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Drogas

Seguí la rutina del doble campeón de cultivos de marihuana en Colombia

¿Cómo vive uno de los duros de los autocultivos de marihuana en el país?

La primera vez que Shefrito me recibió en su casa vestía una camiseta blanca, ajustada, con un estampado de una mata de marihuana. Lo había esperado durante 20 minutos en la esquina de una calle llena de talleres mecánicos en el barrio 7 de Agosto.

—Me estaba bañando: me regué un bulto de tierra encima y me volví mierda —me dijo apenas abrió la puerta.

Entramos por un garaje desordenado donde estaba parqueado un Daewoo Nubira verde. Alrededor del carro había regados materiales de cultivo y una pila de periódicos con flores de cannabis en la portada. Subimos por unas escaleras alfombradas hacia el segundo piso, por donde cuatro gatos iban y venían alborotados. Una hilera de fotos familiares en la pared guiaba el camino hacia el cuarto de dos por dos donde nos sentamos a hablar.

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—¿Pegamos uno?— preguntó antes de empezar.

Todas las fotos por Santiago Mesa

Casi sin escuchar la respuesta cogió un tarro grande de vidrio, sacó un moño de marihuana y armó un porro rápidamente.

Nicolás Alexander Montenegro León, el mismo Shefrito, ganó el primer puesto en las dos últimas (y únicas) copas cannábicas en el país. Los trofeos de la Copa del Rey y de la Copa El Copo reposan sobre su mesa de trabajo. Si las cosas siguen saliendo como él quiere, Nicolás podría convertirse en una de las caras visibles en medio de la apertura del país frente a la marihuana.

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Está al borde de los 30 años. Es flaco, pálido, habla y bota datos como un loro, chupa su bareto con ímpetu.

—Yo quiero hacer historia —me dirá, días más tarde, mientras viajamos en su carro a ver un cultivo de cannabis cuyo terreno alquilo en Tenjo, Cundinamarca—. Mire, en Colombia hay tres copas que premian la mejor marihuana del país: Rey, Copo y Farallones. Ya gané las dos primeras, en Bogotá y en Medellín, y ahora voy por la de Cali. Ganar las tres me daría una carta de presentación inmejorable si llega gente buscando invertir o hacer negocios.

En diciembre del año pasado se firmó un decreto que abrió la puerta a nuevos escenarios de cultivo y distribución de marihuana con fines medicinales en Colombia. Hace pocas semanas, el presidente Santos sancionó una ley en ese mismo sentido, mientras que más decretos y resoluciones están en el horno. El nuevo marco legal pretende limpiar el camino para que, además de las grandes compañías como PharmaCielo y Cannavida, los pequeños cultivadores tengan la posibilidad de meterse al negocio.

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Casi una década antes de que se expidieran el decreto y la ley, Shefrito empezaba tímidamente a cultivar sus primeras plantas.

—A mí lo que más me gusta en la vida son las matas y los animales —me dice, mientras alterna caricias a sus gatos: Cripi, Mona, Ramona y Hash. Su esposa, Jéssica, lo interrumpe para hablarle de trabajo. Los dos funcionan en llave y da la impresión de que sin ella el negocio sería un caos.

Shefrito arrancó cultivando orquídeas, pero no duró mucho en dejarse seducir por la ciencia detrás de la mata que se fumaba todos los días. Dice que pasó por encima del rechazo de su familia y se puso a sembrar, a ensayar y a meter las patas; a leer libros y preguntar en foros de Internet; a conocer a otros cultivadores y comparar sus plantas. Se obsesionó con la genética, con los cruces, con los detalles que hacen a una marihuana mejor que otra.

—¿Que la marihuana es una sola? ¡No, la chimba!— exclama.

Trata de probar su punto: abre otros dos tarros de vidrio llenos de moños de marihuana y arranca una cátedra. Me pide que huela uno y otro, que los pruebe apagados, en verde, y luego prendidos. Me hace mirarlos con un microscopio. Me invita a olerlos.

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"Una es la bareta que consigues en la calle, la cripa que te venden en cada esquina —me explica—, la otra es de autocultivo. Hay sativas y hay índicas y hay híbridos. Unas de hoja delgada y otras de hoja gruesa. Hay cultivos interiores, con luz artificial, y exteriores, con luz natural. Una buena marihuana puede tardar ocho meses en florar, mientras que lo que a ti te venden tarda dos, tres meses. Obviamente para el campesino es mejor cultivar la que más rápido cosecha y más plata le da".

