patio del cole. De fondo, miraba de reojo a Carlos, un chico de mi clase que era del grupo de “los guapos” y que solía ganar todos los rondos de ping-pong que se organizaban en el patio.


MIRA:


Sabía que Carlos nunca se fijaría en una niña gordita y gafotas como yo, así que nunca le dije nada. Me limité a ver cómo le pedía para salir años después a la que hasta entonces fue una de mis pocas amigas. Intenté contactar con Carlos para saber cuál hubiera sido nuestro destino si yo me hubiese declarado a tiempo.

Lo encontré por Instagram y le pedí su número. Le dije que tenía algo importante que contar. No sé qué le pasaría por la cabeza en aquel momento, pero seguro que para nada sería lo que le estaría a punto de pasar. El texto era claro y conciso.

“Hola, Carlos. Soy Alba, la niña que iba a tu clase hace como 15 años y que hace 10 que no ves. Supongo que ya lo sabes porque mis miradas eran tímidas pero indiscretas. Estaba completamente loca por ti pero nunca fui capaz de decírtelo a la cara. Fuiste mi primer amor disimulado, aquel que siempre recordaré. No me sentía suficientemente empoderada como para decirte lo que sentía, yo era la cuatro ojos de la clase, la “albóndiga” gordita, la Betty la fea… Ahora he decidido, con un par de ovarios, contactar con aquella gente que me había gustado en el pasado para saber si habría tenido alguna posibilidad“.

Publicidad

El muy cabrón me contestó:

"Hola, Alba. Después de tanto tiempo sin vernos, se me hace un poco raro. La verdad es que sí que notaba que te gustaba, era muy evidente, pero en esa época yo me fijaba en otras tías. No sabía que te había marcado tanto. Antes no me atraías físicamente, pero ahora estás muy cambiada. Si quieres podemos quedar algún día para tomar algo".

Alguien que solo se guiaba por el físico no merecía siquiera una respuesta. Borré automáticamente el chat con rabia, no sin antes haber hecho un pantallazo. Me repugna haber estado enamorada alguna vez de un pavo tan superficial, con un discurso de machito tan asqueroso. Por desgracia, aún quedan tíos así.

El siguiente candidato sí merecía la pena, y estaba segura de ello. Era un chico del instituto que siempre me hizo tilín, pero que creo que me acabó odiando por pesada. De hecho, cuando acabó el bachiller estudió Publicidad y luego Periodismo. Adivinad qué carreras elegí yo y en qué facultad acabé…

Fue realmente por casualidad, pero la verdad es que cuando me enteré de que le vería seis años más de mi vida, me alegré un montón. Pero entonces él se echó novia en la uni y, de hecho, recientemente se ha casado con ella —vamos, de estas parejas eternas que piensas que solo existen en las películas de los domingos en Paramount Channel—. Conseguí su número, cogí fuerzas y me declaré.

Su respuesta fue más bien fría y calculada. Me dijo que no sabía qué responderme y que no creía que habría pasado algo distinto si las cosas hubiesen ido de otra forma. Que no era nada personal, que simplemente no tenía interés.

Publicidad

No hay peor ofensa que la indiferencia. Un jarro de agua fría había caído sobre mí después de leer aquel mensaje. ¿Qué esperaba, ilusa de mí? ¿Un “¡Oooh! Qué revelación divina, a mí también me has gustado siempre…”? Sabía que eso no iba a pasar. Pero no sé, algo menos superfluo, con más personalidad. Quizás había idealizado tanto a aquel tipo que nada de lo que hiciera me parecería tan especial como me lo habría imaginado. Me concentré en la siguiente persona que había quedado atascada en mi lista de to do.

La primera chica que me gustó fue Ana, una amiga de una amiga de la universidad. Cuando la conocí me cayó extremadamente mal. Era la tía más borde, barriobajera y basta que había conocido en la vida. Después me di cuenta de que bajo aquel caparazón había una bellísima persona. Su foto de perfil, una de Chenoa en chándal, desvelaba muchos detalles de su personalidad.

Nunca le había dicho nada porque sé perfectamente que no le van las tías. Un chasco que me ahorré. Ahora, años después, estaba dispuesta a confesarle mi amor por ella, a decirle lo que me hubiese gustado que pasara. A ver cómo se lo tomaba.

Ana continuó con su posado chungo de siempre. Su primera reacción fue preguntarme si estaba borracha. Cuando le dije que estaba completamente serena me pidió que no le tomara el pelo y me dijo que ella nunca había sido de chicas. “¿Por qué no te has atrevido a decirme eso en mi cara?”, me reclamó. Luego se empezó a reír y me dijo que aquello había sido una gran revelación para ella. No estaba mal, al menos le había hecho gracia.

Publicidad

Seguí con el recorrido cronológico de mis amores perdidos. Esta vez fue el turno de Alejandro, uno de mis primeros compañeros de curro. Por aquello de “donde tengas la olla no metas…”, pensé que era mala idea enrollarme con él en el trabajo, no estoy segura de que hubiese funcionado entonces, pero ahora lo tenía que intentar.

Esperé un día, dos, tres… No se dignó ni contestar el whatsapp. Quizás no había sido suficiente clara o quizás había sido demasiado directa… No lo sé, pero fuera lo que fuera, eso causó en él una aversión hacia mi persona.

El último de mis amores deseados quizás era con el que más cerca había estado de llegar a algo. Solo un pequeño problemilla: el chico era ocho años menor que yo y cuando nos conocimos era un crío. Nuestro encuentro fue un poco surrealista: nos presentó un amigo en común y por su físico y su forma de pensar realmente creí que tenía mi edad, un par de años menos como mucho. Se dedica profesionalmente al deporte y también es verdad que dicen que los deportistas crecen antes de tiempo.

A pesar de que en su profesión algunos tienen fama de no tener dos dedos de frente, a él lo encontré muy maduro, con las ideas claras, seductor y tierno a la vez. Era distinto a los demás. Los días que me siento sola y triste suelo hablar con él porque sabe cómo animarme. Nunca le había dicho así de claro lo que había sentido por él.

“Sabes que sí, que podría haber pasado porque a mí también me gustas”, me respondió. “Quizás no hemos coincidido los dos igual de libres en el tiempo, no nos han dejado que pasara, pero siempre quedará ahí”.

Quizás con mi yogurín hubiese tenido algún futuro, pero como él bien dice, las circunstancias y el momento no fueron propicios ni dieron pie a ninguna relación.

Este ejercicio me sirvió para aprender a valorar el momento; a veces dejamos escapar oportunidades que están a nuestro alcance. No pasa nada por fracasar, puedes volverte a levantar y no hay que tener miedo a ello. Lo que está claro es que, si no nos atrevemos a hacer algo que realmente queremos, nadie lo va a hacer por nosotros. Y las cosas no vienen dadas.

Suscríbete a nuestra newsletter para recibir nuestro contenido más destacado.