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Shefrito dice que no cultiva marihuana para comercializar en una olla, que no es el jíbaro del pueblo: dice que la siembra para su consumo, que hace trueques con sus amigos, que se inventa aceites y pomadas, que estabiliza y perfecciona sus semillas. Tiene tiempo para ser terco. Su trabajo paciente, y el de toda una generación de cultivadores que se empieza a notar en eventos como las copas cannábicas, es la base de todas las variedades de marihuana que se escuchan en la calle: Purple Haze, Destroyer, Sour Cream, Amnesia…

Aunque esa marihuana, cuidadosamente modificada para ser más pura y más potente, no está exenta de peligro. Es cierto que, por ser de autocultivo, no alimenta la guerra. Y también es cierto que, con la exhaustiva cátedra introductoria de Shefrito, uno al menos sabe qué se está fumando, de dónde viene, cómo lo hicieron. Pero algunos expertos han señalado que esa marihuana súper potente, con altísima concentración de THC (el componente psicoactivo que lo pone a uno a reírse y a pensar y a monchear), en palabras gruesas nos podría estar fritando la cabeza.

Quizás el riesgo está en que los marihuaneros fuman más de la cuenta. Un joven puede consumir diariamente el doble o el triple de THC que necesita para trabarse. El mismo Nicolás reconoce que se fuma "diez, doce, quince porros diarios".

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El verdadero negocio de Shefrito, mientras atraviesa la burocracia espesa para obtener una licencia, no está en el cultivo sino en la distribución de insumos y las asesorías. Por un lado, distribuye los productos de varios bancos cannábicos como Cannabiogen o Dinafem o Paisa Grow Seeds: semillas, sustratos, abonos. También vende cueros, filtros, pipas. Y por otro lado, telefónicamente o en persona, resuelve dudas y aconseja a otros cultivadores. Todo lo hace a nombre de Colombian Seeds Store, una tienda que funciona entre el garaje de su casa, una vitrina que tiene arrumada en su cuarto y las facilidades que le dan las redes sociales.

Nicolás pasa de un tema a otro y se vuelve a referir a las proyecciones que hace en su cabeza sobre lo que podría ser su negocio en unos años.

—Yo quiero explorar el potencial medicinal de este negocio. Quiero una máquina para hacer cremas. Quiero seguir aprendiendo a hacer aceites. Es tan sencillo como que lo que te venden en la calle a cinco lucas, bien cultivado puede salvar a una niña con epilepsia.

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Entre líneas reconoce que le falta un largo camino de aprendizaje para poder ser un experto en marihuna medicinal. Además, más allá de investigar, se tendrá que enfentar a las decenas de minucias que estableció la resolución 1816 de este año respecto a las reglas y características que cobijarán a los pequeños productores de cannabis.

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Inquieto, como si sus ideas fueran más rápido que su capacidad para expresarlas, pasa de un futuro imaginario a otro.

Ya no habla de lo medicinal sino de su intención de montar una especie de tienda agropecuaria especializada en cannabis. Siente que una de las razones por las que la gente no se anima a tener un buen autocultivo es que no hay un lugar de referencia que los asesore y les venda la tierra que es, el abono que es, las semillas que son para producir la marihuana con el olor, el sabor y el efecto que el cliente quiere.

Su idea no es descabellada pero tampoco parece de corto plazo.

***

Un sábado temprano acompañé a Nicolás a Tocancipá para dar instrucciones en un cultivo. En un a casa familiar de dos pisos nos recibió un amigo suyo y nos condujo hacia una terraza cubierta, donde tenía unas 12 matas, ocho menos de las que la Ley 30 de 1986 le permite tener a cualquier ciudadano. Con postura de auditor, recorrió varias veces el pequeño espacio, miró las matas desde distintos ángulos, pegó la nariz a las flores, sintió los aromas a manzana, a incienso, a papaya, a mango biche, a madera, manoseó suavemente las flores, midió la fuerza de los tallos. Actuó como alguien que sabe exactamente lo que está haciendo.

—Esta la cortaste muy rápido. Fíjate en las ramas de esta otra. A esta hay que abonarla con Delta 9. Esta déjala florar un par de semanas más. Esta peluquéala ya.

La visita se demoró veinte minutos. Una consulta breve.